Ocurre señora, que a veces, las historias intensas y bonitas tienen un final imprevisto, y a veces llevar el luto es sólo un tema de extraviarse en algunos riffs de guitarra
gym


¿Por qué tenía que conocerte en ese momento? Es irónica la vida querida, es tan irónica que justo cuando la mujer que uno pensaba que no existía, pasa por delante de ti, y te roba un suspiro, sí te lo roba, te lo roba cual fuera un carterista en plena plaza. Y eso me ocurrió contigo.

Ya mi vida en Madrid podría decirse estaba establecida, una plaza en el hospital donde trabajo hasta ahora, una pareja con la que quizás por el desgaste del tiempo, o por simplemente: dejadez, habíamos manejado las cosas al punto que éramos más compañeros de piso, que pareja en realidad, cada cual a lo suyo, incluso los domingos en los que me encerraba en el gimnasio por 3 horas, mientras ella se iba a hacer running. Sí pues muy distanciados. Tanto que podría decir que el tema sexual ya se había dejado tanto de lado, que entre mis tiempos de hospital, mis horas de gimnasio y mis momentos de lectura, ya había ocupado todo mi horario, y aquello de follar por follar, pues no me resultaba atractivo.

Y sucedió que ese día apareciste tú en mi gimnasio, la chica nueva, muy a los cascos rosados, no miraba a nadie, no hablaba con nadie, sólo concentrada en lo suyo. No voy a negar que te miré, vamos que los ojos se hicieron para mirar, y me pareciste atractiva. Pero te perdí de vista mientras entrenaba, mientras me concentraba en mi entrenamiento, mientras sonaba mucho heavy metal en mis oídos.

Pero las coincidencias son así, y cuando esperaba el ascensor que me condujera a los estacionamientos, de pronto aparecías, ya sin los cascos, ya vestida para irte a casa, muy distinta a la chica que vi entrar, muy seria. Sólo dije un hola, y me respondiste igual. Vamos no iba a ser la charla más larga de la historia, no iríamos a montar un café en el ascensor. Mi modesto Renault, se veía incluso hasta pequeño en comparación con la Mercedes G 550, que a mi parecer no combinaba contigo.

Pero no fue hasta el siguiente día que te vi en el gimnasio, que de pronto me hablaste, llevabas esa lycra semitransparente que con mucha coquetería cubrías a la altura del culo, y sí claro te ayudé a poner los discos en la prensa, que probablemente cualquier monitor podría haberlo hecho a tu pedido. Pero me lo pediste, y sin duda, yo tan voluntarioso te ayudé, de hecho, me quedé a tu costado te decía cómo hacer el movimiento, como ponerle un poco más de intensidad. Te reías, porque te decía que pienses en tu peor enemigo y empujaras. Bah, estaba mirándote hacer la rutina, hasta que caí en la cuenta que estaba dejando la mía de lado, me apuré en regresar a lo mío, pero te confieso, no dejaba de mirarte, hasta que saliste de la prensa y me miraste tú, y que tal choque de miradas, sonreíste. Me mataste.

Al otro ejercicio te acercaste, me pediste que te ayude, te miraba y me mirabas fijamente, no era de verdad, esa mirada me estaba matando, esos ojos color granadilla simplemente me idiotizaban. Hice todo para coincidir contigo al bajar, me presenté: Lanatta un servidor, sólo dijiste Eli. Me preguntaste si al día siguiente podríamos entrenar juntos, te dije que sí. Boom!

Todo lo que quedó de esa noche, y esa mañana en el hospital, simplemente fue un transcurrir de horas, quería terminar lo más pronto, cambiarme e irme al gimnasio. Ese día entrenamos, ese día al salir al ascensor ya no estabas vestida tan seria, estabas más sexy. Así fue como al salir del ascensor te dije que te llevaba el maletín, te acompañé hasta la Mercedes, y te besé. O bueno hice el ademán de besarte que, de inicio me esquivaste, ¡olé! Une hermosa verónica para la platea, pero no quedó allí, te acercaste tú, y comenzamos ese juego de acercar los labios, de hablarse a la boca, de provocar hacia el beso, pero no besarse, ir excitando de a pocos, hasta que es verdad, lo admito, fuiste tú quien decidió cuándo besar. Sólo nos besamos, sólo te acaricié ligeramente, te subiste a la camioneta, nos veríamos al día siguiente.

Era jueves y tenía guardia, pero no planeaba perderme el verte, hablé con mi jefe y tomé la guardia negra –la guardia de sábado para domingo, la que nunca nadie quiere. Y fue así como puntualmente llegué al gimnasio para encontrarte, claro que entrenamos, pero esta vez las sutilezas las dejamos de lado. En pleno ascensor, nos comenzamos a besar apasionadamente, al salir me dijiste que te siga. Y fue así como terminamos en la finca de Colmenarejo, menudo casoplón. Ese día desnudé tu piel, ese día nos poníamos locos, un Riscal compañero le añadió los toques necesarios, pero todo el tiempo estuvimos entre la sala, la cocina y el comedor, nunca subimos a la habitación. Vamos que tampoco me resultaba una necesidad, que los sillones fueron buenos aliados. Te soy sincero, lo asumí como que no querías que me quedara a pasar la noche, vamos era nuestra primera vez, y como todo caballero me despedía a las 3 de la mañana luego de una alegre maratón en tu piel.

Es que he perdido la cuenta de cuántas veces tu sala fue nuestro centro de operaciones, nuestro albergue perfecto. Para ese momento ya te había contado de mi situación contractual, y tú me contaste de la tuya. Estabas comprometida, un tío varios años mayor que tú, allí comprendía el porqué de una Mercedes tan ostentoso, las suposiciones tenían sentido, el tío tendría toda la pasta del mundo, pero dejó de hacerte feliz, hacía mogollón de tiempo. El hecho que tuvieras dos hijos de tu matrimonio anterior, también inclinaban la balanza, que alguien te aceptara en esas condiciones para conducir una relación de pareja, era poco probable. Es verdad, no eras feliz, y me lo dijiste con lágrimas en los ojos, y lo único que podía hacer yo era abrazarte.

Las semanas pasaron, y era llegar siempre a tu casa, porque en mi piso siempre estaría mi compañera, ex pareja, y había allí algo así como un contrato tácito, un compromiso de partes, nadie llevaba a nadie. Tu pareja, novio o prometido siempre estaba en su oficina del segundo piso, de allí que dejar mi coche fuera no era un problema. Que entrar tampoco, que estar allí abajo no incomodaba ni a tus hijos, ni a nadie. Sin duda, éramos amantes, como reza aquella canción “los que a escondidas entregan la vida”.

Hasta ese día de octubre en que me dijiste que te casabas. Vamos, eso ya me lo habías dicho te irías a casar en algún momento, pero claro en ese instante no me lo esperaba, ya había una fecha de bodas, un viaje de luna de miel a las islas griegas. Y mirándome a los ojos me preguntaste si seguiría yo contigo. No había que pensarlo mucho, te dije que sí. Y te casaste, y ese día y los demás, sólo puse esas canciones de rock viejo, esas puñeteras baladas de rock, en las que los riffs de guitarra te destruyen por dentro. Hasta que tu mensaje llegó 10 días después querías verme. Y claro nos vimos, nos besamos, pero te soy honesto. Faltaba tantísimo sabor a tu beso, que se sentía más a un beso de compromiso que a ese besarnos a nuestro modo. Te juro, intenté quitarme esas ideas, pero nos despedimos en el mismo estacionamiento del gimnasio. No eran celos, simplemente algo en ti había cambiado, y ese suspiro que me robaste al inicio, se convertía en ese suspiro de despedida. Entendí que esos riffs de guitarra me habían hecho llevadero mi luto. Y que te besaba despidiéndote, porque tu sabor me lo decía.

Lanatta.