Ya sé señora, hoy los medios lo único que muestran es lo que es la tragedia de la sanidad, pero los médicos a veces pasamos tragedias durante nuestra formación -como ser internos. Aunque esta vez, hay un recuerdo divertido que trascendió la vida de hospital.
Y:\auditoria


El ser médico, señora, tiene esas cosas que se llaman vida de hospital, y casi recitando a la frase de Sin City, lo que pasa en el hospital, queda en el hospital. Pues ello en estos días de cuarentena y de problemas sanitarios encuentro preciso traer a la memoria.

Durante mi formación médica, me tocó hacer el internado en un hospital de Lima –no diré cual para que no se me escandalice el ministro del sector. El ser interno es un status casi deprimente, tenemos un jefe directo que es el residente de primer año, y luego el de 2º año, y luego el de 3º año, para luego pasar por todos los doctores asistentes del servicio y llegar hasta el mismísimo jefe de departamento –claro podría añadir más escalones hasta llegar al director del hospital, o al mismísimo ministro, pero no quiero hacerla larga.

El ser interno es ser el mandatodo, somos los que vamos por las pruebas, los que hacemos el trabajo sucio, los que a veces estamos con el paciente el día entero, mientras los residentes están en consulta o en sala. En mi caso, debía revisar muy temprano la historia de cada uno de los pacientes asignados, revisar los resultados de laboratorio, pedirlos si no los habían traído, rogar a la enfermera jefa –que nunca tienen buen humor y nos suelen jorobar diciéndonos “señor médico”-, obviamente pasar por visita y tener el Harrison de Medicina Interna memorizado al pie de la letra, para las preguntas de rigor, y buscar todas las formas humanas de que el residente se congracie con uno y de pronto nos mande a sala a ver tal o cual cirugía, o a estar en consultorio.

No eran días felices, la verdad es que, siendo estudiantes, uno la pasaba mejor, sólo había horarios fijos, los profesores siempre buscaban caer bien porque si no el tercio los mandaba pechar o en el peor de los casos no les renovaban el contrato al siguiente año, etc.

Eran 6 días a la semana que tranquilamente podían incluir guardias, o hacerle el favor al residente y pasar el domingo en el hospital. ¿Vida? No, no había vida. Pero es verdad que uno va conociendo a los demás internos, y claro nos damos la mano, en algunas cosas –no muchas, siempre se sostiene el tema competitivo

Pero hacía mi rotación en el servicio de Otorrino, cuando mi jefe Pulmón de Gato, optó por mandarme a revisar a una paciente de emergencia que decía tener un problema faríngeo, y “vamos Lanatta ¿sabes diferenciar una amigdalitis, una faringitis o una laringitis, cierto?”, “en seguida doctor”. Entrando al servicio de emergencia vi a una chica nueva, claro a veces somos los caballos con anteojeras, y nada a seguir que el paciente espera. Cuando pasaba por el staff de enfermeras ella seguía allí, la chica nueva venía de Arequipa, y recién iniciaba la rotación en el hospital. Fue fácil conversar al poco rato con ella, resultaba agradable, nos volvimos muy amigos.

Pero en ese momento, yo no estaba para mucha fiesta y jolgorio –ella tampoco- me la solía encontrar en la biblioteca del cuerpo médico, nos poníamos a conversar un rato, no tenía novio, no quería tenerlo tampoco. Un día conversando, vimos nuestros horarios y coincidíamos en guardia el jueves de esa semana, hacer guardia es estar allí, sólo ver a los pacientes y en el mejor de los casos que algunos de los residentes nos llame a emergencia. Entonces quedamos en hacer la guardia juntos.

En realidad, ese día la pasamos muy juntos, nos quedamos un rato solos en la sala de cuerpo médico, y una cosa llevó a otra, y de pronto estábamos a los besos, a las caricias, al tocarnos sin miedos. Éramos dos personajes que en ese momento sólo se tenían el uno al otro. El asunto siguió así por varias semanas, hasta que lamentablemente mi internado terminó. Y claro, no supe más de ella.

Muchos años después trabajaba yo para una clínica por las mañanas, y ya siendo un especialista, me tocaba a veces tener que lidiar con que tal o cual aseguradora aceptara cubrir el procedimiento de mi paciente –nunca quieren. Esa vez, me dijeron que tocaba hablar con la nueva auditora, ya el sólo término me resultaba de una señora entrada en carnes y con poca disposición a algo, pero era lo que me quedaba. Cuarto piso.

Acá debo hacer mención que los auditores hoy por hoy, son médicos que han hecho la especialidad en auditoría, no son como antes contadores o administradores, claro para mi gusto es perder un poco el toque de doctor paciente, pero vamos, los patólogos e infectólogos tan de moda por estos días, sólo ven microscopios. Entrando a la oficina de la nueva auditora, me encontré con esa misma chica de cabellos ondulados con la que compartí mis últimos días de internado.

Fue un encuentro gracioso, plagado de recuerdos, quedamos en vernos al día siguiente para conversar, claro mi caso estaba aprobado. Fue así como comenzamos una relación, que parecía pasajera, pero ella me planteaba ideas de fantasías que, para mí, en ese momento, me resultaban graciosas y atractivas, hacer juegos de roles, jugar a situaciones determinadas, algunas veces con disfraces, otras simplemente con interpretaciones muy realistas. Pero la fantasía o el rol que resultaba más recurrente era el de padre dominante e hija traviesa –lo sé señora, llega el momento perturbador.

Era jugar a ser el padre que aconsejaba, que consentía, que corregía y que también jugaba con su hija traviesa, con una chiquilla que podía incluso necesitar que se le lavara el cabello, se le hicieran las trenzas o también el ponerle un pijama, claro juegos eróticos que incitaban a otras situaciones de mayor lujuria y erotismo. Los juegos y las sensaciones eran día a día, hasta que un momento determinado me llamó a su oficina, no era un tema de seguros, ella era transferida a una clínica del grupo en Chiclayo, no sabía qué hacer, había un poco de tristeza, pero claro en esta carrera a veces uno va donde nos mandan -sobre todo cuando dependemos de una entidad determinada. Los juegos se despidieron esa misma noche con una alta carga de erotismo combinada de nostalgia. La niña traviesa, disfrazada esta vez de auditora, se iba para Chiclayo, y yo regresaba a mi consultorio de 8 a 12. Hoy no atiendo más consultas señora, hay cita para mañana.

Lanatta