Ya sé, cuando alguien quiere un consejo debe recurrir a los padres, al cura o al psicólogo, pero no necesariamente los padres no nos darán un consejo estratégico, será más moral o incluso nos dirán que es nuestra culpa y responsabilidad. El cura nos hablará de la fe, de alguna parábola y que nos apoyemos en la oración. El psicólogo, nos hablará de nuestra infancia, y buscará sabes si nos tiramos el pedo a la derecha o a la izquierda antes de ir al meollo del asunto.
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Hoy caí en la cuenta señora, que tengo dos amigos a los que les permito todo. Tengo dos amigos a los que así me digan zamba canuta yo les escucharé, y haré caso, casi como si de un oráculo se tratara.

Óscar es mi amigo desde hace más de 5 años, fue gracioso cómo nos conocimos, y éramos al inicio de tratarnos con demasiadas formalidades, nos doctoreábamos demasiado “sí doctor, por supuesto, doctor”. Hasta llegar ahora a esa confianza de “onearnos”: lo típico, es una costumbre peruana el onearse entre los patas, “habla ‘on, sí’on, ya’on”, lo sé puede parecerse al “weon” chileno, pero nosotros somos los artistas de simplificar el idioma, y lo resumimos a “on”. Ojo Óscar no es que sea mi amigo porque seamos hinchas de Alianza –nop, es de la U-, porque compartamos profesión, o porque siquiera vayamos al mismo gimnasio, pero sí es un amigo que ha estado conmigo en esos momentos densos, y al que con sinceridad, le debo esa tranquilidad de decirme siempre “Lanatta, tú tranquilo, no pasa nada”.

Lucecita es mi otra amiga, ojo acá le pongo Lucecita, y puede incluso que le jorobe que la llame así. Pero es una tipa súper divertida, con ella puedo hablar de tantos temas que es poder enfrascarnos en broncas de por qué soy capitalista y de derechas, y en que ella está convencida que no es socialista, ni comunista, pero que ni fregando sería capitalista. Eso sí, disfruta comprar diez mil cosas en los malls –súper proletaria ella- y saberse de memoria todos los maquillajes habidos y por haber –y de hecho comprarlos y ostentarlos-, revolución, revolución..

Pero a estos dos amigos, les pida o no, les dejo darme consejos –y me di cuenta ayer. Es más, en alguna ocasión refunfuñaré, o discreparé y daré toda una disertación sobre mi punto de vista. Con Óscar, por ejemplo, son llamadas que pueden agotar la batería de un celular recién cargado, mínimo 3 horas, pero es tan buen amigo que me escucha, que me deja hablar y opinar, y cuando ya dije todo, me va a soltar una perorata, larga, muy larga, me hablará como una especie de estratega que te está describiendo el tablero de ajedrez, contándome cada movimiento de cada pieza. Si fuera yo italiano, estoy completamente seguro sería mi consigliere, algo así como Silvio Dante el consigliere de Tony Soprano, o como Ciro di Marzio con Gennaro Savastano. Es tan amigo mío, que está autorizado a putearme las veces que le dé la gana, sé que lo hace porque siendo tan buen amigo, no quiere que yo me sienta mal, o que simplemente la vaya a cagar.

Lucecita, no es tan de putearme, no. Ella es más pomposa en darme sus disertaciones, siempre con buena onda, claro no me acusa de ser huevón, sólo me lo insinúa con carteles, flashes y gif’s. Pero sus consejos también son muy directos, con una perspectiva incluso maternal, no la veo a mi vieja, dándome los consejos como me los da ella, pero sí me permite tener opciones de juego o de maniobra, no me plantea un problema, me plantea ideas de solución en el plazo más adecuado. Juega al hacerse la que me da opciones, cuando en realidad ya definió la mejor estrategia y me la marketea como la “opción más adecuada”. Súper pendex.

Tener amigos así, para mí es fundamental, son amigos con los que puedo contar, y ellos pueden contar conmigo. Y supongo en eso se basa la amistad, en contar con el otro, por ejemplo, con esto de la pandemia, Lucecita antes de cada discurso de Vizcarra me preguntaba por si ya levantaban la cuarentena, y claro allí mis datos son siempre demasiado frescos de fuentes confiables. Que no que se va mínimo hasta fines de junio –o como ahora: espérate a 28 de julio.

Ojo tengo un gran amigo que es Fernando, pero él no es consigliere, es sólo mi mejor amigo, no le gusta darme consejos, no le gusta hablar más de lo necesario, no me va a contar ningún secreto de Wall Street –vive en NYC-, ni tampoco me sugerirá que mueva dinero a tal o cual fondo de inversiones o grupo de la gran manzana. Pero eso sí, tenemos la confianza de ser los patas que se buscan mínimo un par de veces por semana para saber cómo está el otro, para saber, si alguno de los dos murió primero con el covid19, o si alguno de los dos optó por el cambio de equipo –no piense mal señora, no de ese cambio de equipo, sino que somos antagónicos en todos los espectros deportivos, yo soy hincha del Madrid, de Boca y de Alianza y él de todos los contrarios.

Pero el que tenga amigos y consiglieres también me da una cierta responsabilidad con ellos. Los amigos dicen que a diferencia de la familia nosotros los escogemos. Yo allí sí debo decir lo contrario, yo creo más que ellos por alguna razón me escogieron a mí, que como diría mi abuela “Dios los cría y ellos se juntan” y es porque los locos somos un gremio.

Pero es verdad, la mayoría de mis amigos, no de esos que me dan consejos, pero sí con los que converso con cierta frecuencia, no son personas del todo cuerdas. Tengo por ejemplo un amigo que es psicólogo, y es la completa antítesis de todos los psicólogos que existen en el país, es un tipo completamente pragmático, que no es muy tajante con sus pacientes, tiene una visión política pulcra y sus charlas, no son más que disertaciones que lindan entre lo político, económico y hasta religioso, pero vamos es un tipo genial con quien puedo conversar hasta reír nivel sopa.

Ahora bien, sí debo agradecer a mis dos consiglieri, no les importa nada, ni nadie, no se frenan al decirme que estoy por cagarla, cagándola o aquello de “¿qué mierda hiciste Lanatta?”. Lo simpático es que sea, como sea, me van a soplar alguna respuesta para este examen larguísimo que es mi vida, y claro ese sólo hecho, es algo que debo agradecer. Os quiero majetes.

Lanatta