Dicen señora que los amantes tenemos artes, artes que desarrollamos en la piel de la otra persona como si de nuevos reflejos se trataran. Los amantes buscamos sensaciones que probablemente las parejas convencionales no saben buscar, percibir o dar. Quizás allí la diferencia radical entre una simple pareja y una pareja de amantes. Ojo, no quiero decir que únicamente los amantes sean al decir del vals peruano de la rockstar Eva Ayllón “los que a escondidas en una caricia se entregan la vida…que en carne y alma tan solo pedimos un fin de semana”. Esa es supongo la idea convencional de los amantes infieles, de quienes teniendo uno o ambos, parejas o matrimonios, se deciden a por los encuentros furtivos, adúlteros e ilegales. Pero es que siendo pareja también se puede ser amantes, y no es algo reñido con la moral y las buenas costumbres, no hay un atentado contra Carreño como diría la abuela. Pero vamos no estamos para hacernos los de los calzones con bobos y sí en este caso amantes así de furtivos.
adulteros

Han pasado varios meses de aquella vez que nos despedimos. Claro hubo esa promesa de que, si en algún momento nos cruzáramos, quizás -y solo quizás- nos daríamos un beso, de esos de los nuestros, que solíamos llamar “nuestros chapes con todo”. Ya sé, no debería recordarte, no debería de pensar más en ti, que esa partida tuya fue triste, pero hasta cierto punto era lo que debía suceder. Habíamos pasado a un nivel de altísima intensidad, las malas lenguas ya hablaban de nosotros, de “los tramposos”, de aquellos amantes de los que todos sienten envidia, porque claro sus aburridas y cotidianas vidas son simplemente un padecimiento, un verdadero calvario donde solo discurren, donde los apasionamientos dejaron de existir, y son simplemente transeúntes de la vida, resentidos y hasta amargados.

Ah, pero era también esa sensación tuya, ese decirme “Lanatta me siento mal, a veces hasta sucia, porque él viene a la cama y yo lo desprecio, ¡ya no sé qué más inventarle!”. Pero de inmediato saltabas a mi boca y me añadías “pero tú me derrites, me dejas cojuda, me gusta cómo me dejas hecha mierda”. De mi parte no había ningún reproche, yo sería el amante mientras ambos quisiéramos, mientras tus ganas y las mías siguieran congeniando, y vaya que sí lo hacían. Basta decir, que no fue uno o dos meses, llevábamos medio año enganchados, disfrutándonos.

Era cada día una película distinta, un hacernos el amor o el más salvaje sexo de distintas formas. Unas veces mirándonos como dos posesos que se cabalgan y no se quieren soltar hasta hacer al otro estallar, y claro el resto de situaciones tan diversas que no podríamos siquiera pensar en un clásico, pues fuera en una habitación de hotel, de esos tan cómplices donde solíamos ir -o encontrarnos-, pasando por los distintos ambientes de tu casa -jardín incluido- o de la mía, donde solías llegar a hurtadillas, como si te siguieran.

Jajaja, recuerdo claramente que nos siguieron una vez, y que ambos aparecimos por distintas direcciones, que tu marido se sintió tan perdido, que hasta le hiciste sentir un idiota, uno por “atreverse a seguirte” y dos, porque le habías dicho dónde estabas -claro lo que él no supo es que un minuto antes te había dejado yo allí.

Cierto debo confesar que ese piso franco que nos proporcionó un contacto mío fue perfecto. Sin preguntas, con la ventaja de ir y venir cuando quisiéramos. Ver a la mujer de mi contacto saludarnos, y subir corriendo a prepararnos el piso para nosotros, y hasta ofrecernos algo de tomar -cuando éramos los dos, quienes llegábamos con nuestra propia dotación.

¿Te digo algo? Me encantaba tu atreverte, tu soltarte sin miedos y siendo tan tú, darme el control, como quien entrega el mando a distancia de la televisión para poner el canal, el volumen e incluso la intensidad del brillo. Lo hacías porque confiabas en que, al hacerlo cuidaría de ti, porque al atreverte, siempre tenías una excitante recompensa. Sí pues los amantes que todos miraban y odiaban volvían a darse, a encontrarse, y así fuera sólo para morrearnos, todo tomaba un color de intensidad y pasión.

Pero esa fecha odiosa de vencimiento llegaría, digo odiosa pero no dolorosa, cuando sabes que algo viene con fecha de expiración, simplemente comprendes que debe de llegar a un final, y quizás en algún momento de la historia, nos volveríamos a ver, a encontrar, como ese cruzarnos en el supermercado y que volteaste para no mirarme, o en ese quedarte parada mirándome cuando subía a mi coche haciéndome el distraído conversando por el móvil.

Si pues lamentablemente encajaste en ese perfil tan mío que te lo confesé alguna vez, tus cabellos rubios -de origen castaño-, tu piel delicadamente clara, que al broncear -con esa fascinación tuya por estar roja- volvías a ser la chica de impacto, la flaca del calendario de finales de los 90’s. Tus olores a mil y un fragancias, capaces de incluso poner en aprietos al mejor sabueso, tus ojos color granadilla, y el acercarte a mi vestida de diosa -así fuera en un short, o esa mini maldita que te pusiste aquella vez que dejaba a todos queriendo tener un ojo en el piso, y yo con cara de hijoputa llevándote de la mano. Si pues, la mujer que sabía comprender todos mis pervertidos fetiches, la misma que negó siempre que nunca tendría sexo anal, y que terminó aullando y diciéndome que le había logrado hacer sentir como toda una perra.

¿Que si fue un buen tiempo? ¡Lo fue! Fueron fuegos y centellas combinadas con vino, fueron los incendios de los que hasta ahora comentan las viejas, de los que todos al pasar suelen cuchichear. Claro, en la sociedad tan peruana, tú le pusiste los cuernos a un pobre pelele que no supo darte lo que yo sí, pero claro la mala serás tú, de la que dirán pestes y que créeme en más de un momento intenté callarles y sólo remarcar una gran amistad entre tú y yo, como de dos conocidos, o amigos íntimos.

De mí, ¿qué te puedo decir?, por un lado y, a pesar de tanto tiempo que ha pasado, siguen hablando. El maldito Lanatta, el jodido Lanatta, el corneador, el atrasador. Te contaré que alguna persona que nos conoce y que me vio más de una vez entrar sigilosamente, o incluso salir a lo “Spiderman”, se me insinuó unos meses después.

La que era gordita hasta hacía unos meses, había tomado un avión a Miami, y de pronto cambió de alimentación, dejó de fumar y de tomar tanta birra como para pedir no una pinta sino un barril. Y de pronto un día, vino ya flaca a verme, me contó pasaba por momentos distantes con su marido, que de hecho estaban separados por un tiempo, que le gustaría saber si yo podía hacerle un “entrenamiento personal” como el que te hice. Me cagué de risa para mis adentros, ¿recuerdas nuestro juego de ser tu “personal trainer” mientras en una delgada lycra te pegabas a mí, a vista y paciencia de medio barrio?

Pero con esa flaca no sentí ningún atractivo, ni química, innegable que tiene esos ojos color turquesa que no son una lentilla, pero bien sabes que no voy a un solo elemento. Y le dije que no podía volver a manejarlo, que lo hice contigo por ser muy amigos, que mis horarios en la consulta resultaban insufribles, que de lo contrario encantadísimo. Y se fue ese día, y cada vez que me ve, me pregunta si tendré tiempo ya.

Allí donde estás, tan jodidamente cerca, sigo escuchando aquella metralla de orgasmos que me regalabas, aquellos juegos eróticos que nos entusiasmaban, y aquella piel que disfrutaba hacer mía, que sólo pasaras para un “control” y terminaras con tu dosis correcta. Si pues, esa deliciosa mala costumbre de llevarte a un orgasmo, con solo mirarte. Y de ese amor nuestro por el beso intenso, vamos “el chape” en toda su extensión bajo la lluvia.

Lanatta