Una historia que podría ser la más común y normal, salvo por tantísimos ingredientes que hacen que ellos dos allí donde están, no rompen aquel vínculo afectivo.
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Boba era una graduada abogada, si bien es cierto nunca ejerció pues un par de años antes de graduarse se casaba y al año siguiente salía embarazada de uno de los profesores de derecho penal más reconocidos de una universidad en Lima, estaba siempre más preocupada de su vida relajada, con una copa de vino siempre, conversando con aquellas señoronas que se habían vuelto su círculo social, pues eran esposas de los amigos de su flamante marido el penalista. La vida se iba acomodando para ella, luego de tener a la hija fruto de su relación y terminar la fase de amamantar y pasar malas noches, de pronto se dio con la sorpresa que ya su marido se había acostumbrado a seguir viviendo en su planeta de las salas penales, fiscalías y requisitorias.

Buscaría cambiar y relanzar su matrimonio, su famosísima tarjeta de crédito ilimitado, le serviría para que un día de marzo, fuera a una clínica de cirugía plástica a hacerse una lipoescultura y una consiguiente cirugía de aumento de mamas. El cuerpo de la flaca chica que fue, se convertía en el cuerpo escultural de toda una Barbie. Claro el proceso incluiría un cambio de alimentación, asistir a largas jornadas en el gimnasio, y en una de esas coincidir con Tonto en un local de venta de suplementos nutricionales.

Tonto llegaba para ese momento decidido a no tener más relaciones. Su nuevo lema era ser feliz como vino al mundo, pues “solos nacemos, y solos morimos”. Ese día estaba particularmente inspirado y mientras compraba un saco de cinco kilos de proteína aislada de suero de leche, vería entrar a Boba, con sus gafas de sol inmensas, sus pechos desbordantes sobre el top y ese cabello castaño enrulado con un peculiar mechón que resaltaba sobre su frente. Ambos se miraron, él de inmediato le hizo el habla, ella respondió. El vendedor estaba confundido pues los conocía a ambos, por sus frecuentes visitas, pero no creía que se pudieran tener algo en común, ni en barrio, ni en gimnasio, ni en amistades.

Ese día Boba le añadiría al móvil, quedarían para entrenar juntos en algún momento. Tonto hizo gala de ser cirujano, y le recomendaba desde qué crema usar en la cicatriz de la lipoescultura hasta qué suplemento tomar en la mañana antes de entrenar. Se comenzaron a hablar todos los días, los mensajes de ida y de venida, hicieron que un buen día decidieran volverse a ver.

Al llegar Boba bajaría de la novísima camioneta que la tarjeta ilimitada había comprado la semana anterior. Se encontrarían en un punto intermedio en el óvalo frente a la Universidad de Lima. Boba y Tonto entrarían en uno de esos restaurantes corner que había. Tomarían un coctel de tequila mientras conversaban, allí Boba no aguantó más en decirle que estaba casada, que tenía un marido y dos hijos. Una nena que vivía con ella y un chico un poco más grande que vivía con sus padres en Chiclayo de donde era originaria. Boba le contaba queriendo imponer la barrera de “la mujer casada y con hijos”. Para Tonto eso no significó absolutamente nada, y subiéndose ambos a sus respectivos autos, terminarían haciéndose el amor en el Inkas.

Desde ese día, a un ritmo de dos o tres veces por semana Boba tomaría la camioneta, inventaría compras, reuniones, peluquerías y mil cosas más para reunirse con Tonto a expensas de su marido, en cualquier hotel de esa gris Lima. Boba le dijo a Tonto, que ella no le permitiría que él se enamore de ella, y que, si ella se enamoraba de él, se lo diría, pero que no esperaba nada a cambio. Anecdóticamente todo ese nuevo guardarropa que Boba había comprado para usar con su marido, en el que incluía lencería, disfraces, vestidos cortos, etc. y sacarle partido a ese “lomo nuevo” que ostentaba, lo usaría para con Tonto, quien se sentía en una espiral de constantes fantasías y situaciones altamente eróticas.

Boba y Tonto se irían de incógnito a Chiclayo, al departamento que ella tenía en Pimentel frente al mar, la luna de miel perfecta. La excusa de Boba fue ir a ver a su familia, que con las justas pasó por unos minutos por la casa del barrio de Santa Victoria a dar su saludo, y dejar las cosas que había comprado para su familia, y claro, recoger las llaves. Tonto llegaría un par de horas después, directamente a la playa. Los amantes no se soltarían los cinco días. Allí Boba le dijo que le amaba. Que se cagaba de miedo por lo que eso significaba, porque ella sentía que necesitaba de Tonto, y que ella no le podía ofrecer nada a cambio. Tonto la calmaba, sería innecesario. Él sabía las reglas del juego, y para sus adentros estaba sumamente cómodo siendo el amante.

Las locuras de los amantes irían in crescendo. Hasta que un día Tonto se dio cuenta que un auto le seguía. Se sintió el puto James Bond, y dejando el auto estacionado en un centro comercial se escurriría hasta encontrarse cara a cara con su perseguidor. Un delgado chico que con cámara en mano le buscaba. Le cogió del cuello sin darle espacio a más, le dijo su cliente era un abogado, que no podía decirle más, pero que mejor él dejaba el asunto. Tonto le acompañó hasta el auto, le tomo fotos a la placa y documento, y claro destruyó la cámara y el móvil.

De inmediato llamó a Boba, le advirtió lo que pasaba, y se mandaron un beso. No se verían más ese año, ni el siguiente. Boba consiguió que el marido no se entere de nada, Tonto siguió su vida. A la semana Boba conseguía una línea telefónica a nombre de su hermana y llamaría a Tonto. Las llamadas y mensajes desde ese momento serían de forma de estar algo cerca. Tonto se mudó de país, y siguieron conversando. Boba al año se divorció del penalista que le era infiel desde el segundo mes de casados. Se emparejó con un hombre muchos años mayor que ella, se separó y se fue a vivir a los States.

Por alguna razón, y a pesar de las parejas de ambos, nunca el hilo se perdió, Tonto le mandó fotos de su vida europea, de sus viajes. Boba también, claro con el añadido que por allí le enviaba “sin ninguna otra intención” alguna foto en ropa de baño, en algún vestido corto. Se contaban de todo, desde las parejas con las que estaban, hasta decirse que se querían. Boba y Tonto se encontrarían un día de enero, él ya tenía cuarenta y tres, ella cuarenta. Se abrazaron con un cariño inconmensurado. Ella estaba igual de hermosa, claro ya no eran los rulos castaños sino el pelo alisado rubio. Tonto peinaba canas, pero la miraba como quien hubiera encontrado lo que le faltaba. Se rieron, se besaron. 

Y cuenta la leyenda que se hicieron nuevamente el amor, que esta vez ambos tan libres se confundieron y reconocieron piel a piel, con el enorme detalle que ninguno de los dos debía nada a nadie, que esta vez podían ser libres, que los relojes ya no venían con los segundos contados y que quizás no serían más amantes, que esa especie de amistad ardiente de ambos, que tantísimas veces se habían saludado como "hola ex", era simplemente un amarse en pausa, hasta que esta vez llegado el momento, sin deudas con nadie, se dieran la oportunidad de fundirse y no soltarse más.

Lanatta.