Y a veces señora, una llamada de un par de horas hace que dos seres humanos se reconecten con tanta facilidad como si ayer si hubieran visto, sus reflejos, sus risas, sus tantísimos elementos en común, hacen que esa sincronía resucite tan fácilmente que no alcancen los peros
no suspicacias


Te voy a contar algo pequeña Poodle, algo que nadie más supo, ni sabrá, algo que sólo tú y yo podemos saber. Pensé que con nadie en el planeta podría encajar en gustos, en cultura, en formas. Ya lo sé, ¿qué de nuevo habría si quizás por alguna razón desconocida dos personajes que morían de hambre de cultura, de oler distintos aires, de buscar zafar de lo cotidiano? Pero tú y yo lo hicimos. Rompimos ese esquema logramos ser juntos tanto como cuando al hacer el amor logré estallaras en lágrimas, no era porque yo fuera el dotado digno de una película porno, era porque simplemente nuestras almas, pudieron mezclarse, embestirse, fusionarse.

Hoy me pareció increíble, que siendo las 3:30 de la mañana hora de Amsterdam –y de toda Europa invernal- se te ocurriera llamarme. Vamos que te hacía cobijada en los brazos de aquel “milky brother”, debe de ser buena persona, te puso el anillo y por más que supone es un contrato, te dice hoy esposa. Pero mi milky brother no creo sepa que entre nosotros existe esa historia que los libros no contarán, que quizás este mismo blog no comentará, y que sólo quedará como aquel viejísimo valse “este secreto que tienes conmigo, nadie lo sabrá”. Lo cierto es, pequeña Poodle, que hoy llamaste y de cierta forma pediste te contara sobre lo que pasó después. Después de aquel día donde si la llamada de tu nena no nos hubiera dejado en ese camino intermedio, te puedo asegurar ningún anillo podría separarte de mí, donde ese pertenecer –belonging- nos perpetuaría sin pausas.

No niego que tus suspicacias me mataban, sí pequeña Poodle celosísima tú. Yo venía de una relación corta con una nena que me quiso de mil formas, pero que nena al fin, sólo me dio algunos placeres. Tú en cambio, podías inspirarme en todos los que yo llamaba mis placeres escondidos. La música, la pintura, la escultura, el leer, el aprender, el buscar ser más que los mortales promedios. Y lo nuestro no eran placeres, eras la señora, del cole, la señora que no podía estarse exhibiendo tan fácilmente, pero también la señora que no dudaba en besarme, en amarme, en entregarse de todas las formas que nuestros placeres nos permitieran.

Y esa señora, un día dijo pertenecerme, un día dijo que ya no era la señora, la madre de familia, que era algo que me pertenecía –y ese algo sólo lo puedes decir tú. Y nuestros avances fueron a cada paso más y más intensos. Hasta que entre las suspicacias, la llamada de tu nena y un desencuentro a la espera de una fiesta de chicoteca, nos distanció.

¿Quién vino después? Su nombre no te lo daré, te diré que la amé, y que me amó, que me hizo convivir con ella y volvernos pareja frente a tutti li mundi. Que me volví su demonio, y ella mi ángel. Que a veces yo le amaba y le decía “boba” y ella me decía en pleno orgasmo “tonto”.

Pero con ella las sensaciones fueron distintas, supongo que no diferenciaría un Monet, de un Manet, que tu favorito Van Gogh, sería tan factible de ser interpretado como un Gauguin, que la “noche estrellada para cualquiera será una pintura más” pero no para esas texturas del azul, de ese pragmatismo de las nubes, el cielo y la luna los entenderíamos nosotros, que podríamos discutir el tema, que el vino o la birra nos serían buena compañía, y que al final de cuentas haríamos el amor.

Pero ella, quien llegó luego de ti, calmó mis dolores ante tanta suspicacia, que no te habría cambiado nunca por alguna “gata reggaetonera” mientras tú me dieras ese amor con sabores a pancakes y mazapán. Que ojo, algunos meses después me dijeron que tu plan de irte a Holanda era un hecho desde hacía muchos años atrás, que tu objetivo era ése, y que claro yo fui algo así como el campeón que llegó para ser parte del entretenimiento –una amiga de Gordito me lo dijo años después en una cena del MQ, y una chef amiga me lo confirmaría. Sí pues a veces los seres humanos somos pasajeros, y mientras sepamos nuestro lugar y lo aceptemos, no hay duda que cuando acaba, nos queda despedirnos y a lo nuestro sin voltear atrás.

Esa partecita, me quedó en pendiente contigo. Esa parte de despedirte, de saber qué hubiera pasado si esa llamada no se daba, de ¿qué hubiera sido de nosotros? ¿Vivirías conmigo en Baleares? ¿Habría viajado a Amsterdam a ser el rival de Peter Pan? ¿Serías la señora Lanatta y no Slotboom? ¿Habríamos podido sobrevivir a tus suspicacias a por ser unos días o meses menor que tú?

Muchos años después hubo una señora Lanatta, que se casó conmigo, y que hizo que oficialmente me vuelva militar de la UME. Sí pues, yo el irreverente Lanatta, asumiendo órdenes, pasando por labores civiles y militares. Hasta que alguien se dio cuenta que mi expertise era más el campo de inteligencia y de medicina. Y allí estuve como pez en el agua, allí me desarrollé tan bien, que hoy soy capitán al servicio de Su Majestad.

Pero eso es historia pasada, seas la señora Slotboom o la señora Bigbattaboom te advierto que tu historia y la mía dejaron el cuaderno con hojas en blanco, que deberemos escribir, que deberemos quitarle la pausa a esa historia perdida en el tiempo allá por esa Lima en el departamento de mi vieja, o en el diván con vista a Larcomar. Ya no importa querida, sea Marbella. Amsterdam o Lima…la historia deberá despegarse del botón de pausa, que no sé qué pasará luego, pero sí te aseguro hay un código de vestimenta a por ello, y digamos mantendré mi exigencia. Y hoy a pesar de nuestra llamada de más de dos horas te diré algo…no hemos perdido nuestros reflejos por nada, y eso me alienta a saber que habrá muchos más en ese acercamiento progresivo programado, lo aprendí en mis clases de vuelo, en las que dejo al avión ir reduciendo velocidad y altura a medida que nos acercamos a pista, y ¡zas! Aterrizar perfectamente.

Lanatta a torre, solicito permiso de aterrizar.

Lanatta