Llega el confesionario del año que comienza y señora, hoy debo de ser sincero, y debo contar algo que me pasó no sé cuándo habrá sido, recordemos que los caballeros solemos tener pésima memoria.
AMIGA

Sonaba mi móvil un 25 de diciembre, una de esas llamadas de buena onda que dan las personas más cercanas en las que suelen ser más los familiares distantes para dar el saludo navideño, o los amigos muy íntimos. Y en este caso se trataba de una amiga muy querida. Y sí, amiga, nunca pretendí algo con ella porque de plano se casó a los 20 años, segundo porque era la amiga del barrio donde vivía en Lima antes de darme mis constantes saltos por el planeta, y porque no hubo jamás alguna atracción entre nosotros, por mucho que fuera bonita, simplemente ese click que se suelen dar entre dos personas, no se logró, quizás porque yo cuando vivía en el barrio limeño tenía 13 años y ella 16, porque yo para ese momento estaba enamoradísimo de alguien a muchos kilómetros de donde yo estaba, o porque a ella le gustaban los chicos con auto, y yo con esfuerzo llegaba a patineta o bicicleta.

Pero los años pasaron, y nos hemos reencontrado miles de veces, la amistad no la perdimos, y fue así como a mi retorno a tierras incas, nos volvimos de ese tipo de amigos que se llama una vez por semana, que se carajea por teléfono cuando el otro la ha cagado, y de los que también busca alguna palabra de consuelo o de ayuda cuando el otro está apagado.

Esa navidad, era yo el que estaba apagado, sucesos inesperados generaban que la novia con quien estaba, decidiera irse al norte a pasar las fiestas, y claro, no se iba en los mejores términos, decir algo de Feliz, en mi modo de ver era sarcasmo puro, porque de felicidad no tenía absolutamente nada. Y en el saludo navideño Erika mi amiga, me decía “¿Lanatta, estás apagado o triste en Navidad?”, para añadir: “oye huevón, deja ese ánimo de llorona, si ustedes dos se cagan el uno por el otro, sólo que los dos no saben dar su brazo a torcer, debo sentarlos un día y desahuevarlos”.

Me hizo mucha gracia su reacción y quizás era lo que necesitaba para cambiar un poco de ánimo por las fechas. Durante la llamada quedamos en que nos veríamos esa misma semana, que había un whisky de 18 años esperando allí cerrado y que como su marido se había vuelto abstemio -no por decisión propia sino por una diabetes que a los 60 años que ostentaba le restringía hasta las erecciones- pues que yo era el mejor candidato para vaciar esa botella antes que se malogre.

Fue así como el 30 nos juntamos a almorzar en su casa, su marido como siempre metido en los distintos negocios, sus hijos que ya pasaban los 25 años, en sus diversas actividades personales. Nos sentábamos a almorzar ese lomo dulce que sabe cocinar muy bien al estilo de su familia, y que en más de una ocasión le pedí la receta, y nunca me quiso enseñar. Al tercer vaso de whisky, me dijo que dejara mi papel de plañidera, que yo un tipo joven con una carrera bestial, no podía estar cariacontecido, que me sacudiera de los líos, que, si era sincero el afecto y el amor, pues probablemente a la llegada del año nuevo y al retorno de la susodicha nos amistaríamos, y si no era así, pues que la vida continuaba.

Me contó que su marido estaba cabizbajo, no porque estuviera apesadumbrado, sino porque ya los años le pasaban la factura y en su buen decir “ya no se le paraba”. Que una cosa era ser compañeritos de cama, y otra que ya no le sirviera para ni para el dedo. Que no la tocaba, ni le decía nada, y que eso le llegaba, que ella se consideraba aún en circulación, como el billete de 200 soles. Claro lo decía con sus gestos y formas que sinceramente me hacían reír, y prácticamente la charla era un reír sin parar.

“¿Oye Lanatta y si tú y yo nos echamos un polvo?”. Y en ese momento fue como si de pronto todo el rico whisky, se hubiera evaporado de mi torrente sanguíneo. A ver, es que nunca le encontré algo que me pudiera gustar o excitar, no le encontré jamás una forma sexual porque evidentemente era la amiga con quien uno puede bromear de mil formas como si fuera un amigo más, pero no me hacía algo de atracción, y no es por darme de exquisito, señora. Pero no me encamo con quien sea, implica para mí demasiados cánones y criterios que quizás los evalúe a muchos terabytes por segundo, pero no me veía en la cama con ella.

Y entonces era apelar a mis formas más diplomáticas, buscarle el pretexto perfecto para salir con decoro de esa situación y tampoco ofender a la anfitriona y amiga. Entonces salí con: “Claro, pero no sólo uno, sino varios, y así lo traemos a tu marido para que nos vea, y si no se le para la pichina, traemos unos enanos y armamos una orgía del circo del Sol”. Asumí que mi salida en son de broma iría a ser perfecta.

“¡Ay Lanatta, ya pues en serio! Eso del escritor erótico, del amante psicodélico, ya pues, ¿no te gustaría que nos demos un choque y fuga como amigos íntimos?”. Mi salida había fracasado. Y es mentira señora aquello de que no hay mujer fea sino falta de trago, simplemente es que cuando alguien no me erotiza no se me da, la libido no se despierta, y en realidad, el tema está en que aquella susodicha por la que me había sentido mal durante la noche de navidad, me seguía gustando, le seguía queriendo, y por tanto, seguía pensando en recuperarla, que así me trajeran al ballet ruso, no me iría a sentir motivado, porque estaría buscando lo que sentía con ella, los gestos y los besos que ella sabía darme, nuestras risas, nuestras formas.

“Chata, no eres tú, soy yo”. Y se lo dije con esa sinceridad que ella entendió en el acto. “¡Lanatta estás templado!”- respondió ella de inmediato. “Y sí”.

Y sí señora, templado. Que, por una vez en la vida, alguien marcaba o importaba tanto en mí, que simplemente me ofrecieran lo que fuera, no iría a dar marcha atrás. Que probablemente ella ni se enteraría, pero el tema de querer a alguien, y de estar enamorado, de alguna forma cambiaba mis circuitos. Y mi amiga, me sirvió un vaso de whisky, y me dijo que se sentía orgullosa de mí, que no sólo respetaba nuestra relación de amigos, sino que veía que un tipo como yo, ser lo suficientemente capaz de valorar a quien quería, y que quizás esa “ella” no lo entendiera, pero que ella como mi amiga, entendía perfectamente, me abrazó y me sugirió que la historia la cuente pasado año nuevo.

Lanatta.