Te invito a que nos reunamos, en una habitación de hotel...
telo

Y claro, existen dos caminos muy claros en tu mente. El primero será que somos dos desconocidos, y que mi invitación se saltea el glamour de un encuentro “elegante” entre una dama y un caballero. Y, de hecho, tu mente puede sostener esta invitación casi como una afrenta, un insulto. ¿Por qué tipo de mujer me habrá tomado el tal Lanatta? Anda a proponerle esos encuentros a las cualquieras. Claro, es probable que morirás con la duda que te asaltará a la noche: “y si hubiera ido”. Remordimientos querida, remordimientos porque nos queda claro que la vida tiene la duración de un boleto de tren. Y podemos viajar en el tren y solo estar sentados, o hacer que el viaje sea pícaro y placentero. Y entonces el remordimiento de aquello que hubieras sido y sentido simplemente serán una tormenta constante.

La otra opción el ir. Un día determinado, con hora determinada. Un número de habitación que intentas memorizar. Sea de día o de noche, intentarás ponerte unos lentes de sol inmensos, que te cubran la mitad de la cara, la otra mitad será una bufanda, o incluso el tan de moda barbijo, para evitar cualquier contaminación respiratoria.

Al tocar la puerta, te abriré. Oh era más alto de lo que pensabas. ¡Qué novedad! Y de pronto, la puerta se cierra. Ya no hay marcha atrás, pero claro los términos fueron claros, si te sintieras incómoda, podrías recogerte y marcharte. Pues la idea de encontrarnos así es romper con todos los moldes que has tenido. Claro, tan acostumbrada a los rituales tradicionales. A que te lleven al restaurante, al vino, a que se hable mientras se come. Pero, de pronto, un humilde servidor, rompe el molde, se zafa del rito y se zurra en la costumbre, ¿acaso vamos a por lo mismo? En serio quieres que sea “lo de costumbre”. Supongo que todos aquellos que han sido así de rutinarios o “costumbristas” buscaron su momento, vivieron ese episodio. Ojo, todos terminaron en el mismo sitio al que estás llegando hoy, con la diferencia que yo el profano, no me valgo de ello, yo no soy rutina, no soy costumbre. Y en vez de pensar en un sistema momentáneo y pasajero, busco la profundidad de las sensaciones, que acaso conduzcan a sentimientos.

Entonces el profano Lanatta te besará, te acariciará. Son manos distintas que tocan tu piel, tan distante de lo que era antes. Y el beso tampoco será eso que era tan “normal”. No son besos de pico, besos de labios, que a lo mucho puede parecer de un saludo. ¡No! Hay una boca que busca las reacciones de la tuya, y te gusta, te gusta sentir que puede haber intensidad en un beso, que el beso con las caricias son un maridaje perfecto mejor que un tinto y una carne sacada del asador. Ese acariciarte, por delante y atrás, besándote estando parados, aferrando tu cuerpo al mío, y en el momento de hacerte girar, haciéndote sentir esa dura erección que pareciera quisiera atravesar el pantalón por llegar a ti.

Y así te invitaré a que tomemos ese vino que querías en el restaurante, sólo que, recostados en una cama, donde nadie podrá decir que no es “adecuado” besar y acariciar, donde no haya el sesgo de ser mirados y calificados simplemente no existe. Sólo el dedicarse a sentir. Y entonces el vino será un acompañante perfecto. Claro me verás descorcharlo, y sí, la efusividad del instante hace que ese trago de vino te siente perfecto, no te calmará, pues no quieres un sedante, lo que quieres es algo que genere esa pausa, esa pausa para decidir si vas por más o si al segundo sorbo, quieres salir a por un taxi.

Pero te quedas, algo te atrae, algo te seduce, a la mierda, ya el paso está dado, y algo mejor debía tener yo, para que rompiera tu molde y decidieras venir. Y así, es que luego de la copa de vino, el besar ya no será sólo de una boca como protagonista, sino de ambas comiéndose. Ya no serán solo mis manos recorriéndote, y las tuyas bloqueando que no baje más, que no vaya a zonas “sensibles”; ¡ya no! Ya serán las tuyas también tocando y apretando, ya no serán mi polígono de tiro sólo tu boca, sino que pasearé besándote, sin frenos ni restricciones.

Y sí, comenzaron las sensaciones, de pronto ese calorcillo invade tu piel, de pronto ese desconocido, del que no acreditabas, y que podría ser desde un violador, pasando por un descuartizador o asaltante, comenzaba a hacerte sentir bien. La sensación clara de deseo calienta tu piel, tus sentidos se extasían. Sí pues tantísimas cosas, has pasado. Tantos tipos te han fallado, pero esta vez soy el que cumple con todo cuanto habíamos acordado.

Los minutos comienzan a avanzar, el tocarse, el besarse se vuelve una constante, el vino va volando la primera botella. Ya no es estar recostados el uno al lado del otro. Ya se te viene a la mente aquella frase que te dije “puedo estar a tu lado en una cama y no tocarte si no lo deseas, o puedo estar contigo en el restaurante haciéndote el amor sin penas”. Te ríes para dentro tuyo. No he mentido.

Te parece que soy raro, que en vez de buscar quitarte la ropa te toco por debajo de ella, no hay algo forzado, se siente que no hay ni apuro, ni desesperación. Sí pues, lo habíamos conversado tanto, aquello del juego previo, del saberse tocar y besar, es tan importante, y que, a veces, las personas lo olvidan, van simplemente por algo muy mecánico. El juego de la seducción tú y yo lo maximizamos, la piel se calienta, te humedeces. Te doy ganas. Ya los besos se vuelven más intensos, ya te revuelcas conmigo en la cama. Ya no estás con las piernas cerradas, todo lo contrario, estás abierta conmigo entre ellas. Ya te gusta estarte frotando conmigo allí. Ya los besos vienen acompañados de suaves suspiros y luego de delicados gemidos.

Ya tu mano comienza a bajar a mi bragueta, ya comienzas a acariciarme la verga por encima del pantalón, te gusta sentirme duro, inflexible. Para ese momento, mi mano en reciprocidad, baja a tu vulva, a familiarizarse con tu clítoris. El tacto me indica tu generosa humedad, y claro tu notoria excitación se percibe en el tamaño y sensibilidad de tu clítoris. Lo toco suavemente y comienzo a dirigirte, sí, te estoy masturbando y lo que es mejor, lo estás disfrutando. Ya esos gemidos son más intensos, comienzas a sudar, a morderte los labios. Disfrutas que te toque con delicadeza, pero con cierta vigorosidad, esa sensación te excita más.

Me quitas la camisa, o mejor dicho la arranchas de mi piel. Hago lo pertinente con tu ropa, buscas soltarme el pantalón, tu excitación es muy fuerte. Sientes el orgasmo venir, pero no sabes qué hacer. Quieres que yo esté dentro para cumplir con el rol de “llegar a la vez”, aunque hemos quedado en muchas sensaciones antes de que te penetre. Y sin mediar mucho, estallas en un primer orgasmo. Estallas apretando las sábanas, estallas mirándome cómo yo impasible te sigo tocando mirando, con ese gesto de lujuria y perversión que te enciende.

Quieres recompensarme, me acaricias la verga erecta y a pesar que sabes que no me excita tanto, te pones a mamarla. Claro yo el recíproco iré a por saborear tu vulva, a por con mi lengua acariciar tu clítoris y vagina, y es así que sin mayor esfuerzo logras un segundo orgasmo. Intenso. Mucho más que el primero, ya el orgasmo se trasforma en grito. Tu cuerpo comienza en esa convulsión imparable que sólo el placer puede darte, ya tus sentidos vuelan por los aires. Ya no me acaricias, ya tus uñas las clavas en mi espalda y hombros. Y pensar que hacía unas horas antes de tocar la puerta estabas a punto de regresarte, y ahora no quieres que te suelte.

¿Seguimos querida?, que recién vas dos…

Lanatta