Encuentro una historia que se quedó refundida en el tintero, aunque debería reconocer que fue en el disco duro de mi vieja laptop de pocos GB. Y vamos que no se llenó de polvo, sólo había que ponerlo en línea.
search: pasion


Alguien aquel día dijo “son tal para cual”. Lo decía una amiga tuya sentada en el sofá frente a nosotros. Lo decía en un tono de envidia y sarcasmo. Claro, llevábamos pocas semanas aquel día, habían pasado recién 3 semanas, en las que celebramos tu cumpleaños, juntos. En las que simplemente te vi por la mañana por un ratito, pero que, por la tarde, te vería de nuevo, y esta vez acompañada de un vino escondido en una botella de rehidratante: “para no inducir a las sospechas”. Ese día de tu cumpleaños, no lo celebrabas con tus amigas, con tu familia o con quien sea, sólo lo hacías conmigo, y ese día a modo de celebración, me comiste la boca. Lo sé, debo reconocer ello, yo hice mil intentos, pero la que al final tomó la decisión a por ese beso fuiste tú. Y llevábamos una semana de habernos conocido, de que te vi un viernes a la noche, y luego el martes aquel, en que no aguanté el hablarte pegado a tu cuello, y claro tan vengativa tú, el miércoles me devolvías la visita casi de médico, enfundada en aquel jean y escote en rojo, que me dejaron turulato, a pesar que la palabra adecuada fue “huevón”. No diré en esta historia tu nombre, ni la edad que cumplías, sólo reconoceré que ese día la reunión era porque yo cumplía 4 años más que tú al día siguiente. Y que por extraña coincidencia dieran las doce y recibía mi cumpleaños a tu lado, en la parte de atrás de mi coche.

De allí en más todo evolucionó, tan rápido, que pasamos de un “me gustas”, a un “te quiero”, a un enamorarse sin sentido, a un “te amo” por whatsapp, y dejamos a un lado el sexo, para hacer el amor, para amarnos piel a piel. Que todo era a tiempos récord, que surfeamos a alta velocidad. Que era besarnos con esa intensidad orgásmica que a los segundos estallabas, que te comía con la mirada, y goteabas. Pero sí pues, era romper todas las reglas, todas las velocidades, era montarnos en la A-5 con los coches a todo gas, volar a 200 km/h tú en tu vehículo japonés, y yo en el francés. ¡Ah francesa querida! Qué facilidad la tuya de convertirte en mi locura. Que comenzamos a cagarnos en todos. Qué fácil estar juntos, y cagarnos de risa de todos, qué fácil vernos y encender ese fuego nuestro que podría ser perfecto ora en el invierno para estar calientes, ora en el verano para estar ardiendo. Qué fácil reírnos y besarnos, ¡coño! Qué fácil se nos hizo ser felices juntos.

Ojo, no sólo un tema de atracción, eso podría pasar, era no dejarse, resultaba imposible un día sin saber del otro, un día sin estar juntos hacía que sea urgente, buscarse al inmediato siguiente, para estar juntos, para sentirnos completos. ¿Sabes algo francesa querida? Yo venía con una mochila llena de temores, de dudas, de fracasos estrepitosos, de insensateces. Pero hiciste que todo eso volara. Y, ¿te confieso algo más? Tenía miedo. Tenía muchísimo miedo a estar en pésima forma amatoria, vamos ya sé podrán decirme que una vez que aprendiste a montar la bicicleta nunca más lo olvidas. Pero hay un detalle, mis formas amatorias se habían ido extinguiendo en el tiempo, ora porque la pareja que tenía colgó la mini y se puso el hábito de monja, ora porque no tener alguien que te exija, que te estimule y pida más simplemente hacía que perdiera cualquier entusiasmo.

Pero no pues, tú llegabas a incendiar la pradera, a no pedirme poquitos, a exigirme mucho, a retarme. Y cada día un reto distinto. Cada paso un reto mayor. Yo que me decía ser un retador, terminaba siendo retado siempre por ti. Quizás los retos que nos poníamos eran retos de amor, de querer sentirnos más amados, de que éramos capaces de amarnos con todo, sin darnos nunca migajas, ni pedacitos, era un todo por el todo, una apuesta con ganadores seguros. De allí que yo también te retaba, de allí que me atreví a pedirte que mi fe en ti, mi creer en ti, iría de la mano con que me hagas sentir que tú también estabas dispuesta a luchar por eso que era nuestro, a que, así como en nuestras peleas, podíamos ser dos contendores duros de caer, y que nos demostramos todas las armas que podíamos usar, y que pelearíamos hasta con los dientes, era mejor ser aliados y luchar con esas mismas armas por eso que teníamos y sentíamos. Era la versión más exacta de justicia, de equidad y, sin duda, de reciprocidad. No dejarse, no dar las cosas por vencidas, pelear por los dos, más aún pelear por el amor que nos declarábamos a todos los vientos.

No voy a negar que tu belleza, francesa querida, me atrajo en un primer momento, sí aquella vez que me dejaste huevón, tampoco voy a negar que nuestras formas aquella vez que rugíamos sexualmente no estaban del todo malas. Pero siempre está aquello del “¿y qué más?”, porque vamos algo grandecitos estábamos, sólo atracción o deseo no llenan la cesta. De hecho, recuerdo aquella conversación en tono álgido, en el que, casi recitando a un viejo Salmón, decíamos “no se puede vivir del amor”, y de hecho, la siguiente trifulca esperaste a que te muestre los dientes, a que lloráramos de amor. ¡La putamadre, estábamos enamorados! Pero allí, justo luego de aquella trifulca nos dimos cuenta no sólo el que estábamos enamorados, nos dimos cuenta de cuánto necesitábamos el uno del otro. Ya no era sólo aquella pasión, ya era el buscar sonreír y ser feliz, así sean unas horas cada día.

Sí pues, al estar enamorado uno rompe la noción del tiempo, las horas juntos se vuelven segundos, y los minutos separados días o semanas. Aquella vez tomando champaña y en plena maratón de cuerpos humedecidos por el amor, por el sudor, por el sexo y por ese delicioso calor, decidimos romper los maleficios que nos habían precedido, y volvimos a pisar juntos los pedales en la A-5, con ganas de más besos, de más tú y yo, dejando de lado las malas experiencias, y pensando en que Madrid siempre nos regalaría miles de noches juntos.

Madrid, diciembre 2009

Lanatta