La vida era distinta en 2019, hasta que un virus llegó y todo lo cambió, será para siempre? No lo sé, y tú?
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Era un día normal de 2019,

5am: sonaba el despertador de mi móvil, despertar en el piso rentado vía Airbnb en Madrid, correr a ponerme el chándal, la camiseta y unas zapatillas. Poner en mi bolso el uniforme del hospital. Una lavada de cara

5:10am: Cerrar la puerta del piso, basta con seleccionar mi playlist de Spotify, ponerme los audífonos bluetooth, y bajar por las escaleras haciendo casi saltos semiolímpicos agarrado del pasamanos de la escalera en caracol. Llegar al primer piso que inmediatamente se ilumina, tirar de la puerta y –como quien calienta- hacer un trote ligero hasta el gimnasio que está a 5 cuadras.

5:20am: Comenzar mi rutina de gym, vamos es parte de mi vida, 6 días de pesas divididos en sectores. No soy evidentemente el primero en llegar, de hecho, hay ya mucha gente que como yo debe estar en el curro temprano.

6:10am: Mi rutina ya terminó, estoy sudando como desgraciado, voy a las duchas, me baño, seco pongo el uniforme y cambio las zapatillaa de gym por las de hospital. Los colegas del gym chocando los puños, “¡hasta mañana tronco!”

6:30am: Ya estoy en el andén de la estación Nuevos Ministerios, dispuesto a tomar la línea 6 del metro madrileño con dirección a la estación Ciudad Universitaria para comenzar mi día normal caminando unas cuadras bordeando la Biblioteca Central de la UCM y atravesar el parque Jame del Amo, estar en el Hospital Clínico San Carlos que es donde trabajo.

7am: Poner el dedo en el biométrico, siempre me reconoce a la segunda vez, voy a la taquilla de casilleros, dejo mi bolso en el mío, me pongo la bata blanca. Hora del briefing con el jefe y los demás colegas, allí nos darán nuestros turnos, sean citas de consultorio, rondas de visitas en piso o simplemente nuestro rol de cirugías programadas.

3pm: He salido por fin de quirófano, menudo lío debo todavía esperar a que bajen mis pacientes de sala de recuperación a piso. Mientras eso, voy a la cafetería, saludo a unos colegas a los que no veía, los abrazos de siempre, mi maestro de cirugía general que no deja de saludarme agarrándome el cuello como a un hijo. Pido un bocata de jamón. Mientras eso en la Tablet del hospital voy terminando de pasar mi informe sobre cada una de las cirugías.

5pm: Estoy cansado, debo regresar a casa dedicarme a escribir mis informes en la laptop, hacer la videollamada a Lima, que la familia importa, avanzar con el paper que publicaremos.

Hasta allí señora usted puede notar que le estoy contando mi día rutinario cuando estoy en Madrid. Pero, acá viene lo bueno, eso con el coronavirus va a cambiar muchísimo. ¿Cómo?

- Un departamento de alquiler deberá ser sanitizado previamente a un nivel casi clínico, quizás ello conlleve mayor costo, pero con la salud no se escatiman gastos.

- Salir del departamento implicará usar guantes descartables para todo cuanto se toque.

- Los gimnasios como tales será un tema imposible de continuar: sudores, toses, ambientes calientes, tocar discos, mancuernas, barras, máquinas….tendríamos que tener un solo empleado para que nos desinfecte. Los guantes de látex no soportan el uso de gimnasio, los de cuero son incómodos si son completamente cerrados, pero igual estará el compañerito que sudó y dejó la máquina sudada, el que estornudó y contaminó el ambiente cerrado.

- ¿Ir al metro? ¿Apretados? ¿Con gente que tose, estornuda, y se agarra como puede?

- ¿Saludar a las personas con toques de codo, venias, de lejitos?

- Luego de que cada persona se bañe en el hospital ¿irán empleados con tanques de cloro a fumigar para el siguiente?

- ¿Seguiremos usando en el hospital los mismos medios de bioseguridad como mascarillas de papel, guantes de látex, anteojos protectores y gorros descatables, más las batas y botas en quirófano?, o deberemos usar trajes de aislamiento tipo tyvek? O hazmat?

La vida ya cambió, ya el coronavirus nos lleva a un mundo distinto. Ya no será ese mundo que conocimos hasta hace semanas, las costumbres cambiarán, quizás sea el paraíso para los amigos que tienen trastornos obsesivos compulsivos, para aquellos que desde antes de esta pandemia vivían fanáticos del cloro, el vinagre, los desinfectantes en todas sus versiones y que querían ambientes al 99.9% de limpieza.

Pero muy fuera de ello, nuestras costumbres de socialización que de por sí ya estaban trastocadas por las redes sociales, cambiarán mucho, los abuelos ya no podrán estar en los cumpleaños de los niños, los salones de clase más seguros serán virtuales, la teleeducación tomará el control del planeta, el exponerse a los medios de transporte será algo suicida y con los resultados de descontaminación benéficos para el planeta menos personas irán a una oficina, todo será teletrabajo. Sólo el contacto humano será para determinadas cosas, en las que se pueda asegurar un nivel de descontaminación alta, la peluquería, las uñas, los pies, señora piense en comprar la máquina china, que el maquillaje será vía tutorial o streaming, la ropa siempre por catálogo desde su tienda favorita y con entrega en casa por un Courier 100% saludable, los food courts serán cosa del pasado, será irse al drive thru a comprar la comida y comerlo en el auto o llamar al delivery. El irse a la playa, al club o montar una fiesta será tan poco seguro, que lo mejor será tener su propia piscina en casa.

Como raza humana habremos perdido aquello que nos caracterizó, nuestra sociabilidad. Todo será desde casa, el tema amigos será distinto, ¿quién será tu amigo? ¿Los del colegio por internet? ¿Los del barrio con los que juegas en línea?

Entiendo por qué hoy Monseñor Bergoglio nos daba una bendición Urbi et orbi, nos bendecía por streaming, nos daba los santos oleos por YouTube. Es el final de la humanidad como la conocimos, el final de la sociedad per sé. Suena dramático, quizás, pero el virus nos demostró que la realidad superó a toda ficción, que no fueron los cataclismos, ni los marcianos, ni mucho menos los zombies, fue simplemente un puto virus.

Lanatta.