Señora, vamos soy el antiromántico Lanatta, ¿cierto? Claro como me dijeron alguna vez, aquello del romanticismo como tal, es algo demasiado apartado de mi forma de entender. Quizás sea así, pero hoy que el planeta entero celebra a un angelito por el que se culpan de enamoramientos y de apareamientos. Hoy pondré esta carta lanzada al ciberespacio por ...
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Y claro me dijiste que justo al día siguiente de ese triste San Valentín, regresaste de Rosario a Buenos Aires. Y ese día por esas cosas locas abriste una aplicación, unas cuantas fotos y el resultado sería que yo justo ese día también contactaba ese perfil, y de buenas a primeras se daría un cruce. Claro confesarías un tiempo después que fue por error, pero lo cierto es que de ese cruce nos conoceríamos prácticamente al mes, en una de esas heladerías de Palermo. El milagro del ciber romance se daba entre la castaña aclarada a rubia, y el maldito Lanatta.

Romance, mucho romance. Me volviste romántico al punto que me lo dijiste, un Lanatta enamorado cantando canciones de amor frente a la chica, abrazándola como pidiéndole al cielo que no se le arrebate nunca, comiéndola a besos con desesperación y exagerada necesidad, haciéndote el amor a veces con intensidades maquiavélicas, otras con detalles cargados de sensaciones, de lujuria y vamos de esos tan gentiles estremecimientos tuyos.

Puto San Valentín, porque de pronto contaba las horas para verte, para desaparecer del planeta a tu lado. Porque pasearíamos de la mano por donde fuera, porque a las dos semanas nos íbamos a Mar del Plata a pasar una noche, y ya sería la segunda noche juntos. Y era ver las estrellas a tu lado, el no dormir un solo instante de tanto hacernos el amor, de estar tan pendientes, que nos dábamos de comer en la boca, que caminábamos perdiéndonos entre la gente. Que simplemente me enamoraba de ti, y no pararía.

Que te den San Valentín, porque no había pasado un mes y te amaba, y lo gritaba a los cuatro vientos, y me hacías necesitarte, y de pronto te tenía todos los días a la noche. Y de pronto te juraría mi amor, y me aceptarías. Y la puñetera felicidad, tan esquiva, tan inclemente, tan buscada por tantos, de pronto era nuestra moneda corriente. Felicidad con amor, amor con esa sensación de quererse más. Habría problemas, habría dudas, pero las remontábamos, como dos perfectos surfistas logran evitar el cierre de la ola.

Y de pronto, tu misma hija me aceptaba, hasta me sonreía, ya sé a una nena de 12 años que un tipo estuviera comiéndose a su mamá a besos sería algo que le parecía repugnante, pero de pronto, todo se iba armando. Y de pronto esa vida rara de dos seres tan disímiles se comenzaba a formar. Y sí las broncas, ¡y qué pareja no las tiene! Y sí las dudas, pero vamos si queremos dudas, mejor aplicar la lógica de la certeza. Pero fallamos en algo, puto San Valentín, y es que dos francotiradores saben hacer perfecta diana, saben dónde disparar, y con qué. Dicen las abuelas “entre gitanos no se leen las manos”.

Así la lucha de egos, el afán desquiciante por conducirnos a broncas, y claro, el que quiere llevar bien las cosas, bajará la cabeza, y el que quiere que las cosas marchen buscará todo para que funcione. Allí la cagamos San Valentín, allí ella nunca bajaría la cabeza, siempre buscaría sea yo el culpable, y la verdad es que le amaba tanto, pero tanto, que bajaría la cabeza una y mil veces, es que amo a esa mujer, no entiendo mi vida sin sentirle.

Allí era el tema de intentar vivir con el matafuego al costado, que cualquier cosa podría solucionarse estando juntos, allí te pediría que no me dejes nunca, allí firmábamos un pacto secreto de solucionarlo todo, simplemente estando juntos. Y estando juntos, una tarde te marchaste enfadada, y claro estaba habían sucedido distintas situaciones desde estar en la altura hasta estar extenuado por un puñetero gallo que me despertaría a las 4am, justo media hora de sueño después de estar haciéndote el amor toda la noche. Si pues, incumplía yo el pasar ese domingo también juntos. Lo sé mi culpa.

Te buscaría toda la semana, te llamaría mañana, tarde y noche, te mandaba textos, audios, si hubiera tenido el arte de entrenar una paloma mensajera también la hubiera mandado. Un mensaje tuyo diciéndome que me leías pero no me querías hablar, me dejaba sentado. Te llamaría porque ¿sabes qué? Es que quería y quiero la vida contigo, y ya aquello de estar uno en el otro lado de Buenos Aires no va más, te quiero a mi lado, y me puse a buscar una casa o un piso para que entráramos todos cómodos.

De pronto, en la siguiente llamada, me dirías “Lanatta, no pienso irme a vivir a tu lado de la ciudad”. Pero vamos, entendamos que mi laburo está en este lado, y entonces me añadiste, y este fin de semana tengo cosas que hacer, y no nos veremos. Allí te pedí que me dejaras verte, y me dijiste que no. Y cuando de pronto me añadiste que lo nuestro estaba acabado y que cada uno hiciera su camino, me mataste.

Sí claro, me despedí de ti, dije que no te molestaría más. Y te soy honesto por un instante sentí que lo arreglaríamos en unas horas. Pero no fue así, allí me doliste más que antes, allí me doliste más que cualquier bronca previa. En ese momento me arrancabas una parte mía que había decidido cuidar y blindar del mundo, allí mi felicidad, esa que me jactaba llevaba tu nombre, me la extraían sin anestesia como si de un pulmón se tratara, de un solo tajo como con una catana que cercenaba piel, músculos y hueso.

Lo que quedaría de mí, desde ese momento fue un juramento por no volver a creer en ser romántico, porque yo sabía que soy malo siéndolo, y aún es peor, cuando siento ese dolor en el pecho donde ya no duermes, cuando te beso en el aire deseando llegue a tus labios, muriendo de ganas de pedirte arreglarlo de todas las formas que pudiéramos hacer posible. Desde allí ya no sueño, ya el dormir es un acto reflejo del cansancio cotidiano. Mejor quedarme con mi dolor, mejor quedarme callado, que ya sé no se resolvería nada.

Te extraño, te extraño en cada momento, miro nuestras fotos, tan cargadas de felicidad, extraño tu risa, mirarte desnuda amándome, me jode estar acá puteando a San Valentín, extrañándote cada instante, me jode no poder ser más yo, sin esa parte tan mía que eres tú. Si pues un Lanatta enamorado, un Lanatta romántico, y ahora un Lanatta que mira una foto tuya y sólo queda suspirar. Rememorar cada instante juntos, y hacerme a la idea que dejé de ser aquello que tú necesitas. Quise serlo, quise hacerte feliz, yo hoy escribo una carta de dolor a ese puto San Valentín.

Lanatta.