Tengo un pasado señora, un pasado del que no me arrepentiré jamás, con altas y bajas -y este blog es un testigo absoluto de ello. Pero a veces uno llega a momentos en la vida en los que decide un camino, para bien o mal, pero con dos cojones. 
A:\la-bahia-pirata


Somos dos piratas querida, somos los que se subieron en todos los barcos, los que de alguna forma buscaba esa perla negra, ese diamante valioso, esas joyas de la corona, y que tomaban lo que encontraban. A veces, monedas de cambio, que se intercambiarían y serían más de lo mismo, pero que por lo menos ayudaban a sobrevivir, o hacernos la vida llevadera; otras veces –las menos- algún tesoro que quisimos albergar y atesorar, incluso llamarlo “propio”. Pero que luego nos dimos cuenta que no, que no era tan “propio” o que, en realidad, como piratas que somos, simplemente necesitábamos volver a embarcarnos y buscar una siguiente aventura.

Pero siempre tuve la duda si era bueno ser pirata o ser un corsario, el ser pirata conllevaba apoderarme de todo, someter la embarcación a mis designios, y manejarla a cuenta y riesgo propio, mucha responsabilidad sobre mis hombros, sobre todo, siendo yo un maldito convencido de aquella gozosa reciprocidad.

El ser un corsario, en cambio, me permite con esa patente de corso, tener la aprobación y el consentimiento, llámale tener un tema más formal, incluso poder hablar de pertenencia. Ya no es hablar de invadir, sino de conquistar, ya no es someter deportivamente, ya es someter consentidamente.

Tampoco nos pongamos melancólicos, disfruté mi etapa de pirata, la viví fenomenalmente, sin embargo, a veces me pasaba aquello de terminar con un mal sabor en la boca, hasta hoy, siento que pudo ser más, tal o cual barco, que tal vez sí era ese diamante, que ostras Lanatta tenías la puñetera perla negra, y no te diste cuenta, o sólo la dejaste pasar. Huevón, huevón, huevón.

Entonces, es cierto, me declaro ser hoy ya un corsario, ya no soy el nene de antes, ya mi pragmatismo va ganándome, pero no es que haya cambiado, es que de tanto tumbo que he dado, de tantas tormentas que me cayeron –y sí hubo una tormenta en mi vida, tan fuerte que fue capaz de hacerme quedar varado, sin hacer esto que tanto me gusta, como es escribir-, que todo mi entusiasmo y creatividad se vieran reducidos o simplemente neutralizados, pero vamos fue sólo una tormenta que duró lo que tenía que durar, y haya sido lo que haya sido, no hay pirata o corsario al que no le hayan sacado un ojo de la cara o le hayan puesto una pata de palo, dicen que son marcas de guerra, que las cicatrices son victorias las que de alguna forma entenderemos un tiempo después, y es verdad, hoy no me quejo, hoy lo veo con esa distancia rica que dan el paso de los años, y es que vamos, alguna tormenta tenía que pasar, no hay resentimientos.

Pero hoy querida pirata mía, soy más de buscar con paciencia ese diamante y/o esa perla negra, ya sé el frenesí de la búsqueda desesperada de mis 30’s, hoy a ms 40’s me vuelve más severo, no tomo cualquier barco, llego debidamente premunido para evitar sorpresas, y claro ese pragmatismo me vuelve desconfiado. Ya sé, podría parecer que aquel romanticismo de aventurero lo perdí, no quisiera aceptarlo aún, sólo me siento en ese momento en que me va mejor siendo un corsario, pudiendo simplemente decir que algo es mío, que el barco me pertenece, y que claro, no sólo me pertenece, sino que cuento con el privilegio de esa patente de corso, que me permite no ser un desconocido, que me permite encontrar pertenencia, y ya no ser un trapichero. Que gozar del consentimiento, implica también disfrutar esa reciprocidad que siempre necesité, y exigí, y que sea ora por los tiempos, ora por las situaciones no podía sentir o percibir, llegando a sentirme simplemente defraudado, era como poner el dinero en el banco, y al final del mes no recibir un puñetero céntimo de interés.

Pero este corsario hoy, se declara más observador, más exigente, más dominante. También más disciplinado, y quizás, un pelín más sabio. He encontrado que la sabiduría no es sólo una consecuencia de libros e historias, la sabiduría más fácil de metabolizar y fijar, es aquella que te la dan las personas que por A o Z motivos se acercan a ti. Pero ojo, este corsario se volvió también más lujurioso y un depravado sibarita. Lo convencional, aquel llamado “pum, pum, chao” –recitando a un personaje famoso de alguna serie de pago-, dejó de ser lo mío hace tanto, que podría decirte que no es mi máxima. Y que sí pues, como sibarita, esas sensaciones raras, esas posesiones extrañas o exóticas hoy me generan mogollón de placer.

No he cambiado en mucho, no me vería con una persona asiática, ni tampoco afro. No me atraen los de mi mismo sexo, así estén disfrazados de niñas –y a veces más voluptuosas que las niñas de verdad. Pero soy un purista, soy el Lanatta de la vieja escuela, y hay cosas que en mí no van a cambiar. Pero sí he cambiado un poco en mis formas, me he vuelto bueno escuchando, muchas veces por el sólo hecho de oír a alguna persona, se ha sentido tan bien que me ha agradecido más que si le hubiera hecho alguna cirugía. Puede parecer muy loco, pero en esta época en la que todos estamos vulgarmente conectados, lo cierto sea que nos hemos olvidado de hablar o de simplemente escuchar.

Entonces querida pirata, soy ahora el corsario, y sí, probablemente ello te resulte o aburrido o atractivo, no lo sé, eso ya es decisión tuya. Pero yo prefiero poner mi carta sobre el tapete, casi como si algún madero me pidiera el DNI. Seguiré pensando que la música de hoy es igual que la de ayer, seguiré siendo el pirata que evolucionó a corsario –y que yo lo tomo como evolución-, que tendré el parche en el ojo y la pata de palo, pero que se sentirá satisfecho con una sola nave, que se dedicará a esa nave con dedicación, ternura y pasión, recibiendo lo mismo de ella, y hablando en todos los idiomas buscando hacerse comprender, y que escuchará mucho para entender. Sí pues soy el corsario que quiere su diamante propio, que ostentar donde le plazca, y no estar en el escondite, o ser “una amiga” en tu móvil.

Lanatta.