Señora pasa a veces que las poses por allí que sorprenden a muchas personas, pero lo real y tajante, no es una vida de escritorio, o la valentía de balcón. Algunas personas encaran la vida con altísimos riesgos. 
Natty again

Él era el ruidoso rockero, entrenado por la marina en inteligencia, operaciones encubiertas y de campo. Ella la chica de las ventas de inmuebles, la que antes llamaban “señora de”, a la que habían acompañado en su prematura viudez y que ahora se mostraba renovada. Ella con esos ojos verdes y ese cabello castaño de locura, con aquellas piernas capaces de martirizar a las vendedoras de lencería. Él tan malacostumbrado a usar las camisetas pegadas. Eran la pareja que no se soltaba, que irían juntos desde la compra a la panadería, de llenar el carrito para el fin de semana que pasarían juntos, hasta los dos locos que serían capaces de subirse por la mañana a un avión para almorzar en Lambayeque, y luego anochecer en Barranco comiendo picarones.

Se tenía que dar la situación señora, ya era ineludible. La mujer hiper social, de las mil amigas en móvil, de los tantísimos contactos en las redes sociales, debía dar un paso adelante en su vida, y eso implicaba hacer la presentación del novio. Claro, él no quería, él prefería esa relación de los dos para los dos, o dicho de otra forma de “sólo los dos”. Pero aquello en la práctica resultaba completamente imposible. Porque ella quería presentarlo, lucirlo, quizás demostrar que era capaz de volver a estar enamorada, que aquel estado de penitente y viuda ya era parte del pasado, y que aquellas justificaciones de no ir a tal o cual reunión porque iba a estar con su pareja eran ciertas.

Él ni siquiera tenía redes sociales, suscribía aquello de mantenerse bajo el radar pues dentro de su entrenamiento el perfil bajo era siempre lo más importante. De hecho, solía cambiar de número de celular cada dos semanas, utilizando sólo celulares antiguos, nada de teléfonos inteligentes, los celulares de botones y pantalla no táctil. Aquellos que ni los ladrones los querían.

Y pasó aquello de ir a la reunión. De estar muy formal en camisa y pantalón. Nada de camisetas, pantalones tácticos y borceguíes. Nada de llevar un cinturón táctico con hebilla reforzada, el Karambit Fox -su cuchillo de combate- y la Beretta PX4 escondida. Se sentía completamente raro de caminar con tan poco peso. Y ser presentado con una sonrisa en todos lados como el novio de Miss Society. Y sentarse a las charlas de las amigas y los amigos.

Ver a todos los hombres haciéndose el alfa uno sobre el otro. “Que mi empresa está haciendo inversiones por un par de millones para luego expandirnos a los mercados de Centro y Norteamérica”- dijo uno por allí. El del frente le respondería que él manejaba capitales de riesgo mixtos, nada que ver con las criptomonedas, inversiones en bonos del tesoro, startups y entrar como inversionista en emergentes. Era como escuchar que cada uno quería tenerla más larga que el otro. Claro todos ellos tomando una IPA belga, y con la pierna cruzada como si llevaran la falda corta.

Él se pidió un escocés de malta doble y seco, nada de hielo o agua para “bajarlo”, ante ese pedido, los otros alfas, se miraron casi con cara de consternación, le mirarían casi como a un troglodita, un ser silvestre y poco refinado. Las amigas le mirarían de reojo, algunas de ellas estarían comentando que olía “extraño”. Claro, él no usaba los perfumes de flores, o toques cítricos del bosque, su vieja colonia servía de loción para después de afeitar, colonia, desinfectante de heridas y hasta de combustible si fuera necesario armar una molotov.

Las mujeres hablaban algunas sentadas al costado de sus parejas, otras pocas al costado de la mesa. Él no la soltaba de la cintura ni por un instante, la aferraba a sí, entre descuido y descuido le miraba con cara de animal torturado, ella le pedía que se relaje, que disfrutara la velada. Alguna de sus amigas le insinuaría la pregunta de a qué se dedicaba, y uno de los “alfas” haría eco de la pregunta haciendo que todos se callaran. Él sabía que esa pregunta venía con sus dobles y hasta triples sentidos. ¿Sería lo suficiente para estar al nivel de ellos? ¿Era acaso él la mejor opción para ella? ¿Era de verdad él quien podría cuidarla?

Les miró, y les dijo tener una compañía de alta seguridad para personas, empresas y gobiernos. “¿Alta seguridad? ¿Así les llaman a los vigilantes o guardaespaldas?” Le preguntaría el alfa de los capitales de riesgo mixtos, con una sonrisa socarrona. Le miró a los ojos y se rió. No era esa su “alta seguridad”, era exactamente aquella que hacía que sujetos como él fueran hackeados en segundos sólo por dejar abierto el puerto Bluetooth del móvil, y así acceder a sus datos, inversiones y hasta historial médico. Información valiosa, que a la competencia le interesaba. “¡Ah entonces simplemente un hacker!”, añadió el alfita de la empresa de los dos millones en inversiones.

Se volvió a reír. “Casi”-y continuó- “solo que no es solo teléfonos y datos, son empresas, gobiernos, es manejar todo lo que ustedes hacen en meses o años, desde una computadora en Lima, Estambul o Hong Kong. Sabiendo medir los riesgos para quien nos contrata o para protegerlos. A veces es ir a hacer labores de inteligencia e infiltrarse, otras movilizar a un activo para su protección con un pasaporte nuevo, una identidad nueva a otro país, donde no lo encuentre nadie. En pocas palabras ser un facilitador para el cliente”. Dicho eso, las caras de los dos alfitas palidecieron. Se comenzaron a acomodar con incomodidad los cuellos de las camisas y a tomar sorbos de sus cervezas.

La amiga solterona le dijo “eres como el de Misión imposible”. Él rio. “Sin el avión”-respondió. Los dos alfitas se miraban. El cavernícola los había dejado tan mal parados, que solo podían cuchichear entre ellos. Esa sensación de estar en una liga inferior, hizo que hasta sus propias mujeres vieran al novio de la “ex viuda” con otra perspectiva. Ya no era el tipo de aspecto rudo, sino le veían el tamaño de sus antebrazos que dejaban a la camisa a punto de estallar o el de su espalda que parecía que llevara relleno.

Ella se dio cuenta de inmediato de las miradas de sus amigas, territorial como suele ser, buscó marcar el territorio. Y comenzó a contarles sus paseos, les contaba que entrenaban juntos en el gimnasio personal que él tenía, y hasta de las clases de defensa personal y supervivencia que le daba. Una de ellas, la mujer del inversor de los dos millones, le diría si le podía dar clases a ella y a su marido -por supuesto. Él rió, dejó de ser instructor hacía mucho, le enseñaba a ella porque era su novia y era un tiempo que compartían juntos, el resto del tiempo él estaba dedicado a sus actividades, podía estar ahora en Lima, pasado en Manila y en cuatro días comiendo cannoli en lo de Nico el siciliano.

El amigo inversionista, se sintió incómodo. Y le soltó aquello de si no deseaba tomarse una IPA con ellos, y añadió “sabes lo que es una IPA, ¿cierto?”. Él le miró, le habló del origen de la “Indian Pale Ale” entre los ingleses, les dijo que la mejor variedad a su gusto era la irlandesa, que él tomó en Dublín. Pero hoy prefería el escocés malteado, porque tenía que conducir de retorno, y porque la IPA es muy agradable para ver un partido de futbol con los amigos, pero que tiene un “pequeño” efecto secundario, y era que disminuía la libido a tal punto que conseguir una erección luego de media pinta era casi imposible, y claro, él sabía que al llegar a casa, con su novia debían solucionar “una deuda pendiente”.

Dicho comentario, hizo que ella se sonroje y le diera un codazo en el costado, que las amigas le miraran con cara de “¡cómo has cambiado pelona!”, y añadido a ello los alfitas quedaran tan mal parados que no tuvieran oportunidad a retrucar, la velada terminaría una media hora después, con las amigas celebrándole los chistes en doble sentido de “tan mal gusto” para los alfitas, y con ella más orgullosa de él, tanto que aquel sacrificio de ir con sus amistades, fue debitado correctamente en cuotas al llegar al departamento: una en el living, y luego un par en la habitación, con el vestido volando por los aires y en esa intensidad que parecía que aplaudían el recital.

Lanatta.