Hice algo malo en mi anterior post señora, no lo hice con intención alguna, pero lamentablemente destapé una olla a la que tenía probablemente enterrada, y que esta vez ya que una historia salió de ella, muchas comenzarán a salir, y digamos que esta pandemia me las hace recordar con tanto lujo de detalles que optaré por publicarlas.
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Comencé el internado la última semana de enero de 2000. El hospital por mi promedio ponderado pude escogerlo yo, y la verdad es que cuando había hecho alguna rotación allí me había pasado que el ambiente era de lo más entretenido, quedaba relativamente cerca a mi casa, y de plano era uno de los mejores de esa Lima en la que Fujimori aún era presidente.

El primer mes me tocó rotar por medicina interna, era la rotación más pesada, y sin duda, era de la que más aprendería, por eso opté por tomarla de inicio, estando muy afanoso, motivado y, casi sintiéndome, el Clooney de E.R. –en los 90’s el famoso actor George Clooney interpretaba a un pediatra en un drama para la televisión llamado E.R. o Sala de Emergencias.

Allí los residentes, me bajaron de mi nube en los 10 primeros minutos –era prácticamente como que yo entraba a la academia militar pensando en conducir un caza, y me mandaran a limpiar los baños. “Todo a su tiempo Lanatta, debes ganarte tu derecho de piso” me dijo el R3 –residente de tercer año, un tipo al que, de inicio, tuve un sentimiento de odio maldito, pero que, en ese mes de internado, me enseñó más que todas mis rotaciones en mi época universitaria.

Veía a mis compañeros de la universidad muy poco, y tenía como compañeros de rotación al Cholo Entel de la Villarreal y a la “hierbas” de San Marcos –le decíamos hierbas porque ella estaba segura de curarlo todo con homeopatía, hierbas, amasijos, amuletos, etc; y de lo único que te podía hacer una disertación era sobre el cómo el uso de la Ayahuasca podría curar todos los problemas psiquiátricos. Mis compañeros eran tan disímiles que buscaba refugio en algún lado para tener alguien con quien siquiera conversar. Descartando las enfermeras, las asistentas y demás, me quedaba simplemente la secretaria del servicio, una señora de más de 40 años, a la que el jefe de servicio saludaba con un pico en los labios, y que sabíamos claramente no era su esposa. Pero vamos lo que pasa en el hospital, queda en el hospital.

Pero la doña era muy maternal conmigo, cada vez que iba a hablar con el jefe –contadísimas veces- me contaba de su estado de ánimo antes de cruzar a su oficina –más de una vez tuve que regresarme e inventar algo para el residente. Hasta que aprendí que lo mejor era preguntarle a ella, entonces, allí descubrí a Doña Rosa para todo el servicio, Rosita para mí.

Rosita podía ordenar como si fuera el mismo jefe, por algo muy sencillo ella era quien llamaba a rayos pidiendo le hagan tal o cual examen al paciente, o requería a farmacia –siempre por órdenes del doctor- que trajeran tal o cual medicamento. Incluso ella coordinaba con las secretarias de los demás departamentos para las interconsultas y evaluaciones. Pero de lo que me enteré –sin querer mientras un día esperaba que terminara su llamada telefónica- que de ella dependían también las notas –el jefe no hacía nada. Y tener una nota buena en medicina interna en el internado haría la diferencia en todo.

Pero como dije, Rosita era la “amiguita” del jefe de servicio, su cortesía y amabilidad eran tangibles –excepto cuando alguien de otro departamento no le hiciera caso y allí sí que se volvía una bruja con escoba, sombrero y verruga en la nariz. Así fue que, conversando con ella, le buscaba la charla y caerle bien, estaba casada desde hacía 20 años, su marido era otro médico –luego me enteraría que era íntimo amigo del jefe- y pues Rosita tenía sus “encuentros” con el jefe, y me lo dijo sin mediar problema alguno, ella si no recibía en casa, buscaba en otro lado.

El talón de Aquiles de Rosita era uno, quería estar flaca, y eso le costaba. Yo comencé dándole ideas de entrenamientos, de que vaya al gym, es más le conseguí dos invitaciones para mi gym, pero me decía que no estaba para eso, que los tiempos. Hasta que cuando le di las invitaciones, y le dije que pusiera una fecha, que yo iría ese día a entrenarla. Me miró con cara de reto, y puso fecha, de hecho, puso fecha para un sábado por la tarde saliendo del hospital (eso no me resultaba nada agradable, que terminaba yo mi día de hospital muerto y con ganas de la necesaria siesta pre entrenamiento). Pero ya mi palabra estaba empeñada.

10 minutos antes de que fuera la salida del turno del hospital, aquel sábado, me perifoneaban para que me acercara a la jefatura de departamento. Obvio los residentes pusieron cara de “te jodiste Lanatta, anda no más”, cuando llegué me dijo que ya había firmado mi papeleta, que la esperara en el parqueo y me dio las llaves de su Nissan Sentra. Para que Rosita me diera esas confianzas, pues no me quedó otra más que irme directamente al parqueo, que ya mi ropa de gym estaba en mi locker esperándome.

Rosita llegó al auto y me dijo que mejor condujera yo, que así se podía relajar un rato, puso un CD de The Doors, y me dijo que ella con esa música alucinaba, me preguntó si yo fumaba, le dije que no, ella solita saco una bolsa con marihuana, armó su porro y se puso a fumar, me dijo que yo le caía bien, que era de pronto el único con el que podía relajarse.

Fuimos al gym se cambió y parecía más un disfraz de Gatúbela que ropa de gym, todo el rato se quejaba, todo el rato quería que le ayude. Salió cansada del gym, me pidió que le llevara a ver el mar, que estaba súper relajada, mientras ello se armó otro porro. ¡Dos en menos de 4 horas! Mirando el mar se cagaba de risa de su marido, y del jefe, del hospital y de todos. Me decía no se había sentido así de viva hacía mucho tiempo.

Me pidió la llevara a su casa pero que un par de cuadras antes me bajara, se iba a ver mal que llegue con un chico conduciendo su auto, no había problema desde mi lado. Ese día Rosita se volvió mi mejor amiga de todo Medicina Interna, el cholo Entel y la Hierbas se quedaban en pabellón, yo iría a ver los casos con los residentes (órdenes del jefe). Nunca nadie dijo esta boca es mía. Obtuve la nota más alta en medicina interna, las felicitaciones del jefe –que lo ví a lo mucho 4 veces y me decía “Lamata”. Rosita en cambio, era mi amiguita influyente, aquella a la que iba a ver una vez por semana, le llevaba una barra de energía o alguna muestra de quemadores de grasa, y siempre bastaba con que levantara el teléfono para que sus órdenes se cumplan ipso facto.

Lo ve señora, no necesité de ligarme con Rosita, o de algún otro tipo de acercamiento, no todo es sexo señora! Sólo bastaba con conversar y ser amigos.

Lanatta