Ah el estar en pareja y todos los pasos casi religiosamente que se pueden dar, desde ese momentito divertido en que le decimos con gran entusiasmo el "me gustas", hasta ese punto de quiebre en el que se puede pensar en matrimonios o tener hijos...che idea!   
ayloyu

Es jodido aquello de estar en pareja, señora. Darse cuenta de que de pronto la persona con la que uno siente esa química, que se va a dar no sólo en lo sexual, sino también en ese compartir, esa seguidilla de llamadas y mensajes a cada momento, pueden motivar que uno quiera más con esa otra persona. Y se pasa, a veces rápidamente, del “me gustas” a un “te quiero”. Y el “te quiero” ya es un paso, interesante. Ya el sólo hecho de decirle a esa persona el famoso “me gustas” implica sensaciones. Sensaciones que no se logran fácilmente, sensaciones que implican consecución, que implican esa reciprocidad. Ojo las sensaciones son esa parte diría que van desde lo primitivo y básico hasta lo instintivo y salvaje. El “me gustas” es un ánimo de ganas, de pasión, de deseo. Lograrlo, no es sólo por la efervescencia del sexo, de la buena cama, de la lujuria intensa; es también, porque haya complicidad, ese querer ambos estar juntos, buscarse, necesitarse.

Pero se va a dar ese salto, del “me gustas” al “te quiero”. Ya un “te quiero” es un trampolín, ya no hablamos sólo de sensaciones, ya hablamos de sentimientos. Ya no estamos en el plan de sólo terminar cansados luego de una jornada amatoria, ya se pasa a que los abrazos cobran sentido, a que los besos y las caricias no son solamente sexuales. A que al estar uno junto al otro el calor no es sólo por la maratón de pieles urgidas, sino que es ese calor que abraza y abriga. El “te quiero”, señora, se convirtió en el enamoramiento, de pronto esos dos seres se enamoran, y casi mágicamente comienzan a querer más juntos. Ya no es una noche, ya es mejor pensar en los fines de semana, en que las escapadas sean más constantes, en que por allí se puedan manejar horarios y agendas en común. Love is in the air señora!

Y allí comenzamos la secuencia de la cohabitación. De que un fin de semana en lo tuyo, o en lo mío. De fines de semana en hoteles y excursiones. En que de pronto se hace el viaje y ya no le dicen a ella señorita, sino señora, que ya se les “asume” algo más. Y claro, a ella no le cae mal. No se siente mal, la señora de “fulano de tal”. Entonces si pasamos los fines de semana juntos tan bien, ¿por qué no ampliarlo a los días también? Es una fórmula válida. De hecho: el “¿por qué no?” puede ser la mejor referencia a un vivir juntos. Peligro.

Y sí, peligro señora. Situación peligrosa. Muchas personas huyen de la convivencia. Es un salto importante, es un comprometerse, es un irse sin frenos. Muchos pueden decir que el convivir implica zanjar libertades y espacios. Ya no es estar por un rato, y durante los otros días de la semana, poder tener el tiempo para hacer lo que a uno le canta sin el ser observado, medido y, de cierta forma, catalogado -o lo que sería peor: corregido. Vamos señora, para muchos es más divertido comer en la cama viendo una serie o una película, que estar obligadamente en la mesa. Para otros nos es mucho más cómodo pasearnos en pelotas por la casa en verano o invierno indistintamente. Ni qué decir de las costumbres en el baño: desde poner música al ducharse, o tomar un vino al estar en la bañera; pasando por el sentarnos en el inodoro a leer Twitter o ver algo en alguna red; y terminando con el tema de cepillarnos los dientes en la habitación y no en el lavabo; y escupir allí o en el inodoro.

Si pues, cuando estamos acostumbrados a la tranquilidad de vivir solos, no necesariamente podemos ceñirnos a un guion o una forma. Por ejemplo, ya no es solo el subir o no la tapa del excusado, o tener en el cajón de la mesa de noche desde todo tipo de lapiceros, medicamentos, chocolates, relojes, hasta llegar al mando de la consola, los mandos a distancia e incluso tenedores o cucharas. Vamos, ¿a quién no le ha pasado que luego de comer el helado viendo una película a la noche las fuerzas nos venzan y dejemos esa cuchara que se vuelve en nuestra compañera nocturna?

Pero el convivir es un compromiso, es llevar las cosas de uno a la casa de otro, demostrando claramente el nivel de compromiso, el famoso paso adelante, que muchos no se atreven. El darlo estará implicando que se ha decidido por la vida en conjunto, pero también en aceptarse ambos en todos los aspectos, no importa si encontremos una media en la mesa de noche, o si aplastamos el tubo del dentífrico en el medio. Es un voto para ser, que muchas personas a veces no valoran.

La convivencia al inicio es buena, nadie lo puede negar. Sí señora, cambiamos el estar en los hoteles y albergues transitorios por estar en camita, en casita. Llamarle casa al sitio donde ambos vivimos. Ya no es “tu casa” o “mi casa”, ya es el dar el salto a volverla en simplemente “la casa”. Claro lo sensato compartir gastos y formas. Desde el dividirse las facturas, pasando por el ir a llenar la alacena y comprar cosillas -unos vinos, chocolates, etc. El sexo no será bueno, sino buenísimo. Y suele ser aquello que uno utiliza como quizás compensación por aquellos sinsabores que pueden darse con las posiciones “innegociables” de la pareja. ¡Y qué bonito es convivir! Lirili.

Pero durante la convivencia vendrán algunos caminos paralelos, ya no es “mi chica”, ya es “mi pareja”. Ya la vinculación frente a los demás no será mas que ser “novios”. Ya algunas preguntas incómodas de los amigos, pero más que de ellos, de los familiares. ¿Y cuándo se casan? ¿Y para cuándo encargan?

Lío grande. Ojo el matrimonio no es algo para rehuirle. No lo creo, pero como diría un amigo mío es para observar con mucho cuidado a la contraparte y decidir si de verdad es la persona ad hoc para tener familia, para una vinculación mayor. Muchas veces como convivientes se dura un tiempo, y luego de ello las diferencias son tan hondas que lo mejor es dejarlo, sin embargo, también puede presentarse aquello del otro lado, el deseo por familia o el deseo por una vinculación mayor.

Lo primero que aprendí señora, es que, para conocer bien a la pareja, lo primero que hay que ver es cómo es su relación con su círculo íntimo: padres y hermanos. Dicha situación redundará en lo que podría ser la relación entre ambos. Una mala relación con ellos, será para descartar cualquier posibilidad. Lo añadido es siempre mirar a la suegra tanto en carácter como en físico. Ese será el futuro de nuestra chica. Así sea hoy ella una flaca de cincuenta kilos, ultrafit y que come rabanitos y lechuga, el día entero, si la suegra es un cachalote de cien kilos, será ese el camino. Al igual que el carácter. Hay suegras super lindas, más buenas que las monjitas que hacen dulces. Y otras que son la villana del cuento: al inicio sonreirán lindo y hasta nos traerán regalitos, pero cuando las cosas avancen podrán ser tan dulces como un cobrador de alguna familia siciliana siendo así: saltemos por la ventana.

Y si de tener hijos se trata, analicemos mucho el carácter, formas y comportamiento. Si ella es muy pegada a la rumba, a la marcha y al trabajo, en la ecuación el tema de familia será siempre secundario. Si las amigas son su ritmo, el marido y los hijos llegará un punto que no figurarán en agenda, y si las broncas son una constante, dejémonos de joder señora, para qué saltar del precipicio, cuando es mejor, despedirse e irse a parar en el andén a por un siguiente tren.

Lanatta