Señora, toda situación de pareja implicará siempre un ir adaptándose a la otra persona. Es un proceso evolutivo, es a veces cansino, y muchas veces desgastante. Vamos siendo honestos, no habrá jamás en el mundo una persona que piense y sienta como uno al 100%, y con quien tengamos ese nivel de telepatía de comunicar las cosas sin decirlas, tan solo con pensarlas.
No me digas



Alguna vez me dijeron “¡Lanatta, sos imposible!”, y digamos que mi contraparte, tan porteña ella, me lo decía mientras lanzaba un CD de los Oasis por el balcón de la novena planta de mi humilde piso en Recoleta. Yo era “imposible” porque tenía 21 años, porque le decía que el tema de que tuviera amiguitos tan simpáticos y de extrema confianza, como para decirle a ella lo buena que estaba o que ese culito se veía provocador, como que no encajaba en mi Yo aún peruano, tan tercermundista, tan de la vieja escuela, que ella me decía que era un tema de inseguridad, que “¡Lanatta sos un inseguro, celoso y machista!”, pero es que a mí el tema no me encajaba para nada.

Pero como soy de las personas que si me dicen “esto es normal”, pues, comencé a tener “amigas” que también fueran de extrema confianza, amigas a las que a mis 21 años quizás recogería de la universidad o incluso del colegio –tenía una “amiga” de 18 años aún en el cole- y que también comenzaban a llamarme, también comenzaban a hablarme en tonos subidos, y de pronto, a mi modo de ver las cosas se habían equilibrado, ella tenía sus amiguitos y yo mis amiguitas, y entre todos hacíamos una hermosa comunidad cargada de gentilezas, simpatía y claro “muchísima confianza”. El asunto es que cuando mi contraparte porteña vio mi conversación en la pantalla del ordenador que sostenía con una de mis amiguitas vía el desaparecido MSN Messenger, ardió la pradera. Y es que claro los amigos de ella sólo eran amigos, mientras mis amigas eran todas unas zorras. Y mientras el CD de Oasis volaba hacia la la Av. General Las Heras, dicha relación de casi 8 meses terminaba.

Así aprendí a que el juego de los celos había terminado para mí, con consecuencias tristes, pues a pesar de todo, es verdad que yo quería a esa porteña, y que con ella descubrí lo hermoso que era vivir con alguien con quien podías pasar el día entero como si fueran vacaciones todos los días.

En otra oportunidad ya viviendo en Madrid, apliqué muchísimo de esa enseñanza de que los celos matan y destruyen, y entonces me enamoré de alguien que me llevaba casi 11 años, una mujer que jamás ha aparentado su edad, que siempre ha demostrado un cuidado a veces hasta exagerado tanto de su figura como de su alimentación. Mi mallorquina querida, no sólo podía pasarse 45 minutos en la faja corriendo como hámster en su rueda, sino que hacía pesas, zumba y pilates. Yo con mis 50 minutazos de pesas estaba más que feliz, y claro cuando nos íbamos a Palma a pasar algunos días en la casa de su madre, ella se untaba todos los protectores solares, cremas hidratantes, cocteles de vegetales a la noche y preparados de fibra por la mañana.

Innegable, había veces que yo me veía mayor que ella, no sólo porque ella es menudita, delgada y con un cuerpo impactante, sino porque vamos que yo soy el tío que se podía pasar el día entero en la moto acuática sin camiseta, ni chaleco: sólo las gafas de sol; o surfeando a pecho descubierto. Pero en ése caso, nuestro quiebre fue exactamente, por lo contrario, porque sabedor de la diferencia de edad, debía mostrar mayor aplomo y seguridad. Entonces si alguien le decía algo a ella, yo sólo la apretaba a mi cintura, como diciendo “entérate está conmigo”. Y ella, quería que yo dijera más, que yo amenazara, o que montara el numerito, algo completamente alejado de esa lógica europea de ser.

Lo último que me pasó es que conocí a la chica aquella de los ojos coquetos y de la sonrisa intensa, y claro luego de intercambiar números, yo haciendo galas de mis habilidades con el WhatsApp pues comencé a mandar textos, emojis, audios, videos y claro los benditos gif’s. Claro nada más bonito que adornar las charlas con imágenes, y al inicio todo perfecto. Pero digamos que cuando la situación progresó, y comenzamos a tener una relación, la niña llegado un día me dio casi un portazo en la nariz y, de hecho, hasta me colgó el teléfono.

A ver, yo podía comprender el primer reclamo “Lanatta, vos estás optando más por tus tiempos de consulta que por nosotros”. Y a pesar que le había demostrado comprobadamente que antes de ella mis turnos de atención podían llegar hasta las 12 de la noche, después los reduje hasta las 8 de la noche para poder llegar a verla. Pero lo otro fue, que me reclamó de forma muy directa, “Lanatta después de que hemos comenzado ya como pareja, vos no me llamás tanto”. Y eso era de cierta forma verdad, pero estaba olvidando ella que, en vez de llamarle, sabiendo de sus tiempos y ocupaciones, yo le hablaba todo el santo día con mensajes de WhatsApp con todas las formas descritas líneas arriba. “´Sí Lanatta, pero no me llamas”.

Y entonces comprendí que muy a pesar de estar enviando todo tipo de multimedia por WhatsApp a ella el tema del llamado, de la comunicación en tiempo real era lo que le gustaba. Claro podría parecer un poco extraño en ésta época de redes sociales, virtualidades y demás, ella disfrutara más con la vieja llamada telefónica. Pero entre gustos y colores no han escrito los autores. Entonces hubo que conducir el tema a regresar a tomar el teléfono, y estar ora con los manos libres, ora con el móvil en la oreja conversando, durante larguísimas horas regresando a la calidez de la voz humana, y su interacción en tiempo real.

Pero, no funcionó, y entonces sigo sin entender, si hay que ser celoso, un poco celoso, muy celoso, muy abierto, más cerrado, muy friky tecnológico o muy vieja escuela, lo ve señora, el tema de las relaciones suele ser a veces tan complicado, que mejor como dicen los amigos, hacerse un espacio a esa deliciosa soledad, que nunca reclama nada.

Buenos Aires, septiembre de 2020.

Lanatta