Llegaron las vacaciones señora, sea invierno o verano, pero es momento de 
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Ella la amiga de Miss Universo, a la que siendo adolescentes coronaron Miss Simpatía, y que la misma Miss Universo odió un poco porque salvo unos centímetros de menos, es más bonita.

Ella la castaña alborotada, tan proclive a plancharse el cabello y a tintarlo de tantísimos colores, que no hay uno solo que le quede mal. Que sólo vi una vez con un rulero -que lleva escondido en su tocador-, cuando se afinaba el cerquillo.

Ella cuya nariz podría confundir a cualquier cirujano plástico, pues podríamos hacer votaciones incluso para decidir qué técnica habrían usado en el procedimiento, para dejarla tan natural y sin visibilidad de las suturas, no habiéndose operado nunca.

Ella tan capaz de aventurarse a cocinar un plato de arroz con pollo a la trujillana, sin haberlo hecho nunca, con el añadido que estábamos de camping, cortando los ingredientes casi con una navaja suiza, y cocinándolo todo en una cacerola.

Ella, la artífice de buscar mi mejor versión, no por querer cambiarme, sino porque teníamos todo en el planeta para ser y hacer juntos. Desde progresar como pareja, hasta volvernos una familia inmensa, con sedes de playa, campo y hasta con una hija con nombre escogido.

Ella que se atrevió a hacerme soñar en un mundo en el que seríamos los dos juntos, pero que de paso incluiríamos a los nuestros. Desde la sobrina, hija de su hermana con quien hablaba por teléfono y me decía tío, pasando por hacer planes de cumpleaños, de fiestas, de feriados. Muy a pesar que cualquier feriado de más de un día, ella se los tomaba para ver a las hermanas, a sus padres y demás familia. Eso hizo que, en nuestra cuenta, sólo tuviéramos un fin de semana largo en nuestra cuenta.

Ella la única en sus formas de atraerme y seducirme. Desde ese encontrarnos aquella vez, revestida en seda roja, y yo casi como el toro, viéndola así y excitado. Lanzándome sin ningún tipo de restricción a por besarle en hombro desnudo, pasando por ser ella la que me encaró y en todas las formas humanas que intenté estando a tan pocos milímetros de su boca, me impidiera darle un beso.

Ella la que cada vez que se ponía una mini, disfrutaba excitándome con sus muslos esculpidos y perfectos. Desde la versión mini animal print con la que me esperaría un mediodía, y que no nos soltaríamos hasta la mañana siguiente, hasta aquella mini de jeans que nos condujo a tal excitación, que antes de subir a la habitación en el centro vacacional al que llegábamos, se me ocurriera regalarle un orgasmo, -sin olvidar aquel de un taxi un sábado por la tarde, antes que se fuera a visitar a una amiga, con un taxista que nos miraba por el espejo retrovisor sudando en pleno invierno.

Ella la temperamental, la que podía crucificarme porque en el saludo le haya llamado por su nombre, y no “mi amor”. O porque al despedirme le haya dicho hablamos luego, en vez de “te amo”. Que se podía poner en nivel amenaza nuclear si le hablaba por mensajes, sin llamarle, y que si le llamaba le hablara poco, o que lo mejor era que videollamara.

Ella la convencidísima usuaria de todos los productos de Apple, desde el móvil, pasando por la computadora y terminando en el reloj. Productos de los que no dudo su calidad, e incluso seguridad, pero que al preguntarle la razón me miraría con ese fuego tan suyo y me diría “Lanatta amor mío, somos exclusivos, ¿cierto?”.

Ella la de la moto eléctrica, cruzándose en el tráfico a la hipervelocidad de cuarenta kilómetros por hora, la que se ponía nerviosa cuando pisaba el acelerador y llegaba a los doscientos, aferrándose a la butaca con uñas y casi con dientes.

Ella la misma que llevó un gato para olvidarse de mí, porque era yo su marido con ojos de gato, y que al verme el gato en un ataque de celos se interpuso entre nosotros para evitar que estuviera tanto tiempo haciéndole sudar.

Ella tan dulce el ochenta por ciento del tiempo, casi una melcochita que se deshace, pero cuando le entraba el demonio: salten todos, mujeres y niños primero. O cuando entraba en una discusión con su correspondiente argumentación, podía ir subiendo los tonos, los gestos, y de pronto la Miss Simpatía se volvía la Street fighter, de lady a barrio en menos de 1 segundo.

Ella a la que maté varias en mis relatos, buscando quizás de esa forma borrarla de mi mente, o de mi vida, o casi como si fuera un disco duro, formatearlo. Y como se verá no puedo, no pude y tampoco quiero ¿para qué?

Ella la única capaz de despertar en mí celos que no me permití sentir desde mi cercana adolescencia. Y es que claro, aquello de salir con “amigos” no siendo una relación abierta, a por unas copas y cena a la noche, como que no me cuajó, y sí, me puso a tal punto de celos, que me hizo paté el hígado. Sé que así me midió, sé que así entendió que no iba de juego, que de cierta forma aseguró mi amor por ella.

Ella la compañera perfecta de gym, capaz de decirme “mira mis bíceps”, de contarme las repeticiones, de contrariarme sobre mis batidos de proteína o mi afán de verme más “grande”. Pero que a veces, fumaba con las amigas, eso sí siempre light, y siempre siendo la más hermosa de todo el círculo de chicas.

Ella que me comía la boca, y me dejaba comerle la suya, que con uno solo de mis besos lanzaría los gemidos que me calentaban, y terminaríamos como locos haciendo el amor, “pero eso sí Lanatta, por atrás no”.

Ella la que puteó a rabiar le regalara un disfraz de diabla. Y que se negó mil veces a ponérselo, a tal punto, que de tanto insistir, me dijo que me lo devolvía y le pasara la factura, “que ropas de puta no eran con ella”. Y, sin embargo, le encantaba usar lencería que duraba tan poco en su piel.

Ella, y sí pues, tantas veces ella en el espejo de la habitación mirándome y matándome, en el baño mientras yo hacía payasadas y ella venía a amarme. Ella mientras le jodía por un pedo que soltaba, mientras que yo luego daría un concierto de vientos, con tuba incluida.

Ella finalmente, la que me hacía amarle, amarle con dedicación y con locura. Amarle con ganas de no soltarnos jamás. Amarle volviéndonos los dos unos adolescentes perdidos, con la música de la radio del coche a todo meter, cantándonos amor, haciendo cada día un playlist diferente. Ella aceptando mi rock and roll de carretera, y yo su reggaetón de tiktoker. Ella en fuego y metal. Yo, mientras tanto, el incendio mortal.

Ella me dejó, y a pesar de todos mis intentos, no volvió. Ella decidió pasar de mí, cambiar de estación o incluso apagar la radio. Ella allí donde esté, sólo espero que sea feliz, que esa promesa de su amor conmigo se terminó, y aún hoy respiro su olor, y al cerrar los ojos le veo mirarme. Sí pues ella, a la que de mil formas le diré siempre Mi Amor.

Lanatta.