La gracia de ser escritor es que la fantasía, y la realidad se pueden entremezclar en un relato, siempre les recuerdo que cualquier parecido con la realidad, es mera coincidencia
onirico


¿Soñaba sabes? Soñaba que llegabas un día a la consulta, soñaba que ese día por extraña razón mis pacientes cancelaron. Que simplemente estaba allí en mi box, leyendo reportes, solicitando información de algunos productos, hasta que tú llegabas. No, no llegabas de sorpresa, te había pedido yo, que vinieras, venías con esa falda tan oportunamente suelta, con esa camiseta tan ligera y con esa mirada asesina, que insisto sólo tú sabes dar.

Mi oficina se engalanaba con tu presencia, te miraba y mis ojos, te soy honesto, tenían dientes te comía con la mirada, te ponía mentalmente en mil situaciones conmigo. Nos sentamos, y al hacerlo tu perfume, esta vez cítrico, invadía todo el ambiente –ya lo sé eres la mujer de los mil olores, pero todos ricos, todos encajan tan bien contigo. Nos relajamos, fue el beso del saludo, un beso te diré tibio, casi de obligación, debíamos conversar un poco y así lo hicimos. Y conversábamos y nos reíamos, y vamos que esa compatibilidad que tenemos, siempre hacía que te robe el final de tu oración, y sólo decías “exacto”.

Lo que vino luego fue ese acariciarte, fue irte tocando, sentados los dos juntos, fue irte haciendo sentirme, despertar no sólo tu interés, sino tus ganas, esa esencia de hembra tan tuya, esa fiera que tú llamas indomable, pero que simplemente se confundía con la bestia salvaje que soy. Ese sentirte en el beso jadeando, ese irnos comiendo la boca sin pausas, ese meterte la lengua, y que tan complaciente me dejes frotar la tuya, para acabar mordiéndonos.

Y nos comíamos a besos, y nos acariciábamos más. Y de pronto la incomodidad de aquellas sillas de terciopelo negro se volvían tan poco apropiadas para nosotros, para nuestros cuerpos. Que lo que mejor cabía era pararnos, como esos locos enamorados que se besan así sea en la calle, pero que se besan, que se aprietan, que se dejan tocar y sentir. Era un besarse, un apretarse, era un llevar el cuerpo del otro, dentro del de uno. Era acorralarte, entre la pared y mi cuerpo, era besarte el cuello, reventarte la boca, ir por todos lados con mis manos, no dejar una sola parte tuya sin tocar, sin sentir. Eran tus piernas tan olorosas y suaves por tus tantísimas cremas, que hacían que no pudiera dejar de tocarlas, de apretarlas, de que suba a tu culo y lo tome sin misericordia, que lo lleve contra mí, que sientas mi verga pegada a tu vulva, que sientas toda esa erección por razón tuya y para ti.

Mi mano se insinuó entre tu tanga y tu clítoris. Había que saludar a un viejo amigo, y te tocaba, te ponía, te excitaba tanto, que ése clítoris delicioso te hizo responder, te hizo llegar, te hizo gemir como quería yo que gimieras, pero soy un puto boy scout, soy el tío que no se conforma con una o con dos. Quería más y seguir tocándote, seguir besándote, sin duda, seguir corriéndote sin misericordia, buscando a mi fiera para esta bestia que la deseaba.

De pronto, me miraste, me dijiste “acá no, no me la vas a…”, y de pronto mi verga se abría paso entre tu tanga, tus ganas y esa vagina deliciosa que muy húmeda me esperaba. Te embestí y pensabas que no lo haría, y embestía, y embestía. Y te abrazabas a mí, y tú la artista de la contorsión subías la pierna izquierda, para que me encaje mejor, para que mi verga te alcance mucho más dentro, aquella advertencia de no penetrar, se desvanecía mientras tus manos se aferraban a mi espalda con esos gemidos tan deseados por mí.

Te sentí por fin loca, loca mía. Te sentí tanto que nos dimos cuenta que queríamos más, que la siguiente parada sería ese sofá de cuero blanco, donde la diva se recostó, donde la diva me invitó a pasar, a saludarla y comerla, a lamerla sin algún tipo de restricción. Y la diva se movía, y la diva se excitaba y me miraba cómo le lamía, y su espalda se arqueaba, poniéndome ese clítoris en la boca, mientras mi lengua saludaba también esa vagina.

No, ya no te aguantaste, y me pediste vaya dentro, y allí recostada ya no te penetraba, te hacía el amor sin distancias, ni preocupaciones. No querida, no estábamos follando, eso cualquiera. El follar es aquel, pumpumchao, que a muchos satisface, pero a nosotros no. Somos de ese grupo de exigentes, de demandantes, de los poco conformistas que no se dan tregua. Y no te la di. A tal punto que te faltaba el aire, a tal punto que estabas cansada no porque mis 85 kilos estuvieran encima de ti, sino porque un modesto servidor te estaba haciendo mierda.

Pero vamos, no te irías a dar por vencida y me pediste ese cambio de posición, ese cabalgar a tu potro, que te daba ganas, y así tus pechos saltaban a nuestro ritmo, tus gemidos nos daban el marco perfecto, y tu cabello se dejaba tirar y conducir por ése salvaje que te estaba poseyendo. Volvimos a cambiar de posición varias veces, la maratón continuaba, te puedo asegurar que dudaste de aquello que te conté, que soy del tipo que se demora, que para buena o mala suerte la doy pasada una media hora cuando menos, y me parece que cumplí.

Cumplí mucho más de lo que pensaste, y jurabas exageraba, llegaste a tal punto de frenesí, de locura que mordías mis hombros, mi pecho y mi cuello, y sí puedo decir que la fiera salvaje comenzó a desatarse a darse cuenta que dentro suyo no tenía a un inferior, al que luego mirar con desprecio, sino que la diva tenía al costado a quien le daba sin parar, el que no se guardaba nada con tal de recibir todos los gemidos, todas las convulsiones y todas esas formas tan nuestras.

Es verdad, no te declaraste vencedora, tampoco derrotada, hicimos tablas, llevamos nuestro primer encuentro a un nivel que como buenos implacables que somos, decidimos declarar el empate, con la clara convicción que iríamos a por muchos desempates más.

Oh sí, y claro, luego me desperté del … ¿sueño?

Lanatta