Señora a veces no entendemos que ya es momento de dejar las cosas, queremos hacerlas funcionar, buscamos los mecanismos y las estrategias. Pero a veces dichas formas son únicamente un no dejar morir al muerto, hacer médicamente lo imposible por mantenerlo con vida y nada mejor que rendirle homenaje y dejarle descansar.
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Y la historia comenzaba mirando a Pucca vestida de rojo y sin brasiere. Si pues, las uñas perfectas, los labios provocadores, y ella mirándome recostada en su cama, incrédula que yo el desordenado Lanatta decidiera ponerme a escribir un viernes a las 1:45am. “¡Maldito Lanatta déjame dormir!”, y en eso un pezón escapista salía del pijama rojo. Claro no había forma de concentrarse entre un escrito pendenciero, y esa sonrisa maravillosa, capaz de disolver un iceberg, capaz de hacer que yo el tipo jodido, pueda resultar en un simple mortal enamorado. Sus cabellos rubios sueltos en la sábana rosa, sus uñas en ese tono color uva, que horas atrás me habían hecho mierda la espalda mientras nos hacíamos el amor. Ah Pucca rubia, que si los japoneses que inventaron al carácter de hace 20 años se enteraran probablemente me demandarían (o te demandarían).

¿Dónde está tu atractivo? Será en ese comernos con desesperación, desde la boca hasta los pies. ¿Será quizás en esas largas e intensas jornadas mientras nos hacemos el amor, mientras ora parada, sentada o incluso sólo de costado, me invitas a ingresar dentro tuyo con esa humedad tan generosa que al embestirte rebosa? Sí pues es cierto, nos aburre y cansa cuando peleamos, cuando discutimos, cuando ni tú me crees, ni yo te creo. Cuando tu forma de pedirme es distinta a la mía, cuando de pronto decidimos que no va más, que es mejor separarnos, que tus estados del Whatsapp son incendios teledirigidos, mientras que mis respuestas vienen con toques de filosofía, y groserísima socarronería.

“Ah Lanatta, es que tú eres celoso, eres inmaduro, eres tan posesivo”, pero vamos a ver, tú eres exactamente igual querida Pucca, tú eres incluso más celosa que yo, incluso más posesiva que yo, pero dicen que, o los polos muy opuestos se atraen, o las copias perfectas buscan juntarse en este universo tan imposible. Tan improbable de llegar a tus labios desde mi silla, como el besarte a kilómetros de distancia vía videollamada. Los dos tan imposibles se hicieron posibles, y fusionaron cuerpos y almas bañados en mi esperma rebalsando dentro tuyo.

Iría a ser una historia bonita querida Pucca, te aseguro, que tenía todos los pergaminos para ser una historia en la que no escasearían ni los momentos mágicos, ni las envidias ajenas. Simplemente momentos en los que todos sabrían que la sexy Pucca se había vuelto en la mujer del odioso Shrek. Y si les gustaba o no, comprenderás que mi respuesta sería siempre la misma: “es que me la suda”.

Pero querida Pucca, no dudo que entre los momentos de celos y de dudas, tuvieras razones para cuestionarme, y creo haber tenido la paciencia para demostrar que todas aquellas dudas o incongruencias que tú podías hallar, de un solo plumazo yo pude desecharlas, porque siempre me he caracterizado por hablar con pruebas, con demostraciones reales que lo que digo tiene una base y fundamento.

Sólo que esta vez querida Pucca, no quisiste hacer caso, esta vez te cerraste tanto que a pesar que todo lo que demostré, pues simplemente te resultó inválido, lo calificaste de pretextos míos, y claro comprenderás que el artífice de tantos y tantos pretextos debe ser obligadamente un estafador o un demoniaco mitómano, y no lo soy. Te mostraste enfadada, un cambio tan radical de la chica con quien en ese instante pretendíamos ir a por más pasos, a por una planificación, a casi la vida misma ya diseñada.

Y sabes qué, ¿querida Pucca? Allí me extravié. Me perdí en ese cambio de carácter súbito tuyo, en esa reacción tan ajena a valorar lo que te demostraba, allí podría decir que de pronto te veía hacer una pataleta, una crisis en la que como de pronto yo mostraba un sincero desgaste y cancelaba, tú te incendiabas. Y de pronto insistías que yo te mentía. Y que claro, en realidad te estaba engañando, y que probablemente estaría haciendo planes con una u otra mujer, claro el capitán inglés -o en este caso español que en cada puerto tiene una mujer. Sí pues el “maldito mujeriego Lanatta”, el del complejo de James Bond que supongo debo ser tan irresistible que los jeques con sus harems deberían sentirse en completo desafío por mí. Y no querida Pucca, allí te equivocaste, porque en vez de buscar entender y escuchar sólo vomitabas infundios, no te importaba que tuvieras en frente todo clarísimo, no te importaba nada más que atacar sin medida, ni cuartel.

Y en ese punto querida Pucca, entendí que una vida así no es la que quiero para mí, sin duda me gustas y me has gustado desde el primer día que te he visto, desde la primera vez que te hice el amor, desde la primera noche que pasamos juntos, desde todo aquello que hemos vivido juntos, y que estábamos a horas de consolidar. Pero no fue así, quizás tus temores te jugaron una mala pasada, quizás el dar aquel paso te generó muchas dudas, vamos dejar esas reuniones con tus incontables pretendientes a los que llamas “compañeros de trabajo” sería poco simpático para ti. Unir tu vida a un personaje que hoy por hoy, discurre más entre los quehaceres de su trabajo, y los de la vida hogareña, supongo deberían representar demasiado aburrimiento comparado con las reuniones con tus amigas, las “salidas de chicas”. Y es que no soy precisamente el “Lanatta hiperelegible” soy ya un tipo de más de 40, papá soltero, y que encima te quería hacer un hijo para ser una familia a pleno.

¡Qué mal tipo! Con lo que un embarazo puede significar, las náuseas, los malestares, el cuerpo que se infla como un globo, las articulaciones que se inflaman, todo para que luego nazca la criatura, y sea escucharle chillar todo el día, cambiar pañales, ordeñarse las tetas. Si pues la esbelta figura destruida por traer un nene al mundo, y yo el maldito pretendiendo hicieras eso conmigo, cuando es más rico estar de femme fatale, pretendida y admirada. Supongo eso a algunas personas eso les llena y les hace sentir bien, pero ¿serán felices?

A mí, querida Pucca, me hace sentir bien el Amor. A mí me hace sentir bien una palabra de afecto, un beso volado, una caricia en cualquier momento. Para mí -y costará creerlo- me va mucho más estar en una cama abrazados en silencio o también haciendo el amor como olimpistas, que estar en reuniones vacuas con gente inerte. No niego nuestras olimpiadas hayan sido maravillosas, pero el despertar con una sonrisa como las que solías darme me hacía sentir amor. Y mira hoy, te escucho por teléfono dar por terminado lo nuestro, a pesar que habíamos acordado no dejarnos más, y en una llamada se dictaba la situación por concluida sin más que dos palabras y un adiós.

Entonces querida Pucca hoy me despido de tus caricias y de aquello que llamé por tanto tiempo Mi Amor, porque comprendo que la vida siendo siempre juzgado y sospechoso, no es vida, la vida en la que se me acuse gratuitamente no me hace alguna ilusión. Y hoy decido hacerte caso, terminar, dejarte pasar, olvidarte sin más, no buscar querer saber de ti, ni siquiera acordarme de algo más. Hoy es el punto y final, ése que no quise dar, pero que hoy admito es lo mejor, porque así no sentiré que estoy todos los días ante el tribunal que me sanciona por simplemente decirle “gracias corazón” a la cajera del supermercado, por decirle “eres muy gentil” a la mesera, o por tener que justificar que duermo mejor teniendo el móvil apagado.

Adiós, querida Pucca, hoy borro tu archivo, hoy desde esta publicación el disco duro quedará formateado, no te preocupes.

Lanatta.