Es que me he pegado varias veces contra la pared señora, soy un especialista en ser una especie de kamikaze, ojo, no me arrepiento de lo vivido, ni de lo bailado, pero claro que me pueda reconocer como un romántico, es complicado  
roma-n-tik


Me tocó aquella vez, en la que era casi un primarioso, un debutante en todo incluyendo la secundaria. Aquella vez descubría sensaciones, aquella vez una niña de 11 besaba a uno de 12 y mi planeta cambiaba. Luego a los pocos meses –y con ese sabor que aquella niña me dejó en la boca y para siempre- me encontraría con quien sería la poseedora de mi primera vez. Es cierto, soy yo también el poseedor de su primera, pero insisto señora, los caballeros no tenemos memoria. Pero sí para lo que ocurrió en mí, para lo que esa piel, esos labios y miradas implicarían en mi vida. Eran los 90’s, los besos sin control, los “chapes” contra el muro del colegio, los “uh” de los compañeritos del salón.

Una época que me marcó, una época de temores, y de ese “yo” romántico. Sí ya habían CD’s, pero la gracia era regalar un “cassette”, una grabación en la que uno se inspiraba para seleccionar las canciones, canciones que llegaran muy hondo, que fueran del agrado de esa “ella”, y de paso hacerlas de locutor, y entre canción y canción meterle algún mensaje inspirado, algún texto que se haya sacado sea de un libro, película o hasta de una puñetera telenovela. Vamos, que yo era el nene que se ponía a grabar, que calculaba el espacio de cada cara de los cassettes de 60 minutos o si ya estábamos con esa locura, irnos a los de 90 minutos. 90 minutazos de música y mensajes hablados. Hiper romántico.

En esa época también estaba aquello de los peluches. Vamos, pero no podía ser cualquier peluche, tenía que tener algún significado. Nunca regalar una perra, porque claro todas las amigas le irían a decir que uno la consideraba perra, puta, dicho en ese limeño noventero un rucón –o un putón para mi castellano madrileño. Entonces tenía que expresar algo, por allí que piense en uno, entonces podría ser el león o un tigre, porque claro siempre está el tema felino como sinónimo de campeonato sexual. Nunca ponerse como un lobo o zorro, porque nos dirían que uno se asumía el cazador, y ella la presa.

Pero, los 90’s pasaron, la vida lo hace a uno ser menos romántico, o al menos a mí. Dejé de escribir cartas de amor, de mandar mensajes o tarjetitas, de comprar peluches. Alguna vez alguna ex que tuve cuando me aparecí con un peluche, me dijo en perfecto catalán: “Ets retardat? Ja tinc més de 10 anys!” (¿Eres retrasado? ¡Tengo más de 10 años!). Y ese fue el final de mi romanticismo, llegó el pragmatismo, llegó esa parte que conforma mi ser tan odiosamente directo, tan incisivo que con una palabra puedo cortar y con dos me pueden odiar para toda la vida. Sí me puedo jactar de que ninguna ex con la que haya estado me odie –y eso lo digo casi como un general que luce sus galones, bueno sí hay una, pero vamos: una es ninguna.

Pero lo cierto es que mi romanticismo con mi vida madrileña se terminó de extinguir, tampoco es que a alguna pareja mía la haya cosificado, o sólo vuelto un objeto, pero es innegable que en más de una ocasión he tenido parejas sexuales, que estábamos para el tema sexual, pues nos resultaba satisfactorio, y con las mismas que nos veíamos, nos despedíamos, cuando tengamos ganas nos veremos, fin de la historia. Sin rollos, sin avisos de despedida, sin temores al quiebre, sin apuestas a por algo.

Y en más de una ocasión alguna persona que leyó este modesto blog, me dijo que yo le parecía un romántico consumado, sin embargo, siempre me dijeron lo contrario, “vamos Lanatta eres menos romántico que una lata de judías”. Y a pesar, que soy de las personas de demostrar afectos con facilidad, no es que precisamente me dedique a ser romántico. Mi máxima expresión de romanticismo ha sido crear un playlist en Spotify para una persona. Me volví más físico, más del beso intenso, más del tocar y buscar ser tocado. Más del llevar piel encima de la piel, más de incitar y excitar. Apasionado sí, ¿romántico? No lo creo.

No me veo escribiendo nuevamente cartitas de amor, no me veo decorando una habitación con globos, rosas y velas. Lo hice, sin duda que sí. Hice aquello que una ex novia rumana me sugirió una vez y era aquello de cortarnos la palma de la mano y juntar sangre con sangre, unirnos según lo que se acostumbraba. Y tampoco funcionó. Sí pues, a mi cuarenta y pocos tacos, la he cagado mogollón. Podría decir que aprendí aquello de que las relaciones tienen una fecha de expiración, de que vamos a comenzar con ilusiones y pasiones, pero que en el camino vamos a dejar de ser aliados para ser contrarios. Y llegarán las broncas, las desilusiones, y yo diré mi frase aquella de “para pelear se necesitan dos, y yo no seré parte del dúo”.

Jode enamorarse señora, jode querer, jode necesitar a una persona. No dudo, es rico sentirse querido, es maravilloso cuando la pasión y el deseo se tornan en distintas formas de ilusión de desenfreno y locura. No conocí a una sola mujer que pudiera mantener esa pasión encendida siempre. Y traté de poner de mi parte, traté de hacer cuanto pude, de innovar, de mantener viva la llama, pero algo debo tener mal en mi programación que también entendí que una vez que comenzó a apagarse, no volverá a encenderse. Que es cierto, es más sabrosa una pelea, si sabemos reconciliarnos, porque en la reconciliación despertaremos a esas fieras hambrientas que podremos alimentar con su bocadillo favorito.

Pero, no puedo negar algo, y es que la relación no es de uno solo que toma la batuta, es de dos, es darse ambos, es querer complacer y ser complacido por esa persona. Es volverse loco y volverla loca. Y eso es tan complicado de encontrar, que a veces uno pierde incluso los reflejos, y en realidad se acomoda a lo que tiene –si es que lo tiene- y si no lo tiene, pues a veces es mejor solo que mal acompañado. Aunque siempre uno quiera encontrar a esa persona que le haga a uno ¡boom!, y de pronto todo cambie de color. Claro haciendo votos por no pegarse otro piñazo contra la pared, y claro siempre suele doler.

Lanatta.