Una historia que comenzó imposible señora, y que de pronto, en un aeropuerto imposible, un día imposible, las fuerzas de la naturaleza lo volvían a hacer, algo así como para que dos brutos entendieran.
Miami int'l

Ellos no debieron conocerse nunca señora. Ellos eran dos planetas diferentes, de dos galaxias distintas. Pero dicen que los polos opuestos se atraen de formas impensables, que los psiquiatras podrían escribir miles de tratados -sí dije psiquiatras porque insistiré siempre que confío en ellos pues provienen de una formación médica sobre el comportamiento, la química cerebral y la neurofisiología.

Pero regresaré a ella. Tan lady, tan “chapada a la antigua”. Formalista, casi como un código de computadora, todo debía seguir un orden, un script, una secuencia ineludible. Podríamos decir que era la mujer que muy a pesar de su belleza no buscaba usufructuarla como un medio para sus logros inicialmente académicos, y luego profesionales. Claro, quien la viera en los pasillos de una universidad, o luego en la cafetería en los alrededores de algún tribunal, podría decir lo contrario. Era una mujer guapa, pegada a los valores que la madre tan gallega le dio, junto con los de su padre un militar franquista, le habían podido inculcar.

Vestida de falda hasta la rodilla, con un sastre que pareciera pintado a la piel, los tacones que la elevaban casi diez centímetros del piso, su paso atraería siempre miradas, que ella ignoraría siempre, “mi carrera por encima de todo” sería su lema. Y dicho lema, junto con sus costumbres y valores harían que cualquier ser del otro sexo -o incluso del mismo- saliera casi al mismo tiempo que llegó. Juraría que el amor de su vida era Mateo, el niño de 10 de quien se enamoró perdidamente en el colegio, teniendo ella 9. Pero que los constantes cambios de colegios durante sus primeros años en esa Argentina donde su padre había escogido desaparecer, le jugarían una mala pasada. Hoy ella tenía 25 años, y ya era socia de uno de los bufetes más cotizados de toda la República Argentina, Clientes nacionales y extranjeros, acuerdos que le llevaban con constancia a Brasil, España, Estados Unidos y México.

De él, ¿qué podríamos decir? Vivía en un mundo de tantísimo rock and roll. Las bandas de heavy metal de los 90’s aún hacían que tuviera esas costumbres del tipo mala leche. Fue patovica en Mint -patovica: 1. Persona que cuida un lugar centro nocturno taquilla entrada etcétera.2. Hace referencia la palabra patovica a unos pollos que tenían gran tamaño referenciando los consumidores de anabólicos esteroides que cuidan esos lugares generalmente personas que hacen fisicoculturismo etcétera (diccionario de argentinismos). La universidad sería un escándalo de conexiones e influencias que él supo manejar. Permitiéndose estudiar la facultad a la par de ser personal trainer.

Se conocerían en un vuelo Miami – Buenos Aires. Ella leía para ese momento el libro de moda de Dan Brown: “El Código Da Vinci”. Él también subiría al avión leyendo el mismo libro. Al sentarse en su cómoda butaca en business, se incomodaría por el tipo de la camiseta tan pegada que parecía más como si la hubieran tatuado encima. Vuelo sobrevendido como siempre, no habría más lugares, y por lo tanto, no cabía opción a pedir un cambio. Luego de despegar, vería que él sacaba el libro y se ponía a leerlo con interés. Ella optó por hacer lo mismo, mirando de reojo a cada instante buscando saber en qué página estaba.

Llegado el momento, en que servirían la cena a bordo. Servirían pasta con pollo en salsa bechamel y como segunda opción, carne estofada con verduras. Ella pediría la primera y él la segunda. Terminada la cena y estando a la altura de Puerto Rico, una de las tripulantes de vuelo pediría de emergencia la ayuda de algún médico a bordo. Inmediatamente él se levantó y acudió al llamado. Un pasajero estaba claramente con signos de incapacidad respiratoria.

Las auxiliares de vuelo le entregaron el kit de emergencia médica, no había tiempo que perder. Inmediatamente con el estetoscopio de vuelo, le escucharía la espalda, cogería el escalpelo precargado y, abriendo el paquete de gasas, pediría a las tripulantes que le trajeran una pajilla de las bebidas y le sostuvieran la cabeza contra el piso al igual que los brazos y pecho. De inmediato manipularía el cuello del individuo, y con una precisión milimétrica clavaría el escalpelo en la garganta del pasajero. Se escuchó un resoplido, el cuello sangraba, de inmediato introdujo en el orificio que había creado la pajilla. El hombre de unos cincuenta años o más, abriría los ojos, fatigado.

Ella miraba toda la manipulación desde su asiento. Se asustó al ver tanta sangre. La seguridad con la que él se había mostrado fue algo que le atrajo. Mientras tanto, él pidió a la tripulante de cabina que el pasajero debía ser evacuado a un centro médico inmediatamente. La tripulante no sabía dar muy bien los mensajes, y tuvo que hacerle pasar a la misma cabina de mando. El capitán un muy venido en años capitán de aviación comercial, le miró con un poco de desdén. Sin embargo, él le hizo comprender la gravedad del tema. La apertura de vía aérea era sólo un paliativo el paciente necesitaba oxígeno y suficientes medicamentos para recuperarse y dijo algo contundente: riesgo vital.

El viejo capitán, llamó a torre de control, el aeropuerto más cercano sería el Luis Muñoz de Puerto Rico. Y haciendo las coordinaciones, le pediría que indique qué se necesitaba para el paciente, inmediatamente él dijo, una ambulancia con oxígeno, o un helicóptero para evacuarlo directamente a un hospital. Torre confirmó haber entendido y de inmediato, él saldría de la cabina. Las auxiliares de vuelo anunciarían inmediatamente el cambio a los pasajeros. El paciente le miraba con agradecimiento, él le pedía que no hablara.

Lo demás sucedió muy rápido, el aterrizaje, la evacuación. Al volver a su asiento ella le miraba y le dirigiría la palabra “sos el héroe del vuelo”. Para ella, él lo era, muy aparte de algunos pasajeros que le recriminaron porque por su culpa tendrían un retraso para llegar a Buenos Aires. En el retorno, ella conversaría todo el trayecto con él. Intercambiaron números de Blackberry, se llamarían a diario. Se verían mucho en la semana, se harían el amor como desquiciados. Él a los meses se recibiría con honores en la facultad de medicina de la UBA, increíblemente en la foto de su graduación aparecen su suegra gallega y su suegro franquista.

Hoy ellos ya tienen un poco más de cuarenta. Ya no son pareja, ya mucho de eso que fueron se extravió en el tiempo, una tarde de un invierno porteño él le diría para irse juntos a España, ella declinaría la idea, las metas en común terminaban y la pareja imposible se rompía. Los años pasarían sin clemencia, pero por esas locas casualidades del destino, se volvieron a encontrar nuevamente en el aeropuerto de Miami, y claro, se reconocieron de inmediato. Ella mucho más delgada y fina, claro sin que ello le haya hecho perder un gramo de belleza. Él ya no es el patovica y estudiante. Ya es el cirujano que muchos conocen. Se reconocieron, se miraron, se abrazaron. Se habían perdido y dejado perder. Esta vez él volaba a Lima y ella por coincidencia también. Ya no iban en business, ambos portaban fotos de niños en la cartera. Por gestión de él, las tripulantes de abordo les permitirían sentarse juntos en un vuelo con poca demanda. Y así, mientras el avión despegaba, ella le tomaba de la mano, y él sonreía mirándola. Los malditos polos opuestos señora se volvían a chocar más de quince años después. Y esta vez…¿qué pasará? No lo sé, señora.

Lanatta.