Ya sé, señora, no me culpe. Dicen que aquel baile bien bailado, sólo se baila una vez. Y lo mismo con las carreras de autos, con los partidos de fútbol y hasta con un polvo bien tirado. Pero señora, hoy deberé decirle que me asaltó una añoranza. Porque, si por mí se hubiera tratado, yo hubiera buscado la forma de volverla a esa ella completamente mía. 
D:\boba


Me di cuenta que pasaron 11 años, ¡qué bestia! Pero, ¿sabes qué? Debía tomarme el tiempo, quizás también el espacio para verlo todo, con esa pequeña distancia que no la veía en su momento, y que sólo la regala el tiempo. Hoy lo veo distinto, hoy veo con sinceridad que, si hubiera hecho algo más, por allí que no te perdía. Ya sé, la primera indicación que me diste antes de siquiera vernos era que no iba a ser para siempre, y con excepcional magistralía me dijiste el mismo día que nos veíamos que me prohibías enamorarme

Pero eso cambió semanas después, aquella vez, que de una forma orgásmica me dijiste un “te amo”, que me cagaste al ponerme tus dedos en mis labios, que no me dejarías responderte. Amarse, enamorarse, estaban reñidos con las posibilidades, no? Estabas casada, tu marido era un ir y venir, sea a donde sea, simplemente no estaba allí contigo, me hablaste incluso de estar convencida de que tenía una amante. Pero resultaba gracioso, el tipo había hecho su inversión, te pagó la lipo y las tetas que presumías, aquel cuerpo que me dijiste “no era tan tuyo”, como solía ser, tenía algo así como un inversor, pero resultaba un servidor siendo el usuario final, el beneficiario de aquella inversión. Resultaba como si alguien hubiera tuneado el coche para convertirlo en una joya, pero sólo para tenerlo en el garaje, o para que finalmente, sea yo quien lo condujera.

No, no es una queja. Sabía mi papel, y es que, entre mis idas y venidas, en ese momento a Brasil, no es que tampoco existía algo que se pudiera cambiar o simplemente variar. Era nuestro acuerdo. Pero sí te puedo decir, y quiero lo sepas bien, me había enamorado de ti, estaba jodidamente enamorado de ti. Y, las formas que habíamos convenido me cagaban un poco. Seguías siendo la mamá de tu hija, seguía ella siendo una nena en plena pubertad. Resultaba complicado dejaras a tu marido e hija, o te mudaras conmigo y tu hija. Resultaba todo tan complicado, que me dolía las noches que no las podíamos pasar juntos.

Ya sé tuvimos ¿dos, tres medianoches? ¿Debo incluir en el paquete aquella en el que tu hija dormía en tu habitación y nosotros estábamos entre sus peluches? ¿O debo reconocer que el lomo a la pimienta se come mejor con un Ribera del Duero, pero marinado con tu mirada y los pasteles que ni miramos, sólo por comernos con locura?

Putamadre, sí historia. Historia que está allí en ese pasado, y que hoy me asaltó de pronto mientras en mi rutina de pesas me acordaba de ti, en mi habitación mirando la calle desde lo alto de mi departamento. Sí, te me viniste con esa parte de la historia que no te conté, te me viniste con tu cabello que yo siempre me encargué en dejar hecho un revoltijo, a pesar de las horas de horas que pasabas en la plancha para alisarlo, y yo en segundos lo dejaba “hecho un disparate”. Sí, te me viniste estando recostada en mi pecho a distancia de “una silicona”, mientras te cagabas de risa, mientras fumabas porque calmaba tus ansiedades, porque a veces te dolía cuando nos despedíamos.

Y yo, yo fui un huevón. Yo me cagaba tanto por ti, que decidí ser caballero y respetar nuestro acuerdo. Sí claro, fui un reverendo huevón. ¿Sabes? Ni el doble de los logros que tuve en este tiempo se hubiera comparado a lograrte conmigo. A que, como en cada orgasmo, me dijeras yo era tu tonto, y tú mi boba. Si pues, te amaba, y tenía mil necesidades más contigo, necesidades de ser más tuyo y de robarte más mía. Pero no lo hice, la cagué, ¿no?

Te dejé ir, y por mucho que a pesar que nos habíamos dejado, nos buscábamos y así fue como me enteré tu marido te había buscado un trabajo, para que ya no estés “hueveando”, y prácticamente trabajaras para que hicieras algo así como unas prácticas muy bien pagadas que te sacaban de tu casa, y lo dejaban a él más tranquilo, ya por lo menos, estaría más seguro de que estabas en un trabajo y no conmigo. Por alguna razón, te contaré lo conocí, de hecho me añadió una vez a mi cuenta de Facebook mientras estaba contigo, te puedo asegurar que supo quién era. Cuando lo conocí, ya ustedes se habían separado e iban por el divorcio, no era yo el causante de ello, él de hecho me decía que había conocido a “la hembra”, y que había logrado convencer a tu hija que se mude con él, que tú estabas media loca.

Ese día, después de intercambiar tarjetas, como dos profesionales que se encuentran, charlan y se van, sentí como. ése trago de bourbon que me habían servido en esa reunión, me ardía más. Te busqué por el Facebook, y sí pues, allí estabas, tenías una pareja, no sé si 15 o 20 años más que yo. En ese momento te soy honesto me ardía la vida, me sentí cagado, es que, si eso hubiese podido suceder en mi momento, probablemente no estarías con el que llamabas “novio” en ese momento, simplemente estarías conmigo, y lo aseguro así de categórico porque te amaba, ¡mierda! te amaba tanto. Te busqué, te pasé mensajes, te reíste conmigo un rato, sí pues la historia con él -tu nuevo novio-, iba tan bien, que sólo debía alegrarme, yo en cambio, te evocaba al escucharte, te miraba abrazada a mí, me contentaba con haberte jodido alguna vez diciéndote que eras la Bebé Stevens de South Park –creo que después de ti, dejé de verlo.

Y hoy, así dentro de las horas de cuarentena, entre las mil cosas que hago -y no dejo las pesas así las haga en casa, tuve necesidad de volver a saber de ti, pero esta vez opté simplemente por mirarte en silencio un rato, sólo miré tus fotos de éstos meses, te vi con esa sonrisa tan tuya, que sabías hacer tan bien, para que todo el mundo te creyera plenamente feliz, para que tus amigas -siempre tan mayores que tú, te feliciten, te manden bendiciones y aleluya, aleluya- pero que por alguna razón descifré siempre no eran sinceras. Habría descolgado el teléfono, te hubiera buscado, habría salido usando mi pase médico a donde estuvieras para sólo buscar que tu sonrisa “soy feliz” se convirtiera en tu risa a las carcajadas que disfrutaba tanto volverlas mías, que el puto Lanatta podía hacerte reír y que abrieras esos ojos y me dedicaras tu locura. Pero en 11 años soy yo un fantasma, una nebulosa de algún recuerdo que debe estar por allí en algún archivo de tu disco duro, y hoy no sé quién serías, si algo de esos viejos códigos nuestros aún existirían.

Lanatta