Esto de que todos tienen WhatsApp es una ayuda, una herramienta para todos los que intentan comunicarse. Ayer con lo del día de la madre pude hacer algunas trampitas, que si no hasta ahora estaría mandando saludos. Pero hay un detalle terminé haciendo un regalo a alguien que quiero. 
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¿Sabe qué señora? Suele pasarme desde hace algunos años aquello de que el día de la madre, se ha convertido en un saludar, y saludar y seguir saludando. Hace pocos años, era que saludaba aparte de mi madre, a algunas tías, y por supuesto, primas mayores, a lo mucho alguna compañera del colegio que se casó muy joven –o se embarazó. Pero lo de ayer fue mucho, exagerado.

Comencé por esas viejas rutinas de saludar a mis tías, siempre muy mayores –sobre todo aquellas tías que me vieron de nene, hoy ya todas son pensionistas- y claro algunas son viudas, y siempre tienen una historia, un consejo, o simplemente un recuerdo que contar, pero es esa gente a la que no planeo nunca de querer, esa familia que vive en las venas. Pero lo sorprendente fue el paso y cambio de tecnología. Ya a las primas, ya no tocaba llamarlas, ya es más sencillo el tema del WhatsApp, y como que ayer no estuve así de inspirado como para querer enviar un mensaje ultrapersonalizado a cada una, entonces tuve la feliz idea de mandarle a cada una, un mensaje copiar y pegar, para no ser tan descarado comenzaba con “primita” y terminaba con el “te quiero mucho, besito”.

Claro, hasta allí casi todo normal, mi plan había dado excelentes resultados, y yo salía victorioso, que no era ni el mediodía y tendría tiempo de cocinar prolijamente para mi madre.

Pero se vino el detalle, faltaba saludar a las amigas, compañeras y demás. Allí el tema es más complicado, porque a pesar que podía repetir el ejemplo del WhatsApp, muchas de ellas son felizmente casadas, por lo tanto, no se puede ser muy pícaro, otras son divorciadas, separadas, madres solteras, etc. –con las que cierta picardía se puede permitir, pero también dependiendo del grado de confianza. Y me iba a sentir mal, si saludaba sólo a un grupo de ellas –por ejemplo: las amigas del colegio, de la universidad, del gym, de la academia de jiujitsu, de mi antiguo barrio, de mi barrio actual, hermanas de mis amigos, y el capítulo especial las “ex”.

Suena a mucho, pero había que seleccionar a quiénes podía hacer la gracia del copiar y pegar, algo parecido al tema de mis primas, claro comenzando con un “A esa mamá maravillosa” terminando con “mis mejores deseos, un abrazo”. Mensaje bastante parco, sin mayores aspavientos, regularón, nada inspirado –pero vamos a una compañera de la universidad que hoy es mi competencia, a la amiga del barrio con la que no se tiene mucha confianza, o a la compañera del jiujitsu con la que a veces, hacemos grappling como que no es para mandarse muchas confianzas, inspiraciones, etc.

De allí venían los saludos ultraformales a las amigas casadas –muchas de ellas pacientes mías- y con las que la línea de separación entre formalidad, rigurosidad y meticulosidad es necesaria. Hasta allí tenía que enviar un promedio de 60 mensajes diferenciados, pero se me vino a la mente el fabuloso in-shot en el celular. Una imagen, un mensajito y santas pascuas. No era inspirarse tampoco mucho, “por el día de la madre a ti, mi saludo cariñoso” fin. Imagen, enviar.

Con las amigas, con las que sí converso una vez a la semana cuando menos y hay alguna confianza, pues a ponerles una imagen picarona, un tío casi en pelotas, un mensaje “para mi amiga y mamá, un amigo y papá, felíz día, G”. Tampoco hubo mucha inspiración, pero sí picardía, que vamos, no es que me caracterice por demasiada secularidad.

Pero llegaba el momento de las ex. No son muchas, ni pocas, no tengo memoria señora, soy un caballero. Pero sí es verdad con muchas de ellas algún tipo de vinculación guardo, así sea por llamada telefónica o por WhatsApp. Y es muy distinta la relación que puede tener uno, con una ex, que luego se volvió madre, a con una ex, que simplemente está en pareja o sola. Por lo tanto, sólo fueron 2 personas a las que debía saludar. Con la primera fue un tema muy sencillo, muy relajado, una charla por WhatsApp un par de besos, y hasta otra. Pero con la siguiente, el tema se puso … complicadito.

Por un tema de ese privilegio de la privacidad, y a pesar de haber hablado de ella –y mucho en este blog- no diré quién es. Pero me topé con alguien a quien yo quiero –insisto son poquísimas las personas que hayan tenido alguna vinculación sentimental conmigo, y me odien, por el contrario, nos guardamos cariño, y como conté días atrás el decir un “te quiero” sincero me parece hoy lo mejor- y que éste día de la madre, lo pasaba ella sólo con su hijo, ella asediada por el virus, y con muchos familiares y amigos afectados por el bicho.

Señora, usted sabe mi vocación de payaso, pero hay algo que no puedo soportar y eso es ver a alguien a quien yo quiero sufriendo o triste. Es algo que va más allá de mí. De inmediato me puse a conversar con ella, a buscar convencerla de que no viera las cosas tan negras, de que muy a pesar que la situación no es la más bonita o ensoñadora, había que tener un poco de fe, y otro poco de ganas. Vamos hemos sobrevivido dos guerras mundiales casi juntas, hemos pasado por distintas pestes en diferentes épocas de nuestra existencia como humanidad. La vida ha dejado de ser un plan a futuro para convertirse en un acelerado presente. Le pedí que por un ratito en éstos días si pasaba algo me lo cuente a mí, soy bueno oyendo, soy bueno leyendo, y a veces puedo ser bueno con alguna barbaridad que se me ocurra. Y finalmente se rió, ya sé, no es igual una risa sonora y estruendosa que un “jajajjaa” por WhatsApp, pero me sirvió, me advirtió que conversar conmigo le había alegrado el día, y que era el mejor regalo que habría podido recibir. Nos despedimos con dos besos. A alguien a quien quiero mucho le daba un regalo que ella apreciaba, y eso me hizo feliz.

Lanatta.