Pasa señora que, las distancias y los tiempos hoy a mis cuarenta y pocos tacos, son casi un abrir y cerrar los ojos. Pero claro las personas cambiamos, algunas evolucionamos -quiero creer que lo hago, deme esa chance. Y las lógicas de lo ilógico lo hacen siempre todo...distinto. 
no toca boton

Jess era la novia de Pipo mi amigo del barrio en ese San Isidro noventero del que me despediría pronto. Pipo tenía 14 y Jessi 12 -mi misma edad- y estoy seguro que durante los 5 años que estuvieron de enamorados, vivieron algo más que besos inocentes y agarraditas de mano. Yo no lo sé porque a los 13 un vuelo de Aerolíneas Argentinas me conduciría de un Jorge Chávez en el que uno debía de cruzar toda la pista a pie hasta el avión, hasta Ezeiza en un vuelo directo que tomó casi 6 horas.

Los años pasaron, de Jess no sabría mucho, hasta que la encontraría en una reunión por los 45 años de mi brother Alonso, también mayor que yo, pero por 3 años, siendo ella compañera de promo de Eliza hermana de Alonso. “Lanatta, ¿eres tú?”, se sorprendió al verme. Era poco, lo que recordaba de aquella casi niña de cabellos marrones y ojos vivamente negros. Vestía un vestido blanco tan veraniego, y una inmensa alianza en el dedo izquierdo.

Nos pusimos a conversar. Pidió saber de mí, de mi historia, y claro un poco de vino haría que me pusiera en papel narrador y contar lo mío. Cuando le tocó a ella resumió la vida en que trminó con Pipo entrada la universidad, terminó la carrera e hizo una maestría en Boston, regresó y se casó, salió embarazada dos veces y las dos veces fueron pérdidas. Estaba iniciando un tratamiento de fertilidad, pero llegó lo de la pandemia, que a la postre se llevó a su marido. Y mostrándome su alianza, me dijo era la primera reunión a la que salía después de perderlo hacía ya 9 meses y que aún no pensaba quitársela sólo por un tema de luto.

En la reunión el vino no dejaba de hacerse presente, las bromas irían de más a más. En un momento Eliza se despedía y le diría a Jess para irse, yo me ofrecí a llevarlas, que aquello de juntarse sólo para beber dejó de ser mi deporte a los 21 años. No se negaron, y fue así como la casa de Eliza estaba más cerca, casi llegando a la embajada española en Lima, mientras que Jess tenía un piso al costado de la embajada china.

Señora no tengo por qué mentir, estaba todo de lo más tranquilo, pero al momento de detenernos en su edificio y destrabarse del cinturón de seguridad, hubo el inconveniente de que estaba atracada. “Ni modo, mi coche no quiere que vayas, es más, está conspirando para raptarte”-le dije. Se rió y, al momento de buscar ayudarla chocamos delicadamente las narices, y de pronto me puse a besarla. Besarla extrañamente con suavidad y dulzura. Vamos que dicen por allí que los besos tienen sus “momentos”, pero siempre he sido el animal de comer las bocas y asfixiar faringes.

Y ella me correspondía, sin pausa. No sé si era el vino, el tiempo o lo que fuera. La mujer que tenía en frente tenía 41 años, no 13 que fue la edad a la que vi por última vez. No era la enamorada -como suele decirse en Perú- de mi amigo -y, por lo tanto, material nuclear que no se toca. Era una novísima chica con quien teníamos cierta confianza, y sin duda, me atraía.

De pronto el cinturón de seguridad se soltó, a lo que atiné a decirle “¿ya ves?, ¡viene con truco!”. Se rio de nuevo. “¿Lo tenías todo planeado, Lanatta?”. Claro todo planeadísimo. Si no le había visto hacía casi 30 años, que si me la cruzaba en la calle sin las presentaciones del caso no hubiera sabido quién era. Pero de inmediato me añadió: “Ah, pero yo sí sé quién eres ahora tú, y si tú quieres saberlo no te lo contaré hoy. Almorzamos mañana acá, vivo en el piso 10, trae un vino rico y no te daré más información, haz tu trabajito”. Y apeándose del coche, me dejó en la más absoluta incertidumbre.

Esa noche sólo me quedaría en mil dudas. Al despertar, a la mañana siguiente, simplemente pasé por un supermercado de camino, compré el tinto que me gustaba, me puse en modo enamorado del siglo pasado y añadí una caja de chocolates belgas. Eso sí, no añadí flores, que alguna vez me dijeron “Lanatta flores para los muertos” -gracias Daisy.

Llegado al edificio el conserje me preguntó por a quien buscaba, le dije a Jess del décimo. Me miró con cara de interrogación, y me preguntó por su apellido. Gran dilema, es que no me acordaba de ello. Cogí el móvil y llamé a Alonso, que me dijo “Lanatta se llama Jessica (tal) y su apellido de casada es (tal). Le agradecí y colgué. El conserje me dijo no conocerle y que si no sabía en qué número de departamento vivía, no podría dejarme subir. Nuevamente la llamada a Alonso, esta vez para pedirle el teléfono de Eliza. Llamar a Eliza. Lanatta ella vive en el 1002. Le agradecí y volví a colgar. Le dije al conserje -que ya me miraba con cara de pocos amigos- es el 1002.

“Señor disculpe, en el 1002 vive una pareja mayor de extranjeros desde hace 4 años”. Le pedí que me pusiera al telefonillo. El conserje con cara de pesadez, me dio el telefonillo y contestaba al otro lado de la línea una voz en correcto alemán. Le pregunté si hablaba inglés, castellano, portugués o italiano. Me dijo sólo un poco de italiano. Le pregunté por Jess. Me dijo no conocer a nadie llamada así. Qué cara de derrota tendría, que el conserje, me recomendó que la llame personalmente. “Y sí, es que su juego fue no darme su número”, fue lo que atiné a responder.

Salía del lobby del edificio y un mensaje de un número desconocido me llegaba al móvil: “Lanatta, me dicen que me buscas y no me encuentras ¿dónde estás?”. Atiné inmediatamente a llamarle, Jess me contestaría. Me confirmó vivía en el departamento 1002, le dije estaba afuera del edificio, y toda la historia. Le pedí que sacara la cabeza por la ventana para que me viera, y al hacerlo ocurrió que eran dos edificios gemelos, torre 1 y torre 2.

Al subir, le acaricié mucho, le besé tanto. El almuerzo estuvo bueno, el postre aún mejor. Pero dentro de todo el misterio, me contaría que hacía mucho tiempo ella pensaba en mí, que había sabido de mis andanzas por el planeta. Dijo haberme leído en mi vieja mula, dijo haberse visto retratada en las crónicas y haber revivido por algún detalle que di. Me contó un detalle más, me dijo haber estado en mi consultorio, con el añadido que no se atrevió a entrar a la sala de consulta, sólo a esperar que yo saliera entre paciente y paciente para mirarme, y claro ese hecho me lo contó mi antigua secretaria, que ambos habíamos pensado se trataría de alguna banda de asaltantes, y de inmediato puse las cámaras, los botones de pánico y las alarmas.

Esa tarde caminaría conmigo por el parque en frente de su casa, pasearíamos por el Country y miraríamos el Real Club donde habíamos pasado tantos veranos. Los amigos se encargarían de correr los chismes como reguero de pólvora, Jess me mostraría los mensajes de Eliza, y yo los de Alonso, algo que no se le puede negar a la gente es esa capacidad máxima de conducir los chismes y de hacer tantísimas suposiciones, que decidimos en conjunto hacer que todos se incineren los sesos de tanto suponer e inventar.

Jess la chica de 13, era ahora la mujer de 41, vestida para matar, cargada de pasión y locura extrema, capaz de acariciarme los testículos en la fila del súper, o de ponerse a mirarme mientras come una cereza al estilo de la mejor actriz porno, disfrutando esa lujuria y excitación que logra en mí. Lo siento Pipo buen amigo, pero una ex de hace 30 años ya es cuota vencida.

Lanatta.