Señora, en mi época de niño a las amigas muy amigas de mi mamá les decía tías. A muchas de ellas por obligación "Lanatta, saluda a la tía Chupita", pero otras amigas de mi vieja se volvieron parte de mi familia, tengo "tías" a las que llamo así con el cariño y la familiaridad que me merecen. Hoy mi tía, la Gringa se fue. Y entendí que no es sensato hacerle una despedida, sino un agradecimiento.   
G:\gringa


Hoy te fuiste Gringa, hoy decidiste mandar al carajo cualquier sufrimiento adicional, hoy simplemente te zurraste en todos, y te moriste porque te dio la gana.

¿Sabes que Gringa? Tú me cargaste casi recién nacido y esos ojos verdes con tonos violeta que tenías, me dejaron hechizado, me encantaba mirártelos, y crecí mirándolos enamoradísimo de esos ojos que tenías. Tú Gringa, leíste mi futuro, y creo que desde los 2 años me llamabas “doctor” pero no lo decías tal cual suena, le dabas esa entonación que sonaba más a “doctorsh”. Te debo mucho Gringa, te debo el que siempre, a todas mis fiestas de cumpleaños de niño, siempre llegabas, a veces sola, otras veces con Rosita, tu sobrina.

No es raro, que yo desde que tengo uso de razón te llamara, tía, mí tía. A pesar que, entre mi vieja y tú, sólo hubiera una amistad de tantísimas décadas. Yo aprendí a que lo valioso en ti Gringa, era que eras directa hasta el último rulo. No te casabas con nadie –de hecho, te has ido siendo “señorita”- y vamos, aprendí que a ti siempre debían tenerte como amiga, porque los rajes que te mandabas con mi vieja, eran tales, que aquellos pobres seres humanos de los que hablabas, te aseguro hubieran preferido estar muertos. O como alguna vez que te escuché protestar por algo, no recuerdo si era a un policía de tránsito, porque mi vieja se pasó la luz roja, o porque se había estacionado mal y le quería poner la papeleta bendita, le metiste un rosario tal, que ese pobre guardia, debió haberse sentido chiquitito –claro con el metro setenta que te manejabas- y debió haber entrado a alguna institución psiquiátrica de la inmensa depresión que le causaste –escuché decirte hasta de lo que se iría a morir.

Pero, ¿sabes qué Gringa? Te debo a ti a alguien, a esa niña que llegó del lejano Iquitos con 9 años, y a la que jodido como soy, me encargué de gastar bromas pesadas, ser chinche, vamos que te aseguro, que me odió, y que me debió haber odiado por mucho tiempo. Pero cosa graciosa, esa misma niña regresó 3 años después…ya no era tan niña, esa niña a la que yo a los 9 años fastidiaba –y ponía ella cara de odio y furia- y a la que nos embutieron en una misa larguísima en pleno verano allí por Magdalena, esa misma niña volvió tan distinta, tan cambiada, tan todo, que ese día cambió mi mundo.

Gracias Gringa, porque a mis 12 años, esa niña me hacía estallar el corazón, me ponía a mil por hora, me hacía soñar, querer más y más días de verla, y que ese verano no se acabara nunca. No sé qué me hizo ella, yo aún no lo sé, se lo vengo preguntando por muchos años, ¿fue un encantamiento? ¿Un hechizo? ¿Macumba brasileira? Pero sí debo reconocer Gringa, que ese verano, es mi disco duro favorito. Le pongo play y lo rememoro, le pongo pausa, le cambio la cámara.

Ese verano mientras íbamos a Playa Hermosa en Ancón, tú Gringa y mi vieja, tan cómodas en los asientos de adelante del viejo Volkswagen naranja y yo apretado con esa antigua niña, en ese momento chica, que no quería que el viaje se detuviera, y ojo a pesar que estaban allí tanto su hermana menor, como la chica que nos ayudaba en casa –haciendo de violines claro está- tú nos mirabas de soslayo, buscabas creo, atraparnos in fraganti. Nunca lo supe, nunca me lo dijiste.

Te cuento Gringa, la abrazaba sin miedos, le agarraba de la mano, le miraba, me miraba, y cuando ella me miraba, me dejaba idiotizado, tenía esa capacidad de simplemente ponerme en pantalla azul, y mi Windows no arrancaba. Ese verano Gringa, ni bien ella se fue, decidí no dejarlo pasar, decidí coger un viejo block cuadriculado y un lapicero Novo, y escribir; escribir cada momento, y escena, pensando se me podrían olvidar de algo, tenía pésima memoria para las fechas en los cursos del colegio, tenía pésima memoria para los nombres de los próceres o de los famosos griegos, pero la verdad, es que no se me olvidaron nunca esos momentos con ella. No sé si decirte gracias a ti Gringa, porque al traerla, ese verano descubrí hacer esto que amo, que es escribir. Pero te digo algo, la inspiración corre necesariamente a cuenta suya.

Gringa, sí debo decir me sentí defraudado, porque pasé todo ese año, pensando en tu sobrina, pensando que el colegio terminaría rápido, y sería de nuevo verano, y ella volvería, y claro hasta pensaba en ponerle “Capítulo II”. Pero ese verano ella no regresó, ni el siguiente, ni el subsiguiente. Y al darme cuenta que no venía, te pregunté por cómo estaba su hermana menor –vamos tenía 13 años y mi sutileza era de nivel papa frita- levantaste una de esas cejas que solías depilar tanto que parecían dos líneas de plumón marrón, y me dijiste “estás preguntando por ella o por su hermana”. ¡Me cagaste Gringa!

A los pocos años decidiste regresar a tu querido Iquitos, y no te volví a ver. Claro en el 96’ te recordé mucho, pero te recordé porque ella regresó, tu sobrina, por alguna loca razón llegaba a la casa de mi vieja a saludarla, y terminé saludándola yo a ella, habían pasado casi 8 años, pero los dos no nos habíamos olvidado un segundo. Parece poético, parece una historia sin fin. ¿Quién quiere ponerle fin a algo tan bueno siempre?

Pero ella, hoy me avisó que te habías ido, y ¿sabes qué hicimos Gringa? Te honramos a nuestra forma, dándote gracias por haber aparecido y habernos juntado, porque así los años pasen, con ella simplemente regreso a tener 12 años, porque los dos casi en paralelo tenemos fotos tuyas cargándonos de nenes, porque no habrás llevado una gota de mi sangre y serás siempre mi tía. ¡Gracias Gringa! Allá donde estés, ¿te digo algo? Hoy alguien a quien quiero mucho sonrió a pesar de su tristeza, y me prometió a pesar de tantos años, que no nos podemos dejar.

Lanatta.