Dos seres de tantas historias, podría decirse que la riqueza se presentaba de forma abundante. Dicen señora que hoy la monedita de oro, aquella pretendida por todos: es la felicidad. Tan esquiva para muchos, y para otros cuando llega no la queremos tomar, y optamos por dudar y desconfiar si de verdad será de oro. 
enchanté

Y a ella no le gustan los chocolates, cosa que para cualquier ser humano resultaría improbable, pero vamos señora, ¿quién dijo que sería ella precisamente la más común de las mortales, o siquiera la más convencional? Y tampoco es que le gusten los lácteos, y vaya qué contradicción siendo yo el animal que consume un litro de leche diariamente, llueve, truene o relampaguee. Ni qué decir de que yo soy capaz de beber 6 litros de agua por día mientras que ella a duras penas logra beber un litro, y casi como si hubiera culminado una olimpiada.

Pero así y todo ella y yo nos volvimos uno. Nos volvimos compinches, ese tipo de parejas que no tiene prejuicios, y que se lanza a por la boca del otro, en donde fuera, delante de quien sea, y con esa capacidad de encender al otro sin necesidad más que de un beso en ese estilo propio, que podría llamar la atención de los transeúntes, de las personas de un centro comercial, o incluso de sus propias amigas.

Le recuerdo, afectuosa y enamorada de su sobrina de 4 años, hija de una de sus hermanas mellizas, que hasta me dijo tío, le veo aun comprando un cake de zanahoria, o abriendo la boca de incredulidad al verme tomarme una cremolada de medio litro en tan pocos minutos que no sabía si sorprenderse o tomarme el pulso, le recuerdo poner cara de situación cuando en mi forma de ser agradeciera a la cajera del super con un “gracias corazón”, y que de inmediato, me plantara la cara y me dijera: “yo soy tu único corazón, y si quieres decirle a todas las putas de la calle “corazón”, te vas con ellas y te quedas sin mí”. Celosa siempre, celosa de mis pacientes y amigas, celosa de mis ex novias y hasta de mis primas. Vamos señora que yo no soy el matador, que sale de la plaza en hombros luego de haber cortado rabo y oreja, pero para ella era el puto Juli.

Creo haber tenido con ella la gran posibilidad de sorprenderle siempre, de poder atraerla desde sus formas a las mías y viceversa. De poder sentarnos a comer y mirarnos, y estar tan enamorados, que quizás ni terminábamos la comida por el solo hecho de comernos la boca de arrancarnos la ropa y de hacernos el amor.

Amor bueno sin duda, amor de aquel que quieres más con esa persona, que te comienzas a ver, no sólo al día siguiente, sino a los meses siguientes, a los años venideros, ese tipo de amor que te hace generar planes y estrategias, de esos pocos amores que uno quiere para quedárselos toda la vida.

Yo puedo opinar de mi vereda señora, puedo pensar que lo que quise era no tenerla lejos, si pues Lanatta el acaparador, el que le dijo para hacer un negocio, un emprendimiento en el que ella administrara desde casa o por lo menos para no estar tan lejos, y así yo podría tenerla aún más cerca, y así pensar en que no sólo podríamos ser pareja sino también en volvernos una familia. Claro, iría ello a significar que su vida laboral como tal desapareciera, que su trabajo de lunes a viernes diera paso a una vida hogareña, que quizás yo a mis cuarenta y pocos tacos, prefiero más la tranquilidad de una noche muy bien dormida a los fines de semana en reuniones, salidas y juergas. Y ella creo que no estaba preparada para ello. Que las reuniones sociales, las salidas de fin de semana, le resultaban más auspiciosas que quedarnos en la cama destruyendo las paredes mientras nos hacíamos el amor.

Cuando lo pienso así, entiendo que ese solo punto, resultaba tan discordante que ambos buscaríamos las formas de separarnos. Ella me quería en casa permanentemente, pero cuando la quería yo, las reuniones siempre guardarían una prioridad. Mis amigos optarían por decirme “Lanatta, es que no te entiendo, deja que ella vaya a sus reuniones y tú vente a las nuestras”. Pero allí también habría un punto de discordia, ella quería que las reuniones a las que yo asistiera fuera a las de ella, que las de mis amigos no le valían algo, que los asados o los vinos, no le hacían tanta gracia.

Y entonces ya sería el valor tiempo el siguiente factor, claro yo y mi trabajo, yo y mis pacientes. Que, si no contestaba el celular o si respondía muy brevemente, que probablemente yo la escondía, que no me sentía orgulloso de ella. Que los doctores también tienen derecho a hablar con sus mujeres por un rato. Y sí, pero en mi trabajo se ve pésimo que me ponga a hablar de temas domésticos o de alguna otra índole, teniendo a una paciente que viene a por un tratamiento, y que a la postre, significa un ingreso.

El colofón vino cuando un día yo estuve en una llamada en el camino de regreso a casa, y ella se cabreó porque no le había contestado. A las semanas cuando pasó algo similar y ella, yo era un desconfiado, que su transparencia era intachable, cuando la mía no lo era, siendo ella la que me pedía que hiciera notar nuestra relación en mis redes sociales, y cuando le pedí lo mismo, no lo hizo. Cuando ella me pidió ver mi móvil y leer mis conversaciones, y claro el móvil de ella era intocable, vamos Lanatta, es que tú eres sospechoso. Y allí la relación confianza y lealtad se quebraba y allí las palabras de amor y esa compatibilidad sexual que se tenía, claudicaban. Allí mis egoísmos y los suyos se enfrentaban en una guerra sin cuartel, en la que, sin piedad, los puyazos de uno y otro lado se soltarían como bombas lanzadas desde el aire y la metralla diezmara con constancia las fuerzas que se tenían por querer sanar.

Y allí señora, vi que el dejar un proyecto tan rico era porque me estaban dejando que yo remara solo, que sea yo el que tenía que demostrar y dar pruebas y explicaciones como si de un reo con prisión suspendida que tiene que tener un grillete en la pierna, claro es mi opinión personal, podríamos ser perfectos estando juntos, pero si la inseguridad y la desconfianza eran tan constantes, se diezmaba con honores los afectos y se azuzaban los dolores. Sería entonces decidir el camino correcto, por mi paz mental y por la suya, porque las tensiones desgastan, y la vida también, sería decirle adiós con cobardía a una gran oportunidad de estar con quien amaba tanto, pero también sería la cobardía a despedirme de algo que yo no podría disfrutar plenamente, y probablemente ella tampoco. Éramos felices estando juntos, pero ella no sería feliz en un mundo en el que yo la quería en casa conmigo solamente. Ella no sería feliz en un mundo en el que viajar por el planeta me resulta pan de cada día, y que quería hacerlo con ella, y mostrarle en cada rincón del orbe un rincón mío, y buscar a su lado nuevos rincones para volverlos nuestros.

No hay rencores, sólo me apena que ese proyecto se viniera abajo, y que hoy seamos ya dos perfectos desconocidos.

Lanatta.