Siempre odié el despertador, aquel que me sacaba de ese mundo maravilloso, para devolverme a la realidad y tener que apurar que había siempre "cosas" que hacer. ¿Hoy cuál es el apuro?
¿Despertador?


¿No seremos todos los culpables? O sea, señora póngase una mano en el pecho un lunes de junio a 14ºC, con sensación térmica de 10ºC en nuestra gris, nubosa y cargada de llovizna Lima invernal. Eso de dormir con abrigado y de que de pronto a las 6am –o antes- suena el despertador, un inicio de semana, que los padres de familia buscan hacer horas de los segundos, que hay que despertar niños, darles el desayuno, cambiarlos, tener listas las mochilas, “peínate”, “que el moño hazlo bien”. Que las loncheras, que el trabajo impreso, que la exposición, ¡que ya son las 7! Y siempre, siempre en la mente cochina de cada uno, estaba aquella “una horita más”, un dormir más, un “hoy quiero quedarme en la casa a vegetar”.

Y de pronto, pasó. No hay clases, no hay que ir al trabajo, hay que rebotar, hay que jugar Playstation, leer, hacer esa rutina de ejercicios, desempolvar la elíptica que se compró hace 3 años y que servía de colgador de ropa, ¡uf! Tanto que se podía hacer en casa.

Pero los días fueron pasando, ya los juegos del Playstation uno los juega con cierto aburrimiento, que la red está cada vez más lenta, que la tele es infumable, que la cuarta temporada de la Casa de Papel, nos la aspiramos como pastrulos en 5 horas, que ya no hay más. El que menos ha gastado en suscribirse a distintos medios adicionales Amazon Prime, Disney+, pensando ver tal o cual película en 4K, error todo el mundo pensó igual y no te lo dan en 4K, a lo mucho 1080p. Ya sé meros tecnicismos, pero el catálogo no estaba tan abundante, y entonces a buscar más libros, que en Kindle pusieron ofertas, y sí pero leer en la Tablet no es igual.

Y de pronto comenzamos a rebotar, a arreglar cosas alucinantes que habíamos dejado para “mañana”, que el caño que goteaba, que el foco que no encendía, que la hornilla que no quemaba. O de pronto se nos da por ordenar la alacena y nos encontramos con un paquete de galletas Charada de Maní –con fecha de vencimiento 1998- pero vamos, ¿qué son 22 años?, si al probarlas saben igualito! O ese frasco de Nutella de 1 kilo que compré en el duty free de Barajas hace un tiempo, ¡ni me di cuenta que había vencido en 2011!

Pero luego nos queda quien, el amigo fiel, ¿eh? Vamos el perro es y será siempre nuestro mejor aliado para jugar, para tomarle fotos, hasta que el perro se va a su colchoneta, se cansó, y regresa a las cinco estamos en “horario de siesta”. Pero vamos, hay que hacer algo ¿qué tal levantarse temprano y hacer ejercicios? Total a lo mucho necesitaré de un tutorial para descontracturarme. Y qué decir de la cocina y repostería, vamos hay que disfrutar de ese horno a convección que compramos alguna vez y que hicimos una parrillada al estilo de Mr. T.

Pero los días siguen pasando y aparece esa maravilla que era el viejo telescopio de la adolescencia. Vamos a mirar las estrellas, vamos a ver si le adaptamos el celular para tomar fotos digitales, vamos a editar las fotos. Y por allí regresamos a la vieja mula, que escribir siempre es divertido, que comunicar lo que uno siente es hasta catártico. Que el celular que antes era lo que más nos robaba el tiempo, ahora es aburrido, ya las payasadas de tiktok son una chapuza, ya el ver Instagram es pesado, ya el Facebook con todo el mundo poniendo “quédate en casa”, ya hasta Youtube sin novedades.

Pero hemos sido siempre una raza creativa, hemos llegado a la luna –o al menos eso nos contaron. Y comenzamos a inventar y crear, y por allí los tutoriales aparecen, los cursos online, y de pronto me ví terminando de aprender italiano, haciendo un curso de psiquiatría gratuito, y probablemente, la próxima semana me  añada al curso de cámara cine y televisión. Ya tengo horarios imparables, y/o sigo atendiendo a mis pacientes por videoconsultas.

¿Pero sabe qué señora? Es que no es igual, es estar ocupado con la mente ocupada, pero los latinos somos una raza que necesita siempre el contacto, la risa a carcajadas, el abrazo machacaespaldas entre los amigos, las miradas coquetonas con las amigas, el estar en el gym con la música a todo meter, el mirar los autos en la calle y maldecir por otra mañana de tráfico infernal, y quejarnos de que Lima es malísima para movilizarse. Hoy es patético ver calles sin gente, pistas sin autos, hasta putas sin parroquianos y comunistas sin opción a protestar.

Supongo que el virus llegó para enseñarnos una vida que nunca nos imaginamos, un encierro civil, sin sentencia. En algunas ciudades se piensa crear guetos, barrios libres de virus, y barrios contaminados. Cada quien con su carnet y código QR. Pareciera que la humanidad repite la historia de nuevo, y otros comienzan con los tickets de racionamiento. Estamos viviendo lo que se pasó en la Segunda Guerra, con cantidades muertos diarias, pero como en cualquier guerra bajas en todos los bandos, sólo que el enemigo es invisible, no pretende adueñarse de un país, un territorio o una franja de tierra. El enemigo se metió para quedarse con nosotros, para cambiar nuestras costumbres, para que eso que fuimos hasta hace poco, no lo volvamos a ser. ¿Cómo será el primer beso de dos adolescentes? ¿Cómo iremos a la playa? Hoy veía en el telediario que en Madrid se preparan las discotecas para abrir, pero uso obligatorio de mascarillas, guantes y el ingreso previa confirmación de temperatura. Loco, ¿eh?

Le digo una cosa señora, muchas parejas se han roto porque no estaban acostumbrados a verse tanto tiempo, porque el espacio que tenían antes ya no existe más. Tengo pacientes que necesitan, unos ansiolíticos y otros antidepresivos. Fue malo pedir esa horita más de sueño, fue pésima idea querer hacer de ese lunes otro domingo.