Llegó un email de una compañera de facultad, de aquellos años porteños. Un email en éstos años de Whatsapp, en los que todo se unifica en una sola aplicación, desde el mensaje de texto, pasando por el de voz y terminando en la videollamada. Pero en dicho email, mi compañera de universidad, me hablaba de una ex, que le pedía saber de mí. Iría a contestarle personalmente, pero opté por la vía del mensaje público. Eso sí señora los personajes y hechos tratados en esta historia son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas verdaderas, vivas o muertas, o con hechos reales es pura coincidencia.
Cara carla

Querida Charlie:

Hoy me enteré por aquella amiga en común que tenemos, de un poco de tu vida el último tiempo. Lamento en verdad no haber podido ser parte de ella, más allá de lo que pudimos retomar al final de la universidad. Nuestra amiga me contó, en un email muy particular, lo que había acontecido en tu vida. No puedo negar que a partir de ese mensaje recordé cada uno de nuestros episodios, y hoy tomaré el impulso para contar una breve historia tan tuya como mía.

Día de marzo, las clases iniciaban con ese frenesí. Ser el estudiante de segundo año, creerme con los galones de almirante. Mientras al correr por los pasillos de la facultad la guapísima estudiante de primer año, castaña de los ojos violetas, distraída ella me daba un cabezazo subiendo apurada escuchando el discman. No pasa nada todo bien -te dije. Pero ese rubor en sus mejillas, pude ver que te sentías terrible. Te tranquilicé y me presenté. Ese día nos veríamos y despediríamos. Y al encontrarnos los días que coincidíamos en los pasillos eran saludos como quien saluda al vecino del edificio. Hasta que llegados a septiembre al salir de la facultad yo cambiado en ropa de gimnasio, me tocarías la bocina pasándome la voz. Esa tarde ibas tú también al gimnasio, claro yo iba al gym de Belgrano (modesto y de barrio), vos al gym cheto de franquicia donde entrenaba la Fullop.

Esa afición en común hizo que te invitara a entrenar un día a mi gym, para que entrenes “como la gente”, no en el gym de Barbie con los discos de plástico. Reto aceptado sería esa misma semana. Y así un miércoles a la tarde subiría a tu coche y te llevaría a mi gym. Claro aparte del bardo que armaron los amigos cuando me vieron llegar con vos, estaba que yo no te había contado que ya llevaba un tiempo dando clases personalizadas allí. Y mientras te entrenaba, comencé a tratarte como lo hacía con mis alumnas. “Vamos Charlie, ponele ánimo, no sos la vergüenza de la facultad, ¿cierto querida?”.

Luego de esa frase tu gesto cambiaría, me mirarías con otro ánimo. Al inicio, pensé te habías ofendido, pero me mirabas y te tomabas el cabello, tan coqueta, que entendía te había gustado. E intenté en el último set, hacer algo distinto hacer repeticiones forzadas. Tendría que guiarte, tocarte los brazos y codos, mientras llevabas la polea al punto más bajo. Allí vos pegaste tu cuerpo en esa lycra sudada al mío, allí una cálida erección te rozaría.

Desde esa noche al salir del gym mi mundo cambiaría. Y sí, cambiaría mucho. No sólo porque esa noche haríamos el amor, sino porque formas más intensas sacarías de mi repertorio. No ibas a un beso suave, el solo morderte los labios te excitaba al gemido. El irme por tu cuello no era un tema de delicadezas…fue comerlo como si el puñetero Drácula me hubiera poseído. La música a todo meter de un disco mío de Mötley Crüe gritaba “girls, girls, girls”. No nos hacíamos el amor, tú me dabas tu piel como si de un lienzo se tratara y de pronto me volvía el pervertido artista que te pintaba.

¿Sumisa? No sabía lo que era ello. ¿Dominar? ¿Como con la pelota? En el transcurso de los días conversaríamos tanto. Te declarabas sumisa, lo habías leído en uno de tantísimos libros. Y de pronto encontrabas que yo era un dominante. Y de pronto me ponía a buscar información, revisar bibliotecas. El internet del 95’ no era lo de hoy. Por vos consumí en libros lo que nunca había hecho por nadie. Y así lo entendí, así me formé para vos.

Así ya no sería sólo mirarte, era conducirte con la mirada. Ya no era tocarte o acariciarte era dirigirte con mis manos. Y claro vos ya no te entregabas a la pasión, te sometías a mí. Desde tu disfrute masoquista por ser nalgueada, hasta mi disfrute sádico por conducirte por mil y un orgasmos. Desarrollamos juntos la ciencia de lo pervertido y lujurioso. Nuestros llamados parecían de dos espías. Aquel móvil que llevaba que sólo mandaba SMS y llamados sería una herramienta. Nos perderíamos en los pasillos de la facultad. Bastaría con encontrarnos en las escaleras para que te pusiera contra la pared tirando de tu cabello y me miraras sabedora que lo único que estaba haciendo era encender el fuego, porque luego iríamos a hacer más, iría a sacar más de vos.

Aprendí a hacer los nudos adecuadamente para atarte, para restringir tus movimientos. Me apliqué muchísimo en entender el uso adecuado de la mordaza y el gag-ball, del vendarte los ojos a por una pervertida privación sensorial. Disfruté tanto mordiéndote los pezones mientras a cada mordisco mío o cada chupada intensa te vendrías. Las nalgadas se sucederían a bofetadas en tus senos, o atragantarte con mi pija mientras te cogía la boca y garganta. ¿Intensidades? Muchas intensidades, los juegos de seducción, el tomarte con fuerza. El jugar a humillarte, y ver cómo te excitabas con ello. El dejarte el culo rojo, con la huella de mi mano dibujada perfectamente en él, que ameritaba te corrieras otra vez.

Logré tu amor, conquisté tu devoción, cambié mis formas de ser y de amar. Intensidades a tan altas revoluciones, juegos eróticos que implicarían algunos riesgos. La osadía de vestirte como una puta, con la ropa chica, con un excesivo maquillaje para que una noche en la Panamericana te exhibieras. Creo ese día de exhibición te excitaste tanto que toda la noche no paramos de poseernos.

El quiebre que tuvimos fue no porque dejáramos de pertenecernos, fue porque vos querías un hijo ya mismo, que nos volvamos una familia. Papa dominante y mamá sumisa se van a casar. Yo te amaba, pero no al punto de querer detenerme, la Argentina que me albergaba tanto tiempo también me había abierto los ojos para venirme a Europa, cruzar el charco, era sólo tema de tiempos, y eso te puso triste y te marchaste.

Pude verte con a y z novios, los dejabas pasar como quien cambia de canal en los comerciales. Llegaste a un punto que debí hacerte entender que eso no estaba bien, que a pesar de que ya no estábamos debía cuidar un poco de vos. Me mandaste a la mierda, yo era la razón de que no fueras feliz. Y lo sentí de verdad, me dolía estuvieras así, pero yo ya estaba por partir, te abrazaría fuerte, te llevaría a casa, te sometería por última vez y me marcharía.

Lo que vino después con vos no lo sé, sos ahora la pediatra más famosa de CABA, pero nuestra amiga dice que preguntaste por mí, que tantos años pasaron, y de pronto el Lanatta hizo algo por lo que querés saber de mí. No tenés idea de cuánto extraño tus ojos violetas, tu cuerpo esculpido y nuestra deliciosa perversión. Admito vi tu perfil de Instagram, buenísima, no lo niego me excitó verte. Pero a veces dicen que las historias culminadas, no es bueno reabrirlas, y acá a 5 horas de vos, miro tu foto, y suspiro como cuando te decía “vení guachita, papá quiere jugar con su nenita”.

Lanatta.