Ya escribí todo lo que me molesta, ya escribí sobre escenarios que parecían alucinados, o conspiranoicos, pero de pronto la realidad supera a la ficción. Ya no pienso hablar más de culpables, responsables, estafadores o traficantes. Yo dije que todos iban a ver el virus tan distante y lejano como cuando Vizcarra dijo que era un virus de “la China” –no sé si refiriéndose a Keiko o al país- y lo veía improbable, y que así se diera, “estábamos plenamente preparados”. Hoy se confirma que no, pero aparte de confirmarlo, ya no es tan distante, ya no es el virus que aparece en la tele como el ampay de las celebrities de Chollywood, ya no es tan distante como el futbolista borracho chapándose una bailarina.
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 Ya el virus comenzó a pasearse por tu barrio y por el mío, ya comienzas a escuchar que la vecina o el vecino de a tantas cuadras lo internaron –bueno eso en el mejor de los casos- o lo sacaron en bolsa negra directo a la funeraria. Ya el virus distante y lejano se volvió el temor de todos los días, de que te puede llegar, de que te puede matar.

Y así me ha pasado, así unos días atrás una amiga mía –tan amiga que la conozco desde que ella tiene 14 años. La conocí en un “quino”, un quinceañero de una amiga en común de mi barrio, innegable era una chica bonita, delgada, no podría decirse que en ella destacaba alguna parte de su anatomía en ése entonces. Nos conocimos en ese quino, y no negaré hubo un pequeño chape de por medio (sorry flaca había que contarlo). Intercambiamos teléfonos ese mismo día, y a la semana siguiente después de hablar un par de veces por fono, quedamos en que yo iría a buscarla. Ella vivía en la Residencial Santa Cruz, a dos cuadras del Golf de San Isidro. Yo para ese momento contaba mis 15, y luego de ese chape, vinieron algunos más, vamos estábamos en plan “agarre” de ésos 90’s que ya no volverán. Kurt Cobain ya había muerto, pero era fanática de Nirvana y Pantera, dos bandazas que disfrutábamos compartiendo el Walkman –sí señora el dispositivo reproductor de cassettes- que escuchábamos a audífono compartido. A veces sentados en la puerta de edificio, otras escondidos en la huaca o finalmente en la tienda del chino Arakaki. Ella estudiaba en el Belén, allí no más al frente de su barrio, y luego que jaló no sé qué curso, simplemente me dejó de llamar y las veces que yo llamé, me la negaron.

Los años pasaron, y una mañana en la que hacía mi rotación en el HCFAP en Aramburú, una flaca con cara conocida me quedó mirando “¿así que eres también doctor?”. Encontrarla me hizo el día, ella estaba en la Richie estudiando también medicina. Intercambiamos números, y por allí que nos pudimos volver a conectar. Ya no era plan de ligue, de agarre, o de lo que fuera, ya ello había terminado –aparte yo estaba con flaca- pero éramos amigos, de esos que tuvieron una interrupción o break, y resultaba súper bacán encontrarse con alguien de tu pasado y poder conversar, bromear y tener una confianza que con pocas personas tengo.

Los años pasaron, Sao Paulo y Buenos Aires se convirtieron en mis hogares temporales en Sudamérica, y Madrid mi segundo hogar en el mundo. Pero no nos perdimos el rastro, estaba el ICQ, el MSN, el Skype y finalmente el Facebook y Whatsapp. Las charlas, las bromas y los memes jamás han dejado de fluir entre nosotros. En 2012 me invitó a su matrimonio con otro colega, mientras en mí el tema estético ha bullido siempre como mi inspiración y pasión, ella se volvió médico de urgencias. 

Ella se comenzó a dedicar a la parte más complicada de la medicina, aquella en la que recibes un humano y siempre será un “pronóstico reservado”, nadie llega a urgencias por un catarro, una uña partida o porque quiere un chequeo, llegas allí porque te sientes mal, te ves mal y estás mal. Y ella se volvió buena en ello, me llamó feliz para contarme que había ingresado a trabajar a EsSalud, y que ya con ese ingreso fijo y con lo que chambeaba en una clínica privada, ya podía pensar con su marido –cardiólogo él- en comprarse un departamento decente –hasta ese momento vivían en uno alquilado.

Todo iba bien, ojo decidió no tener hijos porque sus tiempos no se lo permitían, pero quería adoptar una niña quizás de 10 o 12 años ya algo más crecida, pero siempre estaba el tema de los tiempos, que las guardias en clínica y hospital, que los cursos. Es que, si trabajas para hospital, también necesitarás de clínica, es una regla en el sistema de salud peruano, los sueldos no son generosos. Me llamó en diciembre “Lanatta debo verte urgente”. Y se vino al consultorio, la foto que ella ponía en el perfil de FB o IG era probablemente de haría 4 años, tenía más líneas de expresión que mi misma vieja. “Las malas noches Lanatta, los problemas que nunca faltan, los maridos que se encaman con otras”. Conversamos mucho, nos reímos otro poco, y sí, puse tanto bótox como para que pareciera la chica del perfil, y no la tía mayor de la misma.

Pero algo que tiene este virus es que es muy democrático, ataca a todos por igual, y a ella le atacó, y de pronto tuvo que ser hospitalizada, y ojo, en el caso de ella porque todos los que la conocen movieron cielo y tierra. No pues, no se hubiera enfermado si los equipos de protección fueran idóneos, o simplemente existieran, no se hubiera enfermado si los médicos en esta emergencia sean para el Estado “prescindibles”.

No puedo poner su nombre, porque me lo pidió expresamente, pues sigue siendo una empleada de EsSalud (si empleados, no médicos, no doctores, simplemente el trato durante esta emergencia es y ha sido el de un empleador a sus asalariados), no puedo pensar que esté 3 días en cuidados intensivos, y que no me pase un puto meme. No me veo en esta penosa situación de que ni siquiera puedo ir a verla un ratito. Sí pues putamadre, hoy tocó ver al virus más cerca, sentirlo más cerca, odiarlo más, y saber que la culpa es de los que se ponen al mediodía frente a la tele a hablar pajazos.

Lanatta