Señora a veces aquello de querer ver a otra persona, extrañando y queriendo a otra es complicado, ora imposible. 
el clavo

“Y claro Lanatta, déjate de cosas. La vida es un sinfín de oportunidades.” – Katia

“Boludo, ya estamos grandes negrito, tomátelas. Ya hubo el censo y son más minas que hombres, papá.” – Pirulo

“Lanatta, ¿crees que de verdad ella está pensando en ti? Supera las cosas, la regla es a rey muerto, rey puesto” – Ariana

“¡Un clavo saca otro clavo, chaval! A pasarlo pirata.” – Farinhas

Lo cierto, es que son consejos de esa gente impresentable entre sí a quienes les llamo “mis amigos”, ninguno tiene relación entre ellos. Viven en distintos puntos del planeta, pero siempre están allí. Y claro, no es mala idea, una vez terminado el duelo de una relación, uno se puede sentir listo y preparado para ir a una nueva, quizás esta vez sí la hago.

Quizás tengo suerte, quizás el factor oferta me resulta asequible. Y una tarde de marzo, me encontraba Cristina. Chica guapa sin dudarlo, licenciada de derecho, especialista en derecho comercial, mamá de Erikita de 10 años. Rockera casi profesional y adicta a las hamburguesas artesanales. Había sido entrenadora de Full Body, en las épocas del desaparecido Gold’s Gym de Camacho, a pesar de no estar más que dedicada al trabajo y su niña, sus líneas corporales eran de los más talladas y casi esculpidas. La encontraría en una de esos restaurantes de carnes y parrillas en el sótano del Jockey Plaza.

El cómo la conocí se resumiría a Tinder y santas pascuas. Primero la charla en la app, sí señora un montón de mujeres de distintos perfiles, muchas chicas de la vida fácil, sugar babies buscando sugar daddies, putitas de tres al cuarto, travestis, mujeres que con tanto filtro eran Barbie, y otras muy lindas, pero con un nivel intelectual de estado de coma. Luego de ese oprobioso tamiz, y de poder entender las formas de ser, compatibilidades, etc. Pues recién pasar a la charla por WhatsApp para conocer quizás la voz y formas. Hasta que finalmente se dio la oportunidad de coincidir y se hizo.

La empatía de la charla virtual se transmutaba a la vida real sin inconvenientes. Nos reíamos como viejos conocidos, como esos amigos que se conocen de toda la vida. La carne estaba realmente buena, pedí una birra helada, y me miró con cara de sacrilegio, ella tomó un pisco sour. Una hora de charla y comida, implicaron que saliéramos y me pregunte ella si había ido en coche. No lo hice, no tenía intención de conducir, ni de llevar, ni de subir a nadie a mi auto.

Ella en cambio si fue en su coche -o bueno en el de la empresa donde trabaja. Un comodísimo Mercedes AMG serie E. Las butacas en piel gris claro parecían más un sillón de directorio que de coche. Al encender el coche en la pantalla sonarían los viejos Rolling Stones con “Paint of Black”, muy a juego con el vestido en tiritas negro que llevaba. Me preguntó por dónde vivía, le di mi dirección. Me dijo estar cómoda conmigo. Pensó que la afinidad iría a desaparecer, pero lo cierto es que estaba todo genial.

Llegamos a la puerta de mi casa y le dije que no le invitaba a pasar que mi nene aún estaba despierto y que la nana se tenía que marchar. Al momento de despedirnos, me acarició la cara, me dijo que me agradecía por ser lindo. Que quería ya mismo verme de nuevo. Sin duda le vería. Y de hecho esa misma noche quedaríamos en que a la semana siguiente nos veríamos en el mismo Jockey Plaza, claro esta vez quería que me de algunos consejos para comprar algunas cosillas y ella estaba encantada.

La salida fue buena, ordené todas las compras para que me las lleven a casa. Tomamos unos helados en el mismo centro comercial, su favorito el de chocolate belga. Y allí en plena mesa de la heladería, en el fondo musical una vieja canción de Radiohead sonaría: “Creep”. Y en esa parte en la que grita “what the hell I’m doin’ here?/ I don’t belong here” (¿qué demonios hago yo acá? / yo no pertenezco aquí), cerraba los ojos y todo se trastocaba. Me iba a ese primer día con esa ella que seguía en mi mente, le veía a mi lado, tomando un helado de frutas. Claro ella no comía chocolate en ninguna de sus formas, ni presentaciones. Y muy a pesar que el rock no fue su fuerte nunca, le veía a mi lado recostada en el sofá de la sala, desnuda después de hacer el amor conmigo, sonando la canción tal cual.

“¡Vuelve! Estoy aquí” – me dijo. Le dije la mentira más ridícula que se me pudo ocurrir “es que estaba paladeando el sabor del helado”. Más falso que billete con la cara de Francisco Pizarro. No sé si me creyó o no. Al salir del centro comercial, caminando por los parqueos, una fuerte ráfaga de aire pasó por nuestro lado y se abrazó a mí. Mi reacción fue como quien daba la paz en la misa del domingo, casi estático sin saber cómo reaccionar. Me miró y me dijo que cuando hacía frío le apetecía tener a alguien, así como yo al lado, que le pudiera cobijar y abrazar hasta dejarla sin aire. Le sonreí, sin duda podría hacerlo, le dije.

Al acercarnos a su auto, me dijo si me llevaría. Le dije que esta vez había ido con mi auto. Pero que no había nada mejor que acompañarla hasta el suyo. Me invitó a tomar un vino a su piso, su hija tenía el fin de semana con el ex marido. Le acepté y sacando el celular me envió por WhatsApp su ubicación en tiempo real. Pagué el parking y prácticamente salía pegado a ella. No había mucha distancia, sólo llegar a Circunvalación de El Golf de los Incas y avanzar unas cuadras. El vigilante de la entrada le daba acceso a ella, y de inmediato ella hacía señales para que me dejara entrar.

Subimos en el ascensor directo al departamento, que con llave propia daba acceso. Un piso simpático, al que bastaba con terminar de ingresar para que los parlantes del cielo raso se activaran con Rage Against the Machine. Volteó y mirándome con picardía, me dijo que desde que se divorció, ponía la música que quería en el piso, que su ex odiaba el rock. Me reí. Sacó un vino de la pequeña cava al costado de la sala. Un cabernet syrah, lo puso en mis manos con el descorchador, mientras traía unas copas y las ponía en la mesa de centro. Luego de descorchar, ella se había sentado en la alfombra junto a la mesilla, y me invitó a sentarme allí a su lado. Brindamos por el placer de conversar, de coincidir en tanto, de reírnos, y de que esa tarde noche estuviéramos cerca. Y en ese momento se acercó a mí con la intención de besarme.

Allí sentí que ello no era lo que quería. Sí, sin duda era una chica hermosa y la situación completamente excitante, todo estaba dado para que luego del vino probablemente termine en su cama y un tórrido romance se diera. Pero no era lo que quería. La verdad es desde la canción de Radiohead, ya no podía querer un beso de otra boca, un gesto o una caricia que no fuera de esa persona de quien estaba segurísimo de haber olvidado, de quien me mentía haber llevado el luto al tope, y haber ya decidido en rehacer mis días sin su presencia. No era ella simplemente. Y entonces Cristina con cierto nivel de confianza me miró y me dijo: “Lanatta, se nota que la extrañas”.

Me hice el desentendido, le dije que no le estaba siguiendo. Y me dijo que muchas mujeres tienen un sexto sentido. Y que estaba claro que yo estaba enamorado de alguien que no era ella, que es cierto, las charlas y la relación de amigos eran nuestra máxima, pero que ella pensaba que ya hoy, podríamos llegar a algo más. Lo cierto es que, en ese momento le dije que yo también, pero que claramente no era así, y le pedí disculpas. Me dijo que no había problema, que seguiríamos siendo amigos, que yo le interesaba como amigo y más, que siguiéramos charlando, que quizás vernos más me haría decidirme. Le sonreí. Le di un beso en la mano, y me marché. No buscaría el clavo, ni nada parecido. Olvidarme de alguien extrañándola como lo hacía…era imposible.

Lanatta.