Señora, llegar a  la universidad siendo aún menor de edad, hizo que mi vida cambiara. Hizo que una serie de situaciones se presenten, y que de cierta forma aquello que digo aún como broma con mis residentes, es que la universidad me formó profesionalmente, pero me deformó personalmente.
pasión de anfiteatro

Entraba en la universidad, con ese nuevo mundo que implicaban los anfiteatros, las clases magistrales, los reconocidísimos catedráticos. Claro, los cambios eran muy intensos, el primer día de clases me resultó casi como si entrara a un universo distinto, incluyendo la parada del subte con nombre propio “Facultad de Medicina” de la línea D.

Las clases en horarios muy estructurados, todas las mañanas hasta las 14. Dándome la posibilidad de irme al laburo del turco en la facultad de Derecho. En el discurrir de las clases conocía a Soledad, algo morocha de cabellos castaños rojizos, de ojos color caramelo. No era muy alta, pero usaba un corpiño talle 40B. Era según las bromas que le solía hacer un “generoso banquete de recién nacidos”. Soledad tenía como novio a Gustavo que era copropietario de un market inmenso en Boedo.

Pero claro en el afán de las clases, los trabajos, los exámenes, no había mucho tiempo para estar con él. En cambio, conmigo sí, y de pronto con Arturo y la china, nos volvíamos los 4 mosqueteros que nos juntábamos para estudiar, para comer y hasta para las fiestas. Y así, las confianzas entre los 4 eran el pan de cada día, pero llegaríamos a un punto con Soledad que las cosas se volvían tensiones sexuales. Ella tenía un par de años más que yo, que claro no se notaban para nada, y yo era el nene que quería impresionar a la chica “mayor”.

Entre esas idas y venidas hubo una fiesta para los de la Universidad de Palermo, y claro siempre hay las conexiones, los amigos en común y fue así que terminábamos un sábado a minutos de la medianoche en una casa casi llegando a San Isidro. La fiesta nos serviría para tontear mucho, para que el vino sea la moneda común, para que Arturo hiciera sus chistes de gaucho, y para que de pronto, Soledad y yo esa noche nos besáramos, me dijera que se sentía confundida, pero que se sentía bien conmigo. Y así esa noche noventera, terminábamos en mi piso, al día siguiente ese domingo Soledad se despedía de Gustavo, que se quedaría con sus nabos y zanahorias bastante bien atravesados.

Era una relación intensa, dos jóvenes amantes, dos almas que compaginaban las noches de sexo acaramelado, con los días de estudios y batas blancas. El pasearnos por los laboratorios como estudiantes de primer año, el que más de un catedrático mientras daba algún tema, nos diría con sarcasmo “¿la parejita va a hacer el trabajo juntos o se soltarán en algún momento?”. Las notas iban viento en popa al menos para mí, Soledad en cambio trastabillaba un poco. Terminaríamos el primer semestre con Soledad de baja en uno de los cursos, eso implicaba que al no cumplir el pre requisito no avanzaría en dos cursos el siguiente semestre.

Ese semestre le vería en tiempos partidos, pero en el novísimo curso de anatomía, un día de agosto luego del receso por vacaciones, una rubia de pelo ensortijado y ojos celestes, cruzaría la puerta, y me dejaría idiota. Sí señora, completamente idiota. Los ojos dormilones y esos labios delgados, estuve hipnotizado, a tal punto que Arturo me diría “¡Uy Lanatta, acaban de matarte!”, y luego de cagarse de risa me dijo: “Y ahora Lanatta, ¿la rubia o la morocha?”.

Se llamaba Paola, de inmediato iría a buscar que se enterara de mi existencia, el afán protagónico de siempre, levantar la mano, la broma al profesor de curso, el nene que busca destacarse frente al profesor, pero en este caso también frente a la rubia hipnotizadora. Era estudiante de segundo año, que había repetido el curso, y al ser repitente sería la coordinadora. Era mayor que yo…¡4 años!

Estaba en esa situación, en la que con Soledad manejaba las cosas como si de una especie de inercia, en la que la relación se iría enfriando porque nuestros tiempos dejaban de coincidir, y claro a Paola aparte de estar embobado por ella, buscaría ese reto de querer conquistar con todas las tarjetas en contra. Me afané en el curso mucho. Sería el predilecto por el jefe de curso, al punto que me dijo que, si seguía así, sería un excelente cirujano. Fue así, como la imposible Paola, un día me diría para juntarnos a estudiar en la biblioteca, y para un temario hicimos grupo de dos.

El hacer grupo de dos, implicaba reunirnos fuera de la facultad, le invité a vernos en mi piso, pero me dijo que le parecía “poco apropiado”, que sería mejor en su casa en Recoleta. Esa tarde al llegar, pensaba atraerla de mil y un formas. Lo que nunca calculé, es que me encontraría con ella y su novio, que era residente en el Hospital Fernández en Palermo. Y que claro el tipo no solía tener tiempo de nada, y claro, al verme me asumió el casi adolescente aplicado, el nerd de toda la vida, el ratón de biblioteca. Ni lo pensó, salió para dejarnos estudiar.

Mala jugada, soy un retador. Y ese menosprecio implicó que me aplicara más. Y que me afanara más, y que una tarde de sábado me llamara a casa, y me pidiera que le acompañe. Estaba sola en casa, sus viejos se habían marchado a Tucumán, el novio residente, estaba de guardia, y aparte del examen del lunes, yo era de las pocas personas que no le resultaban “un riesgo”. Y entre vinos, el manual de Testut-Latarjet y el de McMinn, Paola la rubia de ojos celestes me abrazaría primero, y luego de decirme que no le abrazaban así hacía tanto, y así le robaría un beso, y otro más, y terminaría arrancándole la ropa y haciéndole el amor en la sala de sus padres -mancha de semen incluida en el sillón. Sí pues, Lanatta “el inofensivo”.

Un dilema interno se abría esa noche al retornar a mi piso. Soledad era a quien le tenía cariño, con quien a pesar de las idas y venidas estábamos juntos. Paola significaba por un lado el reto alcanzado, y por otro una atracción descomunal. Las siguientes semanas eran un ver a Soledad en esos cortos tiempos, y buscar a Paola en otros. Era coincidir horas, trabajar a cubrirme con Arturo, o buscar formas de encajarlo todo como si se tratara de un puzle. Paola no dejaría a su novio por el estudiante de primer año, pero el estudiante de primer año, tenía la libertad de ir a su casa “a estudiar”, y ella de llegar al piso a “repasar”.

Soledad me diría en más de una ocasión sentirme distante y poco interesado en ella. “Los cursos querida, la universidad, el laburo, es todo descomunal”. La China, que veía mis formas de haber congeniado con “la viejita” -así le llamaba a Paola- no tenía argumentos para demostrarle nada a su amiga. Éramos en la universidad dos “conocidos”. Hasta que una tarde de finales de noviembre, Soledad me increparía que no le gustaba que Paola estuviera siendo mi única compañera en el curso. Evidentemente saqué todas las cartas.

“Ché Sol, tenés que entender que Paola es mi ventaja con Barragán (el jefe de Anatomía). Ella es la coordinadora, sobre ella pesa el tener que pasar el curso de todas maneras, encima su novio es residente en cirugía en Palermo, es un instrumento”.

Terminaría ese año queriendo a Soledad y disfrutando de Paola. En los años venideros Paola y yo tendríamos encuentros furtivos y fugaces. Mi relación con Soledad terminó a los pocos días de marzo del año siguiente. Paola no se casó con su novio el residente, que embarazó a una enfermera del Hospital Fernández y lo casaron. Soledad se mudó luego de recibida a Asunción, Paraguay de donde era originario su novio, un comerciante de yerbamate. ¿Y yo? Pues nada, yo luego de Soledad conocería a Carla, pero vamos señora…esa es otra historia, ¿cierto?.

Lanatta.